Diarios de Tinder: el día que casi me desmayo en mitad de un polvo
Podría ser una cita de Tinder o la escena de un asesinato.
Llevábamos varios días hablando y la verdad es que me parecía un tío de puta madre. No daba la impresión de tener un garbanzo por cerebro como me parecía con muchos otros chavales de Tinder. Encajamos rápido y accedí a verle a pesar de la pereza que da una primera cita y de los nervios y la vergüenza. La verdad es que no me arrepiento, pero ese primer día que nos vimos quedará para la historia y aún hoy, cuando nos acordamos, nos seguimos descojonando.
La verdad es que Miguel (del que no usaré su nombre real para mantener su anonimato) era un buen fichaje de Tinder: un tipo majo, con planes de futuro y temas de conversación, un poco friki de la política (como yo) y bastante guapete. Un mes después se iba a Estados Unidos así que era perfecto: no nos íbamos a complicar la vida ni a comprometernos más allá de ser buenos colegas que de vez en cuando echan un polvo. Aunque la verdad es que nunca me ha dado la sensación de ser un tío muy complicado. Y eso son puntos a favor.
Quedamos en mi barrio porque me sentía más cómoda en mi territorio. Le llevé a una terraza un poco postureta en la que acabamos pagando un pastón por unas pocas cervezas (o muchas, ya no me acuerdo) y un par de gintonics. El plan era que al acabar, cada uno se fuese a su casa… Tuve la mala suerte de que me viniese la regla un par de días antes de verle y no me parecía apropiado acostarme con un tío al que acababa de conocer teniendo la regla. No sólo por pudor y lo desagradable que puede ser follar con la regla: soy hemofóbica y me mareo hasta cambiándome un tampón. Así que no quería que se nos fuese de las manos y acabar cambiando sábanas en casa con la cara pálida y un mal cuerpo que flipas. Se lo había dicho antes de quedar para que no hubiese confusiones, y le pareció bien tomarnos algo para conocernos e irnos cada uno a su casa. Había mucho tiempo para volvernos a ver.
Pero después de tanta cerveza, la verdad es que mi menstruación comenzó a parecerme un problema menor. Recordé que tenía en la nevera una botella de champán y cuando el chaval se lanzó y comprobé que besaba genial, le invité a tomar la última en casa. Había sido la cita perfecta de Tinder después de tantos raritos: nos reíamos, teníamos tema de conversación y me apetecía beberme esa botella de champán con él.
Así que pagamos y nos fuimos a mi casa. Y pasó lo que tenía que pasar. De hecho, creo que el champán ni siquiera nos dio tiempo a abrirlo... Fuimos directos al lío. Lo hicimos por toda la casa: en la cocina, en el sofá, en la cama… Super borrachos y riéndonos mucho. ¿El único problema? Que con el ajetreo no me había percatado de toda la sangre que había rodeándonos hasta que, en mitad del lío, me dio por mirar alrededor.
ERROR. GRAN ERROR ese de echar un vistazo por toda la casa. Cuando empecé a ver cómo habíamos puesto todo me entraron los siete males y tuve que parar. Empecé a ver todo negro y le pedí a Miguel que parara. Con la cara totalmente pálida, me tumbé en el sofá al borde del desmayo. Ahí tirada, desnuda, boca arriba, con los ojos cerrados y rodeada de sangre. Podría ser una cita de Tinder o la escena de un asesinato. El chaval estaba flipando. Y no me extraña. Imagina que estás echando un polvo y de repente se aparta la otra persona y se tumba con cara de muerto. Se sentó a mi lado diciéndome que estuviese tranquila y que si necesitaba algo. Pobrecillo. Iba a huir y a bloquearme fijo. Qué rabia.
Le expliqué que me mareaba si veía sangre y le tranquilizó saber que no me había hecho nada malo. Nos entró la risa y decidimos abrir —ahora sí— el champán, para quitar hierro al asunto. Se hizo un porro y me preguntó si se quedaba a dormir. El tío quería dormir conmigo después del pollo que le había montado. Eso significaba que el instinto no me había fallado y era un buen chaval, eso seguro.
Dormimos, le invité a un café al día siguiente y se fue. Pero quedamos para acabar la faena otro día (sin regla de por medio) y estuvo de puta madre. De hecho, seguimos hablando para saber del otro y vernos pronto. Hasta le he dicho que si sigue follando así de bien al final me enamoro.
En resumen, una historia desagradable con un final feliz. Nos ha servido para hacer reír a los colegas, coger confianza y saber que NUNCA MAIS voy a pencar con un desconocido cuando esté en esos días del mes. De todo se aprende y yo de esta además de aprender me he llevado un colega.