El poder de la concentración
La concentración es la habilidad que nos permite focalizar la mente en un objeto, en una tarea o en un pensamiento, hacerlo a voluntad y al mismo tiempo ser capaz de excluir cualquier otro pensamiento, idea o sentimiento que no esté relacionado. Dicho así parece fácil. Llevarlo a cabo hoy en día supone todo un reto.
En un mundo hiperconectado como el nuestro, en el que estamos rodeados de estímulos y distracciones continuos, nunca ha sido tan difícil como ahora mantener la concentración de forma estable. La mente tiene ya de por si la tendencia de saltar de un tema a otro, y le incomoda mantener el foco de forma continuada. No le gusta aburrirse y enseguida se pone a divagar, planificar o a fantasear. Prefiere evadirse del presente. Si a eso le añadimos el abanico de distracciones a nuestro alcance las 24 horas del día (Facebook, Instagram, Twitter, noticias por Internet, whattsapps, etc.), focalizarse en una sola tarea o escuchar con todos los sentidos a una persona sin divagar se han convertido en retos casi imposibles para la mayoría de las personas. Nos hemos convertido en individuos multitarea que no terminan haciendo nada a conciencia ni con consciencia.
¿Por qué es importante la concentración? Cuando enfocas tu mente conservas tu energía y no la disipas en pensamientos o actividades irrelevantes. Tu atención se convierte en una especie de rayo láser con una intensidad y potencia enormes. Por eso, desarrollar la concentración es vital para cualquier persona que aspira a ser más eficiente y llevar las riendas de su vida. Esta habilidad es fundamental para conseguir nuestros objetivos y también para disfrutar de lo que nos gusta. Además, está comprobado que nos permite una comprensión más rápida, una mejor memoria y nos proporciona tranquilidad interna. Sin ella nos desgastamos, nos agotamos y sentimos que no avanzamos.
Pongamos como ejemplo una situación común. Necesitamos estudiar algo para nuestro trabajo o para un examen. Nos sentamos cómodamente en el sofá con el libro y empezamos a leer. Después de un tiempo, nos entra hambre y vamos a la cocina a comer algo. Volvemos al libro, pero unos momentos después el móvil nos avisa de un mensaje entrante. Respondemos y de paso escribimos otro que teníamos pendiente y revisamos si hemos tenido más "me gusta" a la foto que colgamos hace un par de horas en una de las redes sociales. A continuación traemos la atención de nuevo al libro. Escasos minutos después nos sentimos inquietos y encendemos la radio para escuchar música. Retomamos la página y leemos unos momentos, y luego recordamos un incidente que pasó ayer, y empezamos a darlo vueltas. Volvemos de nuevo al libro pero nos cuesta integrar lo que dice y se nos ocurre revisar las noticias para ver si hay algo nuevo desde esta mañana. Cuando miramos el reloj, nos asombra descubrir que ha transcurrido más de una hora, y apenas hemos leído nada. Esto es lo que sucede cuando no tenemos concentración.
Imaginemos por un instante lo que podríamos haber logrado, si pudiéramos controlar nuestra atención y enfocar la mente. Y esto sin añadir al fotograma anterior los achaques habituales que un enorme porcentaje de la población sufre: ansiedad, estrés, hiperactividad, agotamiento físico y mental, preocupación, falta de horas de sueño... Elementos que dificultan aún más la atención plena y el disfrute de la vida.
La buenas noticia es que la concentración se puede entrenar. El cerebro tiene una bendita cualidad, la neuroplasticidad, y eso nos permite modificar significativamente las sinapsis para poder cambiar aquello que deseamos, siempre y cuando tengamos la perseverancia para hacerlo y lo convirtamos en nuestra prioridad. De ello hablo exhaustivamente en mi último libro, "Mindfulness".
El entrenamiento mental está dirigido de algún modo a convertirnos en testigos de nuestros propios pensamientos e impulsos nocivos, de tal modo que tengamos la capacidad de frenarlos sin dejarnos arrastrar por los automatismos y patrones habituales perniciosos. Para inhibir las distracciones, nos vamos haciendo conscientes de nuestros procesos mentales internos y captamos los impulsos dañinos antes de que se apoderen de nosotros. Es así como rompemos y frenamos las reacciones automáticas. De lo contrario, una vez empezamos una acción, entramos en un bucle que hace más difícil detener dicha acción, por mucho que sepamos que va a traer consecuencias negativas. Metafóricamente, es como si tuviéramos la tentación de morder un apetitoso anzuelo. La recompensa parece ser inmediata ya que surge un cierto placer, pero una vez lo has mordido te quedas enganchado y comienzan los efectos perjudiciales.
La concentración puede entrenarse y por lo tanto aumentar en cualquier etapa de nuestra vida. Pero hay que tener disciplina y disposición para hacerlo. La mente es un instrumento con un enorme poder, pero solo si está entrenada y nos obedece. Convertirla en una aliada depende de nosotros.