El desorden de la identidad, una nueva forma de estigmatizar a las personas trans
Las identidades trans no son un fenómeno contemporáneo. Existen desde siempre, y en todas las culturas de la humanidad, por lo que se puede afirmar que las mismas son una condición humana, expresión de la inmensa diversidad. Las respuestas que las distintas sociedades han dado a esta realidad del ser humano han sido muy diversas a lo largo del tiempo y en las distintas geografías de nuestro mundo.
Algunas sociedades han aceptado en mayor o menor grado estas realidades y han articulado mecanismos sociales y leyes que promueven la integración de las personas trans en la sociedad. Otras han manifestado diversos grados de rechazo y represión, generando graves violaciones de los derechos humanos de las personas trans.
Los manuales internacionales de enfermedades mentales DSM-IV-R y CIE-10, elaborados por la American Psychiatric Association (APA) y por la Organización Mundial de la Salud (OMS), han patologizado de forma "absolutista" las identidades trans, siendo la excusa para la vulneración sistemática de los derechos humanos de las personas trans. Esta realidad sin embargo ha "cambiado" por la presión internacional de las/os activistas y entidades trans por la despatologización.
El reciente anuncio de la OMS, grandilocuente y efectista, de decir que "despatologiza" la transexualidad, excluyéndola de la clasificación de enfermedades mentales, así, el Manual (DSM V) eliminó el "trastorno de identidad de género" y lo ha sustituido por la nueva versión de un estigmatizante diagnóstico: "Desorden de la identidad de género". Si la comparamos con la anterior consideración —que patologizaba a las personas trans sólo por ser quienes somos—, la nueva categoría podría verse como un avance. Pero es desafortunado el término que nos estigmatiza desde la comparativa cisnormativa de lo que está en orden y lo que no. Deslegitimando, desnaturalizando las identidades trans, como una expresión natural de la diversidad humana.
La influencia del Manual y de sus códigos en todo el mundo, hace que las personas trans sigamos estando aferradas en una versión u otra de conductas marginales y seguimos siendo catalogadas como una especie de "sufrientes". Los diagnósticos provistos por ese Manual siguen siendo condición imprescindible en muchos países del mundo para acceder a derechos tales como el reconocimiento legal y las atenciones sanitarias encaminadas a las modificaciones corporales, las cuales siguen siendo concebidas en este marco, e inexorable, como el "tratamiento" indicado para un padecimiento diagnosticado, y nunca como un modo de atención armonizadora de expresión del ser. Querer perpetuar categorías estigmatizantes, justificándolas como una necesidad para la atención médica, es demagógico, antagónico a la despatologización y a la propia definición de salud que hace la propia OMS: "La salud es un estado de perfecto (completo) bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad".
La lucha por la despatologización de las identidades trans emprendida por activistas trans y secundada en algunos países por colectivos LGTBQ ha tenido sin lugar a dudas una influencia en los "cambios" de los manuales internacionales tanto de la APA (American Psychiatric Association), como de la OMS (Organización Mundial de la Salud), pero es el momento de dirigir esa misma lucha desde lo local, regional y estatal. En la medida que más países como Francia, Suecia, Noruega, Argentina, Malta, Irlanda, Reino Unido o regiones de España, como Andalucía, Madrid, Valencia y Aragón, se desmarquen de los dictados que marcan los susodichos manuales, se hará más pronta la despatologización total.