Digitalización y participación ciudadana
En este río revuelto de la revolución digital van pescando los populismos autoritarios.
La actual carrera tecnológica entre USA y China, que va camino de terminar en una nueva Guerra Fría, busca la supremacía de una potencia sobre la otra con connotaciones no solo técnicas, sino también militares y de seguridad, y con ramificaciones económicas, laborales y de información.
El problema se vuelve aún más complejo desde el momento en que las grandes plataformas tecnológicas de uno y otro país adquieren un papel muy protagonista en el tránsito que va desde el deterioro de la democracia (los Estados Unidos de Trump y la Rusia de Putin) a un sistema político de control de la información, tanto en países sin democracia (China) como en países con elecciones pero en los que la manipulación digital de las masas es una constante (Polonia, Hungría). Estos últimos países merecen mención aparte, porque han pasado de torpedear todas las decisiones de la Unión Europea en los últimos años a cobijarse en Europa en cuanto han visto las orejas del lobo con la invasión de Ucrania.
Pero toda esa polémica parece que no tiene tanta repercusión en nuestro país. En España, el proceso de digitalización de la sociedad, que va mucho más lento de lo esperado, se deja sentir fundamentalmente en la distancia y en la barrera digital que pone la administración frente a los administrados. De modo que, desde el punto de vista de los ciudadanos, que es lo que importa, uno de nuestros desafíos más importantes es la formación tecnológica. Por ejemplo, la incorporación de estudiantes a las carreras STEM (ciencias, tecnología, ingenierías, matemáticas) es muy baja, sobre todo de mujeres. Paralelamente, todo indica que la tasa de automatización de la fuerza laboral va a aumentar en los próximos años; pero mientras, nuestro país continúa sufriendo la ausencia de un modelo productivo impulsado desde la innovación. Además, España es uno de los países de la Unión Europea donde las empresas invierten menos en formación de los trabajadores. Está claro que urge determinar los sectores de futuro y cualificar a la población.
Por otra parte, la pandemia, que por una parte aceleró la digitalización, también dejó a la vista unos niveles de segregación digital significativamente altos. Y no nos referimos solamente a las decenas de miles de niños que no tenían ordenador y que por tanto quedaron rezagados en el proceso educativo. Con la pandemia se produjo un gran aumento de los trámites online que también dejaron fuera de los servicios públicos a decenas de miles de ciudadanos.
Todo ello plantea preguntas muy importantes. A los países europeos y a sus gobiernos, que deben decidir cómo apoyar este cambio verdaderamente transformador. Porque es inadmisible no atender al fondo de la cuestión. Hasta ahora, la Unión Europea ha estado a la vanguardia en la defensa de los derechos de los ciudadanos, en temas tan sensibles como la protección de datos o el control de la inteligencia artificial. Lo que hagamos en nuestro país también contribuirá a la configuración de estas ideas en la UE, en un momento con dos telones de fondo tan excepcionales que acaparan todo el escenario, la pandemia y la guerra de Ucrania. Es necesario que tengamos en la Unión Europea un protagonismo activo y no solo de espectadores en la competencia USA - China, en un momento clave en que además se está reajustando la globalización y hasta el Foro de Davos se ha ocupado por primera vez de analizar los fracasos de la misma.
La pandemia y la guerra pueden ser las parteras de una crisis de la globalización que puede salir por distintos caminos, como una semiglobalización compartimentalizada en cada uno de los dos bloques, una desglobalización con un nuevo proteccionismo o una globalización ordenada con una gobernanza política (en palabras de Vidal- Folch) que ha empezado a aparecer en el avance de la integración europea en materias como la sanitaria, los fondos europeos o la estrategia de seguridad y defensa. Las posibilidades de liderar ese mundo nuevo consisten en que la UE aproveche su ventaja como potencia normativa con regulaciones exigentes.
De modo que, como vemos, por un lado se dice que España, y la UE (con una gran desventaja de los países del sur en comparación con los del norte), corren el riesgo de quedar rezagadas en la segunda Guerra Fría que se está librando entre los Estados Unidos y China por la hegemonía tecnológica global; y esto es cierto y computa como un déficit. Pero por otro, también es verdad que en el mundo digital se utilizan las redes para manipular y controlar a la opinión pública, y los delitos van por delante de las leyes. Es como si la digitalización tuviese una existencia escindida entre una parte visible y un lado oscuro desde el que solo salen noticias sombrías. Todos hemos visto cómo se han desestabilizado elecciones en distintos sitios del mundo, cuyo ejemplo más sobresaliente se dio en la pugna entre Hillary Clinton y Donald Trump. Entre la gran variedad de perversiones que está provocando la irrupción de las tecnológicas (High Tech) no es la menor el hecho de que se conocen nuestras preferencias antes de que las hayamos hecho analógicamente públicas. Como dice Mariana Mazzucato, en lugar de crear nuevos productos imaginando lo que la gente podría querer, las tecnológicas ya saben lo que vamos a querer. Incluso el 5G, tan anunciado, es una tecnología fundamental para que un régimen totalitario como China progrese en la inteligencia artificial, sobre sobre todo para el reconocimiento facial y el control de los ciudadanos.
En suma, en este río revuelto de la revolución digital van pescando los populismos autoritarios ¿Cómo es posible desentenderse de un asunto tan esencial como la defensa de la democracia y hacerlo además en el contexto de una gran revolución tecnológica?
En sus artículos, Mara Balestrini hace referencia a un mensaje que nos hace tomar conciencia del significado real, como una revelación, del tema que estamos tratando, y nos da una pista sobre la manera de afrontarlo: la transformación digital más que un proceso tecnológico es un cambio cultural. Y social, podríamos añadir nosotros. Recogemos de nuestra historia que, frente a los lugares comunes sobre el tardofranquismo, y sobre el papel de la monarquía, la verdaderas parteras de la transición fueron el desarrollo y la movilización de los sectores progresistas. El principal problema de la transición digital y geopolítica es la ausencia de la participación popular en el diseño de su futuro. Una opinión pública y una movilización ciudadana poderosas son imprescindibles para darle sentido. Lo ocurrido con Pegasus no es un buen precedente.