El Partido Republicano en la encrucijada: Marjorie Taylor Greene y Liz Cheney
Los republicanos han ido regresando a sus posiciones anteriores, a fin de no alienar al electorado, la mayor parte del cual sigue fiel a Trump.
El día 1 de febrero publicó The Washington Post un artículo del conocido periodista Eugene Robinson, ganador del premio Pulitzer. El principal mensaje del artículo era que, si el Partido Republicano quería resurgir de sus cenizas, como el mitológico Ave Fénix, primero tenía que ser consumido por el fuego. Sin destrucción no habría resurrección. Robinson resaltaba que, tras el asalto al Capitolio del día 6 de enero, parecía que el Partido Republicano se iba a distanciar de Donald Trump, pero según ha ido pasando el tiempo, tanto el líder de la minoría republicana en el Congreso, Kevin McCarthy, como el líder de la minoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, han ido regresando a sus posiciones anteriores, a fin de no alienar al electorado, la mayor parte del cual sigue fiel a Trump.
Cuando Trump impuso “la gran mentira” del fraude electoral en las elecciones presidenciales, el Partido Republicano se encontró sin fuerza moral para rechazar las otras mentiras en las que creían muchos de sus miembros, entre ellos Marjorie Taylor Greene, que acaba de ganar las elecciones al congreso como diputada republicana por Georgia. Greene está asociada con el grupo de ultra-derecha QAnon, especie de culto apocalíptico que cree en la existencia de un círculo de demócratas pedófilos y caníbales adoradores del diablo que se oponen a su ídolo, Trump, conceptualizado como una figura mesiánica. En un artículo sobre QAnon publicado en The New York Times, el día 3 de febrero, el erudito periodista Thomas Edsall dice que una encuesta reciente de NPR/Ipsos muestra que un 17% de los americanos adultos sigue esta teoría conspiratoria, de modo que Greene representa una tendencia bastante extendida.
Greene ha secundado en las redes sociales amenazas de muerte hacia diversos políticos demócratas, incluida la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi. También ha acusado a Hillary Clinton de varios asesinatos, entre ellos la muerte de John Kennedy Jr., cuyo accidente de aviación atribuye a sabotaje. Asimismo, ha sostenido que los ataques terroristas del 11-S y las matanzas que hubo en diversas escuelas e institutos fueron montajes, que los incendios de California fueron provocados por la compañía de banqueros judíos Rothschild mediante un sistema de rayos láser y que Barack Obama y algunos de sus colaboradores eran islamistas infiltrados en el gobierno con el fin de subvertirlo. Estos son solamente algunos de los muchos desatinados comentarios que ha hecho esta diputada, quien defiende la teoría de que hay un plan genocida para reemplazar a los blancos con inmigrantes.
Y Greene, que acaba de ganar las elecciones con la ayuda de Trump, está ahora en el Congreso, junto con el principal objeto de sus ataques, Nancy Pelosi, quien hace unos días dijo que el enemigo de la democracia estaba dentro del Capitolio, y tiene razón. No solamente están ahí los que secundaron “la gran mentira” del fraude electoral y se niegan a condenar a Trump en el impeachment, sino que ahora además hay una persona totalmente afín a los miembros de la turba violenta que asaltó ese augusto edificio el día 6 de enero. La situación es muy tensa. Los demócratas han propuesto que, como se ha hecho en casos semejantes, se expulse de los comités del congreso de los que es miembro a la diputada Greene por su actitud contraria a los valores democráticos que se supone debe defender, pero los republicanos, que temen ofender a los seguidores de Trump, se han negado a tomar medidas. Lo único que han hecho, ante la presión, ha sido condenar las teorías conspiratorias a las que es adicta Greene, pero sin sugerir ningún castigo, a diferencia de lo que hicieron con el diputado republicano Steve King, a quien expulsaron de varios comités por sus comentarios racistas no hace tanto tiempo. La pertenencia a comités no es un derecho, sino un honor y puede revocarse como castigo por un comportamiento poco digno.
Frente a la permisividad de la que disfruta un personaje tan deleznable como Greene, los llamados reality-based republicans, es decir, republicanos que creen en la realidad y no en teorías conspiratorias, están sufriendo serios ataques, sobre todo los que han manifestado que Trump se merece el impeachment por su papel en el asalto al Capitolio. La persona más acosada por los seguidores de Trump en estos momentos es la diputada republicana por Wyoming Liz Cheney, hija de Dick Cheney, vicepresidente durante el mandato del George W. Busch. A Cheney se le auguraba una gran carrera, pero en estos momentos hay una campaña para quitarle el puesto de liderazgo que tiene dentro del partido como presidenta del comité republicano del Congreso, campaña a la que ella ha respondido con aplomo. Si sale adelante, su liderazgo probablemente se verá fortalecido, aunque todavía es posible que en las próximas elecciones los seguidores de Trump logren darle su escaño a una persona parecida a Greene, quien se ha convertido en el rostro del Partido Republicano tras la partida de Trump.
Robinson no le ve mucho futuro al Trumpismo. Por eso cree que para salvar al Partido Republicano hay que dinamitar su configuración actual. Pero eso requiere visión y valor, lo que ni Kevin McCarthy ni Mitch McConnell han demostrado tener hasta el momento. Para ganar la guerra al final tendrían que estar dispuestos a perder alguna batalla al principio, pero el cortoplacismo se lo impide. Están metidos en un círculo vicioso. Pierden votos hagan lo que hagan, pero como en principio pierden más votos si repudian a Trump que si no lo hacen, no se atreven a apartarse mucho de él, aunque esto a la larga los perjudique al impedir la regeneración del partido. Lo más probable es que sigan dando una de cal y otra de arena y que la crisis interna del Partido Republicano se prolongue. Como dice Robinson, hasta que no se haya reducido a cenizas, el Ave Fénix no resurgirá.