El negocio de las plataformas de economía virtual
Cuando se inventó la "titulación de las hipotecas inmobiliarias" se crearon productos de riesgo, porque las inversiones automatizaron la transformación de créditos en activos financieros, compartiendo con las compañías de seguros garantías precarias. En la bolsa de las hipotecas "sub-prime" se mezclaron la dura competitividad de la deuda con la incertidumbre de pago de cientos de miles de solicitantes de hipotecas. Auditores y supervisores, en colusión de intereses, falsearon sus informes y minimizaron los riesgos.
Con la economía colaborativa sucede algo muy parecido a esto: cuando se van estirando las condiciones, acaba en el más extremo capitalismo. Estamos ante un fenómeno más global que la mera "turismofobia" anticapitalista radical de la CUP, o la "turismofilia" analfabeta radical de Rajoy: se parecen mucho, sí, porque el capitalismo que se salta las normas del mercado es una forma de anti o neocapitalismo.
Las plataformas de reservas de alojamiento, de transporte compartido, liberalización del taxi o alquileres de inmuebles propiedad de fondos de inversión, no son exactamente lo mismo, pero se parecen demasiado a bolsas "atrapa-todo". Uber, Homeaway, Airbnb, Booking o BlaBlaCar, capturan todo tipo de pececillos en sus redes.
La mayoría de estos ingeniosos inventos son empresas escurridizas al fisco, a las autoridades urbanas y a la justicia distributiva. Según Infolibre "Airbnb tuvo en España 5,4 millones de clientes en 2016, pero sólo pagó 55.211 euros en impuesto de sociedades. La filial española AMS, con 21 trabajadores y dedicada al marketing, sólo declara 136.772 euros de beneficios, ya que los ingresos por las comisiones de los alquileres van a una sociedad irlandesa. Airbnb gestionó 187.000 pisos turísticos el pasado año en España, cobrando tarifas de servicio en cada transacción".
En el marco del capitalismo sin reglas, - más mutante que nunca -, sin fiscalidad homogénea, el beneficio de las nuevas empresas proviene de la adquisición de información. La transformación en capital se hace por distribución y apropiación del valor que produce el almacenamiento, venta o acceso a datos. Sin sedes ni propiedades llamativas, el acceso es el privilegio de empresas que controlan viviendas y transportes, por no decir alimentos o energía. Al incentivar la subasta como vía de transacción económica entre particulares, suben los excesos de valor más importantes, que se apropia la empresa que almacena y procesa la información. No son los usuarios, ni los particulares: son las plataformas las que cobran - léase empresas virtuales de servicios - y las que venden información acaparada como donación de los ciudadanos, cambiada en valor virtual; esta se multiplica por falta de concurrencia, fiscalidad o información desequilibrada de los consumidores. La extrema competencia caracteriza la gran "casa de apuestas" de estas nuevas fórmulas de apropiación, al rebajar las condiciones de adquisición del producto global, fuera del mercado reglado, forzando la sumisión del consumidor a la red que determina sus opciones de compra y precio. Como con las hipotecas, se estudia al consumidor para fijar el precio, que no es de mercado sino de puja.
Hoy predomina la economía especulativa sobre cualquier otra. Esa economía está basada en concentración, deslocalización, inexistencia de activos patrimoniales, escasez de empleo y bajos salarios. El alto valor añadido de los procesos de producción de "datos sobre datos" se consigue maximizando beneficios extraídos de entornos virtuales, orillando el sistema local de supervisión para ahorrar contratos, impuestos, trámites y seguros. Es la misma lógica de los fondos de inversión, que encargan a ejecutivos depredadores la gestión de intereses inversores anónimos, apropiándose del lucro sobre bienes virtuales y servicios de alto valor añadido, en bolsas de millones de consumidores también anónimos; eso sí, sin dejar rastro real ni asumir grandes riesgos en el procedimiento de transacción, que suplanta al de compra-venta.
El fenómeno social por el cual muchos propietarios alquilan sus viviendas y viven en apartamentos durante temporadas turísticas se está implantado gracias a las intermediarias. La opacidad acerca del desigual beneficio obtenido por los particulares, plataformas de intercambio y empresas turísticas gestoras así como su fiscalidad, señala que se mueven cerca del ámbito de la economía informal, irregular o semi-sumergida. El aplauso a la innovación capitalista que algunos economistas mediáticos dedican a estas prácticas olvida la autodestrucción 'a la carta' que ocasionan a las ciudades.
Las urbes dominadas por el turismo masivo están sufriendo así la desregulación más extensa y más eficiente del capitalismo neoliberal conocido (1 millón más de turistas en hospedajes turísticos en 6 meses, 2017). Eso porque, paradójicamente, a la vez que se inaugura, se rompe el mercado de alquiler turístico, creando uno nuevo, con precios fijados por las plataformas con criterios de máximo beneficio, y "low cost" (como las compañías aéreas), que desorganizan los usos residenciales, hoteleros y terciarios, deslocalizando a las poblaciones dentro de su propio barrio; alquilando masivamente sus residencias habituales y permutándolas por otras en zonas de menor demanda; en tierra de nadie los asentamientos turísticos, que sin arraigo alguno, pierden respeto por usos o costumbres.
Por eso, para los gobiernos locales es importante saber cómo ordenar el turismo, puesto que ya hay más plazas en apartamentos turísticos que plazas de habitaciones de hotel. Las críticas primarias a la "turistificación" de las ciudades y los acosos al turismo masivo, no van a la raíz global del problema. Se trata de tendencias de la economía mundial de casino que no tienen fácil solución regulatoria local.
Los imaginativos tiburones - y no sólo los turistas -, son los que mejor se cuelan por las rendijas de las redes legales y sociales para hacer negocios redondos, - sin controles -, al margen de las lentas estrategias municipales de convivencia comunitaria, más inteligentes para limitar esta ola de hiper-mercantilización.