Edmundo Bal coge la carretera al infierno
El éxito del candidato de Ciudadanos el 4-M se medirá por la intensidad del batacazo que se va a dar.
Edmundo Bal despierta una ternura infinita, tanta como la que genera ese tenista de Cracovia que disputa el primer partido oficial de su vida contra Rafa Nadal. El éxito no se mide por la victoria, algo que nadie se plantea, sino por imponerse al menos en un juego. Incluso en ganar una bola. Lo cierto es que a sus 54 años, Bal pone tanto énfasis en la campaña, tantas ganas e ilusión que si uno llegase de Marte pensaría que está ante un potencial vencedor en las elecciones del 4-M- Pero vivimos en la Tierra y la cosa para Bal se juega en el fatídico 5%. El porcentaje que separa la vida de la muerte política.
No es la primera vez que un mero porcentaje lleva por la calle de la amargura a este onubense afincado en Madrid desde tiempo inmemorial: como abogado del Estado ha lidiado con el 3% de la causa contra el expresident de la Generalitat Jordi Pujol, un tanto por ciento que ya se asocia con la parte más fraudulenta de la historia de España. Edmundo no es un hombre que, al menos desde la Abogacía del Estado, se haya arredrado ante los grandes casos: su papel fue determinante en la denuncia por delito fiscal de Hacienda contra futbolistas como Messi, Cristiano, Di Maria, Modric o Xabi Alonso. Ahora es el político que va perdiendo el partido por 4-0 y se deja el último resuello en los últimos diez minutos para lograr la remontada. Un imposible que despierta, ya se ha dicho, toda la ternura del mundo.
Al pobre Bal, tan aficionado a las motos, Arrimadas le ha vendido la moto usada de que puede mantener a Ciudadanos con representación en la Asamblea de Madrid. Que sería el gran revulsivo al fallido Aguado, despedido con cajas destempladas de la vicepresidencia. Le han hecho creer que Ciudadanos en Madrid es la Harley Davidson de 2011 que suele conducir el candidato cuando, en realidad, maneja una Vespino que está para el desguace. Así y todo ofrece mítines, concede entrevistas y participa en debates como si el futuro de la Comunidad dependiera en buena parte de él, cuando todo el mundo sabe —él probablemente el que más— que el 4 de mayo Madrid será su pesadilla. El día después volverá al Congreso —no ha renunciado a su acta de diputado— hasta que Ciudadanos entre en descomposición total. Que no tardará mucho. Gran aficionado al rock, Bal adora a bandas pasadas de decibelios, como Metallica o AC/DC. De estos últimos es la canción Autopista al infierno. La misma que ha enfilado Edmundo, programa en boca, con su Harley.
Lo más desconcertante de su campaña es su imperiosa necesidad de figurar como único representante del centro político, el punto de equilibrio entre los extremos de Vox y Unidas Podemos y navegando entre PP, Más Madrid y PSOE. Un sinsentido en una realidad contaminada de ruido, insultos, sobres con balas y desprecio constante al oponente. Su intervención en el debate de la Ser, criticando a Monasterio con la boca chica y apelando al resto de formaciones a que no abandonasen la mesa, es el mejor resumen de su legado en esta campaña: nadie le escucha, como el soldado que hace llamamientos a la paz en pleno bombardeo. Ni siquiera le apoya su hijo, que se abstendrá antes que votar a su padre.
Lo peor, con todo, es que con el maltrato al que Díaz Ayuso ha sometido a Ciudadanos en estos dos años de legislatura, Bal le siga poniendo ojitos y proponga, con bellas promesas, seguir cogidos de la mano. Esta actitud denota una dependencia psicológica digna de ser analizada y, sobre todo, la incapacidad para caminar solos del partido fundado por Albert Rivera, ese Adolfo Suárez que ni se llama Adolfo ni se apellida Suárez ni tiene el 2% —otro porcentaje— de la capacidad política del expresidente del Gobierno.
Edmundo Bal sabe que en la noche del 4-M muchas miradas estarán depositadas en él, y no precisamente porque pueda poner o quitar gobiernos. Todos escrutarán la cara de funeral que ponga cuando se suba al estrado y concluya, entonces sí, su breve viaje por la autopista al infierno.