El clima, la pandemia y la libertad
El planeta nos ha brindado probablemente la última oportunidad de elegir entre susto o muerte y no podemos tomarlo a broma.
Cuentan que vivimos en el Antropoceno, este periodo geológico que parece que nos ha tocado en suerte, marcado por el brutal impacto de la actividad humana, depredadora, extractiva, industrializadora, carbonizante, capaz de abocar a la extinción de nuestra especie sobre el planeta.
De eso se trata en estos momentos. No tanto de la protección y preservación del planeta, sino de la supervivencia del ser humano en el mismo. El planeta no necesita ser salvado porque sobrevivirá a nuestra especie. Otras especies colonizarán los valles, las colinas y los mares. Seremos nosotros los que desapareceremos, si no hacemos algo y pronto, para evitarlo.
Como bien nos recuerda Leopoldo Abadía: “No paramos de preguntarnos qué mundo dejaremos a nuestros hijos, cuando la cuestión es qué hijos dejaremos al mundo”.
Serán ellos los que tengan que aprender que no nos encontramos en una encrucijada de muchos caminos, porque en realidad no hay más que dos caminos posibles: el de la construcción de un mundo libre, justo, democrático y sostenible o la continuidad de nuestro suicida empeño de agotar los recursos, agravar las desigualdades, imponer globalmente las nuevas dictaduras del capitalismo de vigilancia, profetizado por Shoshana Zuboff, el desprecio de los derechos humanos, la destrucción de nuestra vida como especie.
En el último año la covid 19 nos ha situado ante la realidad. La crisis iniciada en el sistema financiero en 2008 —con la quiebra de Lehman Brothers— y extendida luego al conjunto de la economía global, el empleo, los sistemas políticos y la convivencia social, demostró la fragilidad de la globalización y sus consecuencias nefastas sobre la precariedad de nuestras formas de vida.
El cambio climático se enfrenta a negacionistas que ponen en cuestión sus orígenes humanos o naturales. Sin embargo, cada día parece más evidente que la acción humana es causa importante de los cambios que se producen en el planeta, del aumento de las catástrofes naturales, el aumento de las temperaturas medias en muchas zonas, la inundación frecuente de regiones costeras, el aumento de la contaminación y sus secuelas de enfermedades crónicas y mortales.
En todo caso, negacionistas o no, la crisis, el cambio climático y ahora la pandemia nos sitúan ante nuestras contradicciones y debilidades, ante un sistema ultraliberal destructor del medio ambiente, precarizador de las vidas, segregador, creador de brechas insalvables de desigualdad, incapaz de atender y cuidar a quienes más lo necesitan, que nos convierte en vulnerables, inseguros, presas fáciles del populismo.
No faltaron las profecías, los estudios, las predicciones, los informes científicos, que anunciaban que no estábamos ante crisis parciales, sociales, económicas, sanitarias, climáticas, sino ante una necesidad urgente de revisar la totalidad del sistema. La pandemia ha sido el último toque de alarma. El planeta nos ha brindado probablemente la última oportunidad de elegir entre susto o muerte y no podemos tomarlo a broma.
Hay que repensar la economía, el modelo industrial insostenible, el turismo destructor de costas y espacios naturales, el incremento exponencial de las necesidades de energía, el abandono de las personas, la sobreexplotación agraria, la destrucción de bosques y selvas, el abandono de lo público, de la sanidad, la educación, los servicios sociales.
Preferiría no ser pesimista, pero no veo en los partidos de Gobierno y de oposición, en las empresas, en las organizaciones, salvo honrosas excepciones, manejar otras claves que no sean las de repetir la fiesta tal como era, alimentar el deseo de poder, competencia, conspiraciones, quítate tú para ponerme yo y revivir unos felices años 20, aún a sabiendas de que aquellos festejos fueron el preludio del desastre total de los fascismos y la Guerra Mundial.
Prefiero pensar que algo habremos aprendido y que seremos capaces de cambiar nuestras vidas en el día a día y en el devenir de nuestras organizaciones, nuestros gobiernos, nuestras empresas, cambiar las formas de afrontar nuestra vida y nuestra convivencia.
A fin de cuentas, ser libres consiste en interpretar y entender los retos, asumirlos, ser capaces de adquirir compromisos y hacer lo que sabemos que debemos hacer para solucionar los problemas que nos acosan. En ello nos va la vida.