Diez libros convertidos en películas de culto en el Festival de Cannes
Hasta el 28 de mayo, la alfombra roja seguirá activada para que el Festival de Cannes celebre por todo lo alto su 70 aniversario. En las últimas siete décadas de buen cine, la literatura se ha colado no pocas veces en el palmarés, a través de excepcionales adaptaciones. Algunas destacan por su precisa transcripción cinematográfica del libro, otras se hacen grandes alejándose de las páginas que la inspiraron. Han sido numerosas si se tiene en cuenta la longevidad y lo amplio de este festival de cine, el más importante del mundo. Muchas han sido coronadas con la Palma de Oro, y aquí os reseñamos una selección de diez. Otras tantas se han hecho con premios notables, que dan igual o tanto prestigio como el Oro. Los santos inocentes (Mario Camus, 1984), por ejemplo, basada en la novela homónima de Miguel Delibes recibió Mención Especial del Jurado y, ex aequo, la Mejor Interpretación masculina para sus dos protagonistas, Alfredo Landa y Paco Rabal.
Ahora sí os dejo con un gran cine inspirado en la literatura (vídeo de apertura de Luis Manrique Rivas):
El tercer hombre (Carol Reed, 1949)
El proceso al revés. Era 1949 y Graham Greene, que ya era un reputado escritor (había publicado El poder y la gloria, en 1940) estaba fascinado por el encargo de escribir el guión de El tercer hombre, que le brindaba la oportunidad de entrar al mundo de espionaje a gran escala por el que siempre estuvo interesado. Pero quizá la necesidad de controlar todos los hilos de la trama le llevó a escribirlo originalmente en forma de novela y, posteriormente, él mismo, junto al productor Alexander Korda, la reconvirtieron en guión. No fue una mala decisión, al menos para el escritor. La película, dirigida por Carol Reed, encabezada por un crecido Joseph Cotten, secundado por Orson Welles, se hizo con el Oscar a la mejor fotografía, obtuvo el Bafta a la mejor película británica y, sobre todo, se coronó con la Palma de Oro en Cannes, pero el libro, que tiene un desenlace diferente, se convirtió a su vez en una novela fundamental de su extenso catálogo. Todavía hoy, la historia de un escritor de novelas baratas en la Viena ocupada por los aliados sigue siendo tremendamente emocionante.
La señorita Julia (Alf Sjöberg, 1951)
Originalmente una obra de teatro, quizá la más célebre de las escritas por el dramaturgo sueco August Strindberg, La señorita Julia supuso un revuelo moral en la Suecia de 1888, cuando fue estrenada. Los mismos detonantes morales del escándalo teatral de finales del siglo XIX seguían intactos 60 años más tarde, cuando el cineasta Alf Sjöberg la llevó al cine, haciéndose con la Palma de Oro en Cannes, en 1951. Generó todo un debate moral alrededor de esta historia, bella y terrible a la vez, en la que una joven arrogante y burguesa, la Julia del título encarnada con ferocidad por la sensual Anita Björk, humilla sexualmente a su sirviente, desatando una pasión marcada por la dominación y, de manera inevitable, por la abismal diferencia de clase entre los amantes. Se han sucedido numerosas adaptaciones al cine y no deja de representarse, pero la película de Sjöberg, que recurre a flash-backs y saca la historia a suntuosos exteriores, sigue siendo un referente. La fotografía, notable, fue creación de Göran Strindberg, nieto del dramaturgo.
El salario del miedo (Henri-Georges Cluzot, 1953)
Aunque narrada con brío, la novela El salario del miedo, publicada en 1950, por Georges Arnaud, no es capaz de generar la tensión y atmósfera enrarecida que consigue la destacada adaptación al cine que hizo, en 1953, el realizador francés Henri-Georges Cluzot, el mismo que dos años más tarde estrenaría Las diabólicas, quizá su mejor película, en la que rinde homenaje a un Hitchcock que, de alguna manera, ya está presente en El salario del miedo. Se trata de una película existencialista que juega con inteligencia con un factor infalible de suspense, al que Cluzot sabe sacarle el máximo partido. Un equipo debe trasladar una importante cantidad de nitroglicerina en un camión por las inhóspitas rutas de un país latinoamericano. La película, que ese año obtuvo al unísono la Palma de Oro en Cannes y el Oso de Oro en Berlín, no sería lo que es a no ser por la amenaza que supone la delicada y sensible carga, que puede volar en cualquier momento y otorga un suspense indescriptible.
