El mayor negacionista del coronavirus demuestra que su estrategia no ha funcionado
La mayor parte de los trabajadores de la Casa Blanca decidían no llevar mascarilla, ni siquiera cuando interactuaban sin distancia de seguridad.
Durante meses, Donald Trump ha cultivado y alimentado una cultura de negación del coronavirus. El pasado viernes, la estrategia se vino abajo en un segundo.
Ya sea calificando la pandemia de fraude, afirmando que el virus se iría con la llegada del buen tiempo, apoyando la versión de Bolsonaro de que se trata de una gripezinha o burlándose de quienes llevan la mascarilla, Trump ha hecho que minimizar la pandemia sea la piedra angular de su campaña de reelección.
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El presidente incluso impulsó un evento de recaudación de fondos en su campo de golf de Nueva Jersey pese a saber que una de sus asesoras más cercanas, con la que había estado muchas horas en contacto durante los días anteriores, acababa de dar positivo, lo que constituye una violación directa de los protocolos de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) que probablemente les ha costado el contagio a decenas de asistentes republicanos.
Fue el viernes a medianoche, cuando ya había 7 millones de contagios y 208.000 muertes en el país, cuando Trump hizo un comunicado que podría forzar a un cambio de rumbo en su estrategia: “Esta noche la primera dama y yo hemos dado positivo por coronavirus. Empezaremos nuestra cuarentena y nuestro proceso de recuperación inmediatemente. ¡Saldremos de esta JUNTOS!”, escribió Trump en Twitter a las 00:54.
Aun así, no está claro si este anuncio y la cancelación de los eventos de los próximos días obligarán a Trump y a su equipo a adoptar cambios en su conducta y su forma de proceder.
Los trabajadores de la Casa Blanca sí que llevaron puesta la mascarilla cuando estaban bajo techo, lo que supone un cambio desde el inicio de la pandemia.
Muchas personas que tienen que seguir trabajando en interiores ya llevaban meses adaptados a esta medida sanitaria, pero la Casa Blanca era una excepción en la que la mayor parte de los trabajadores decidían no llevarla, ni siquiera cuando interactuaban sin distancia de seguridad.
Su única justificación hasta el momento era que todos quienes se acercan a Trump deben hacerse un test, un razonamiento pobre que ignora la ventana de horas en las que que un infectado puede dar negativo por no tener todavía suficiente carga viral.
Esa forma de pensar ha puesto en peligro no solo a quienes quieren trabajar con él, sino también a quienes trabajan en la Casa Blanca sin afiliación política, como los agentes del servicio secreto que le vigilan día y noche y que ahora han enfermado. Trump incluso ha llegado a obligar a los periodistas a romper las medidas de seguridad al ordenar a los trabajadores de la Casa Blanca a situar las sillas más juntas porque no le gustaba verlos con dos metros de distancia entre ellos.
Y allá adonde ha viajado Trump, la cultura antimascarillas ha viajado con él.
Los agentes del servicio secreto y quienes viajan a bordo del Air Force 1, el avión presidencial, no han llevado mascarilla, por regla general. En la base aérea Joint Base Andrews, donde los trabajadores sí han llevado mascarilla todo este tiempo para ayudar a frenar la propagación del virus, sospechosamente aparecieron sin mascarillas al darle la bienvenida a Trump durante su transbordo del helicóptero al avión.
Mark Meadows, jefe de personal, tampoco ha llevado mascarilla durante sus frecuentes presencias en el avión presidencial. Ha explicado que, como le hacen pruebas muy a menudo, no necesita ponerse mascarilla. En el vuelo del miércoles 30 por la noche viajaba Hope Hicks, la asesora que dio positivo, y Meadows pasó 15 minutos cerca de ella, sin mascarilla, e incluso llegó a tocar físicamente a un periodista.
Esa actitud viene validada desde arriba, ya que el propio Trump, en una reunión con periodistas, saludó a uno de ellos con el que se lleva bien y le dijo: “Tienes mejor aspecto sin mascarilla”.
La actitud arrogante del presidente en todo lo tocante a la pandemia se produce pese a que tiene dos factores de riesgo que aumentan sus probabilidades de sufrir un cuadro grave de Covid-19.
Tiene 74 años, y las personas de esta edad son mucho más vulnerables que los jóvenes frente al coronavirus. El sobrepeso es otro factor de riesgo y Trump, según el último informe oficial, padece obesidad o está en el límite. Hay que tener en cuenta también, como señala un antiguo asistente anónimo, que Trump probablemente haya modificado la cifra para ocultar su peso real.
Trump ha expresado en ocasiones que es consciente de su vulnerabilidad: “Estoy en una etapa de mi vida muy avanzada. Esto ya no me preocupa para nada”, dijo para Las Vegas Journal-Review. Le habían preguntado por los riesgos para la salud que suponía para sus votantes celebrar un mitin el mes anterior en un recinto cerrado, pero Trump despachó la pregunta ciñéndose exclusivamente a su persona.
Esa actitud desafiante fue evidente también en un mitin en Tulsa celebrado en junio, al que, según él, iban a acudir 100.000 personas. Al final, se presentaron 6200, incluido el excandidato presidencial Herman Cain, que murió por coronavirus poco tiempo después.
Ni la campaña de Trump ni la Casa Blanca han querido responder a las preguntas de la edición estadounidense del HuffPost sobre posibles cambios de protocolo tras el contagio de Trump. Sí que publicaron un anuncio para avisar de que todos sus eventos presenciales se cancelaban o posponían hasta nuevo aviso.
Mientras tanto, Meadows se ha encargado de actualizar ante los periodistas el estado de salud del presidente. Al preguntarle por qué no llevaba la mascarilla, replicó: “Porque obviamente me han hecho pruebas y estamos a más de dos metros de distancia”.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.