El lejano 15-M que fue tan cercano para los emigrantes
Hace una década comenzó un movimiento social en las calles de España por parte de jóvenes y no tan jóvenes que no creían en el sistema de partidos. Este movimiento fue muy fácil de exportar a la emigración. Todo lo que hacia falta era una plaza, una calle o una mesa en la que reunirte y explorar vías de representación de las necesidades ciudadanas no cubiertas por la política tradicional.
A este movimiento se les gritó y se les dijo que materializaran sus quejas en un partido político, en vez de solo quejarse y “no aportar nada”. El reto a estas gentes a organizarse no se hacía de manera seria. Este desafío a que se crearan un partido no era más que un chascarrillo. Jamás esperaron que se recogiera el guante, pero estos jóvenes se pusieron manos a la obra a crear una estructura de partido naciendo de una multitud de asambleas ciudadanas, horizontales, y sin el apoyo de bancos o medios de comunicación.
Esta organización comenzaba con multitud de herramientas comunicativas al alcance de todos y en las que se podía participar desde la distancia. Telegram, Mumble, WhatsApp y plataformas para votar, así como el uso de documentos online en los que cualquiera podía añadir sus ideas, hacían de estas propuestas un sueño democrático para muchos.
Los círculos en las provincias se multiplicaron también el exterior, ya que era fácil unirse a un movimiento que nació de la falta de apego a los partidos tradicionales.
En los partidos tradicionales y en los procesos electorales, al no tener listas abiertas, la representación se elige en listas con órdenes, jerarquías, lideres. Este corsé es el primer paso para minimizar el poder democrático que este movimiento en sus inicios logro traer al tablero político.
Los liderazgos se tenían que plasmar en papel y por periodos mínimos de cuatro años. Esta imposición y rigidez iba muy en contra de la naturaleza inicial de debate abierto y voz para todos. Así estos partidos de repente se parecían un poquito más a los que ya teníamos.
La primera batalla por imponer un liderazgo único o un liderazgo compartido por un grupo de personas se decidió en favor de colocar a solo una persona al mando de este partido. Evidentemente los afines se alegraron. Algunos fueron cayendo por el camino por la falta de sintonía con el líder elegido.
La primera prueba de juego fueron unas elecciones europeas, que sin duda son las que más facilitan que partidos pequeños o nuevos puedan llegar a tener representación alguna. Se consiguieron asientos en el Parlamento Europeo pero con un porcentaje de votos que si bien era importante, no ponía en liza el bipartidismo… Pero algunos líderes políticos ya empezaron a arrepentirse por haber retado a estas gentes a constituir un partido. Quizás hubiera sido mejor seguir teniéndolos en la plazas en vez de en parlamentos.
En el momento que se materializo el éxito del partido, empezó la caza y derribo del partido, comenzando por su líder. Pablo Iglesias, ese líder al que se ha deshumanizado durante estos años y al que se le ha llamado “rata” o “coletas” obtuvo premio extraordinario a mejor expediente en su promoción en la Licenciatura de Ciencia Política. Si no fuera suficiente, fue becado para estudiar en Cambridge, doctorándose con una nota de sobresaliente Cum Laude por la Universidad Complutense de Madrid. Además, cuenta con varios másteres en su currículo.
Que el más listo de la clase sea un joven con piercing en la ceja y pelo largo algunos no lo perdonan. Pero, sin duda, en la clase política actual de muchas cosas se podría culpar a Iglesias, pero no de no estar preparado suficientemente para ejercer de líder político.
Para muchos su irrupción mostraba una imagen de gente joven capacitada y que no necesitaba cumplir unos cánones para que pudiera ser “elegible” para muchos votantes.
Su estilo de dirección, sus estrategias y su forma de llegar a los medios es algo subjetivo en lo que no voy a entrar, ya que ni pertenezco a su partido, ni a ningún otro y prefiero referirme a datos objetivos.
Desde que se tocara techo electoral en el partido, los ataques a su formación y a su persona y familia se han multiplicado. Por ejemplo, opiniones sobre dónde puede o no puede vivir una persona de izquierdas se han multiplicado en los platos televisivos y redes sociales, pero, curiosamente, nunca comparándolo con ningún otro líder del arco parlamentario y, más aun, sin tener en cuenta las posibilidades reales de poderse permitir una u otra vivienda. Su decisión de moverse de Vallecas dio pie a que algunos pudieran achacarle un cambio de prioridades según subió su poder de influencia.
En los dos últimos meses con sus decisiones personales, que más parecen movimientos en una partida de ajedrez, ha movido ficha quitándose de en medio, sacrificando su posición como líder del partido para ayudar primero a no perder representación en Madrid —prueba superada— y a sumar a un gobierno progresista quitando presión y buscando aligerar de cualquier crítica asociada a su persona en un clima de crispación total y en el que, en sus cálculos, sabía que podía restar más que sumar, en un periodo en el que las noticias van a ser positivas y auparan las posibilidades de reelección.
De un plumazo quitamos de en medio a un vicepresidente al que se va a seguir insultando, revitalizas un partido dando el liderazgo a dos compañeras, Ione Belarra y Yolanda Diaz, y ganando una paz y tranquilidad que de haber vivido en un país con una democracia asentada y justa, nunca debería haber perdido.
En un país en el que tenemos a algunas “viejas glorias” como González o Aznar, opinando desde sus yates y tratando de influir en cierta manera en decisiones políticas, de repente, no encontramos con un político que no ha llegado a los 43 años, que demuestra que la política también se puede hacer dejando vicepresidencias de Gobiernos, cargos en partidos o fundaciones y sin entrar en puertas giratorias.
Diez años después los jóvenes se juntan en plazas… a hacer botellón.