Viridiana (Luis Buñuel, 1961)
Hubo un tiempo en el que Cannes era un festival donde escándalos y polémicas estaban a la orden del día. Una de las más sonoras controversias la generó, sin duda, la Palma de Oro a Viridiana (ex aequo con la película francesa Une aussi longue absence), en 1961. La hoy celebrada obra de Luis Buñuel, que se basa a su manera en la novela Halma, de Benito Pérez Galdós, encendió la ira de la Iglesia Católica, del franquismo y del mundo beato con su historia de una aspirante a novicia en penitencia trufada de sexo, sordidez y, lo más crucial para el escándalo, un cuestionamiento brutal a la defendida caridad cristiana. Fue prohibida en Italia y España. Tras un artículo publicado por el Vaticano, tachándola de blasfema, en España se ordenó quemarla. La actriz mexicana Silvia Pinal, su protagonista, consiguió llevarse una copia a México y así salvarla. Pasarían 17 años antes de que España la exhibiera. Aunque hoy sea más fácil verla como un delirio surrealista que como una película ofensiva, en el contexto de los años sesenta era una producción arriesgada y subversiva.
El gatopardo (Luchino Visconti, 1963)
Si alguna producción es emblemática del tipo de películas que el inconsciente colectivo cree que se hacen en Europa y son susceptibles de triunfar en el Festival de Cannes, como efectivamente ocurrió, esa es El gatopardo, de 1963. Es un enorme fresco que describe la decadencia de la aristocracia italiana en una convulsionada Sicilia filmada con elegancia, distancia y perfección por Luchino Visconti a partir de la exitosa y adorada novela homónima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, que de manera tan inteligente mezcla los entresijos de una familia con la crispación social y política que se vivía entonces en Sicilia. Visconti reunió un equipo excepcional encabezado por Burt Lancaster en su mejor momento, la explosiva Claudia Cardinale, un jovencísimo y prometedor Alain Delon, que ya apuntaba maneras de sex-symbol, y hasta Terence Hill, que se haría célebre una década más tarde como el vaquero vago al que llamaban Trinidad. La música imponente de Nino Rota y la fotografía preciosista de Giuseppe Rotunno terminan de dar forma a este hito del cine europeo de los sesenta.
M.A.S.H. (Robert Altman, 1970)
Deja pálidas e insípidas a series modernas como Anatomía de Grey o Urgencias. M.A.S.H., todavía hoy, sigue siendo indiscutiblemente demoledora. No imaginó Richard Hooker que su novela MASH: A novel of three army doctors sería convertida en un icono del cine estadounidense más irónico e irreverente por el entonces emergente Robert Altman, director que lleva la sátira política a extremos impensables en esta historia disparatada en la que un equipo de médicos se coloca al frente de un hospital de guerra, donde atienden a los heridos de la cruenta Guerra de Corea. A contracorriente de las películas bélicas norteamericanos, tan exaltadas y henchidas de moral, M.A.S.H. supone un mazazo al orgullo belicoso estadounidense, contando su relato a punta de humor negro. No es usual que una comedia se lleve la Palma de Oro, pero esta película es una excepción, quizá por su tono y mensaje antibelicista. El galardón fue el preámbulo a un éxito sin precedentes que tuvo continuidad catódica como una serie de televisión no menos exitosa y en el aire hasta 1983.
Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979)
"The horror... the horror" susurra enajenado Marlon Brandon en el tramo final de la traumática Apocalypse Now, personalísima adaptación de Francis Ford Coppola de El corazón de las tinieblas, el oscuro relato que Joseph Conrad imaginó bajo el sol de África en el siglo XIX pero al que el cineasta, no obstante, le dio un giro geopolítico: se la trajo a Vietnam en tiempos bélicos y la hizo suya, conservando, eso sí, la densidad y angustia de esta novela breve que se convirtió en película larga de más de tres horas. La peripecia del militar Marlow (un estupendo Martin Sheen) que se interna en la selva a la búsqueda de otro otro, Kurtz, (Brando en un breve pero significativo papel de su carrera), que enloqueció con la guerra, es la metáfora de un viaje a la locura, un descenso inequívoco al horror, que consiguió la Palma de Oro y ha devenido en clásico de la modernidad. Fue un año muy literario en Cannes. Coppola debió compartir el premio ex aequo con otra sorprendente adaptación de un libro, El tambor de hojalata, de Günter Grass.
El tambor de hojalata (Volker Schlöndorff, 1979)
Puede que se olviden pasajes de esta larga, compleja y surrealista película alemana de 1979, pero el grito ensordecedor, frenético y atronador del pequeño Oskar tocando histérico su ruidoso tambor se queda para siempre en la memoria de todo el que ve El tambor de hojalata, película extraña y fascinante que el realizador alemán Volker Schlöndorf hizo a partir de la célebre novela de Günter Grass. Sus méritos fueron reconocidos con la Palma de Oro (compartida con Apocalypse Now, de Coppola) y el Óscar a la mejor película de habla no inglesa. Muy merecido. En pleno ascenso del Tercer Reich, Oskar es un niño raro que ante el horror que se despliega en su país, Alemania, decide a los tres años de nacido dejar de crecer y expresarse a través de un tambor de hojalata, que terminará acompañándole siempre. Polémica en su momento por una escena de sexo entre niños, trascendió por mérito propio como una metáfora malévola del advenimiento del nazismo.
La balada de Narayama (Shohei Imamura, 1983)
Era vieja creencia del Japón más profundo y rural que cuando los mayores pierden los dientes han de ser abandonados a su suerte en el monte Narayama. A partir de esta primitiva leyenda, Shichiro Fukazawa escribió en 1956 su libro La balada Narayama, un intenso drama familiar rural en el que la robusta abuela de 70 años decide arrancarse los dientes para dejar de ser una carga para su numerosa y humilde familia. No tardó en hacerse cine y en 1958 Keisuke Kinoshita la convirtió en película. Sin embargo, la que terminará siendo trascendente es una nueva adaptación cinematográfica, inspirada en ambos, el libro y la película, que con elegancia y ceremonioso ritmo japonés rodó Shohei Imamura, en 1983. Un tono denso, colindante con la metafísica, una cuidada estética visual que se regodea en el paisaje montañoso y la dignidad de una anciana guiada hacia la muerte por su propio hijo son elementos que hacen grande a esta película extraña y ajena ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1983.
Pelle el conquistador (Billie August, 1988)
Con aires de western, pero en el más puro y contenido estilo nórdico, Pelle el conquistador catapultó la carrera de Billie August, tras ganar la Palma de Oro en Cannes, en 1988, y el Oscar a la mejor película extranjera. A finales del siglo XIX, un grupo de inmigrantes pobres salen de Suecia ilusionados a hacer las Américas pero no llegarán más allá de Dinamarca. La pobreza y la indefensión les convierten en blanco fácil de la explotación. Triste y conmovedora es la historia de dos de estos soñadores, el pequeño Pelle y su padre Lasse, en la que supone una de las actuaciones más soberbias de Max Von Sydow, conocido por expulsar demonios en la película El exorcista. August, que ha sabido desde entonces moverse en el terreno de las emociones, exprime el tono épico y a la vez íntimo de la novela homónima del escritor danés Martin Andersen Nexø y se marca esta película emocionante y emocionada, que en su triste desenlace deja un reguero de interrogantes acerca de lo que implica la diferencia de clases en un mundo materialista.