Detenidos, separados y deportados: el fin del sueño americano para una madre
El sueño americano de Mary* se derrumbó el 16 de agosto del año pasado. Ese día los servicios de inmigración y la policía llamaron a la puerta de la casa que compartía con sus hijos Sami* (12 años) y Jason* (10) en Brownsville, Texas.
"Fue horrible, verdaderamente terrible", recuerda Mary. "Me duele recordarlo".
Esa mañana temprano, los agentes de la zona fueron casa por casa buscando inmigrantes indocumentados. Cuando Mary abrió la puerta le pidieron su documentación y los números de la seguridad social de sus hijos, algo que no pudo darles. Le preguntaron si estaba en el país de manera ilegal. Ella se quedó en silencio.
Recuerda claramente lo que ocurrió a continuación.
"El agente dijo a uno de sus hombres: 'Dale la vuelta y cógela'. Me esposaron. Me metieron en uno de sus coches. Me gritaban mientras me llevaban. Lo más triste fue cuando cogieron a mis dos hijos. Mi niño pequeño estaba durmiendo. No sabía qué pasaba, me buscaba. Les metieron en otro coche".
Llevaron a Mary, Sami y Jason a la comisaría local. Allí todo empeoró. La familia fue separada a la fuerza. A Mary la trasladaron a un centro de detención de migrantes y a los niños a un albergue para niños no acompañados. Ella no sabía dónde se habían llevado a sus hijos, y ellos no sabían dónde estaba su madre. Fue un momento desgarrador para los tres.
Cuando detuvieron y separaron a esta madre y sus dos hijos, Mary llevaba viviendo en Estados Unidos casi diez años. Los niños, casi ocho.
En busca de una oportunidad
Para Mary, la decisión de abandonar Guatemala en 2008 fue dolorosa pero necesaria. La vida de madre soltera con dos niños pequeños era muy difícil. Mary luchaba para llegar a fin de mes y no podía depender del padre de sus hijos.
"En aquella época sufrí violencia doméstica, y no podía ofrecer nada a mis hijos", nos cuenta Mary. Según ella, el punto de inflexión se produjo cuando les desahuciaron de su apartamento de un dormitorio porque no podía pagar el alquiler. "El dueño del piso me echó a la calle, así que no me quedaba nada. Me vi en la calle con un niño de cuatro meses y una niña de año y medio".
Aunque le dolió profundamente, Mary sintió que su única opción era dejar a sus hijos con la abuela, que vivía cerca, y emigrar a Estados Unidos. La hermana de Mary le había dicho que allí podría conseguir un trabajo decente que le permitiría enviar dinero para sus hijos.
El penoso viaje a Estados Unidos le llevó días. Viajó tan solo con algo de ropa a su espalda y el poco dinero reunir para autobuses, agua y sobornos. Fue extenuante, inhumano y peligroso. Una vez estuvieron a punto de violarla. Cuando cruzó Río Grande al amparo de la oscuridad, fue hasta la ciudad de Brownswille, donde pronto encontró trabajo en la cocina de un restaurante.
Una de las hermanas de Mary había hecho el mismo viaje un par de años antes, llevando con ella al niño más pequeño de Mary. Al principio el reencuentro fue difícil, porque el niño no reconocía a su madre. Pero con el tiempo se empezaron a encontrar cómodos y felices juntos. Estados Unidos se convirtió en su hogar, y después de ocho años allí era todo lo que realmente Sami y Jason conocían, Guatemala era para ellos más una idea o un recuerdo lejano que una realidad. Mary llegó a ser jefa de cocina, tenían una casa amplia y los niños disfrutaban en la escuela y tenían amigos.
Tristemente, esta nueva vida que tanto les había costado lograr no iba a durar mucho.
Un reencuentro agridulce
Después de ser separados por las autoridades migratorias, Mary y los niños estuvieron dos largos meses sin saber nada los unos de los otros. "No tenía ni idea de dónde estaban", recuerda con lágrimas en los ojos. Los niños empezaron a pensar que su madre les había abandonado.
Finalmente, en octubre del año pasado, informaron a Mary de que Jason y Sami estaban en un centro para niños apoyado por una organización católica. Les permitieron hablar por teléfono una vez a la semana. La primera conversación fue desgarradora para ella. "Mi hijo lloraba al teléfono. Me preguntó si estaba en un sitio tan bonito que no quería que viniera conmigo".
Más tarde le informaron de que los tres serían deportados, pero hasta siete meses después de separarles no les reunieron de nuevo. Fue en el avión que les devolvía a Guatemala, en enero de 2018.
El reencuentro fue agridulce. "Parecían enfermos y estaban enfadados", recuerda Mary. "Mi niña empezó a llorar diciendo 'finalmente estás aquí, iré contigo vayas donde vayas". Jason parecía deprimido y tenía una erupción en la piel. Me pidió que no le abandonara nunca más".
Mientras volaban hacia Guatemala, la mente de Mary no paraba de pensar. "Me preocupaba no tener nada, dónde viviría, los niños empezando de nuevo. Tenía planes para nuestras vidas, y ahora esas vidas se habían ido".
Volver a empezar en Guatemala
Mary, Sami y Jason son tres de los más de 31.900 guatemaltecos que han sido devueltos a su país desde Estados Unidos entre enero y abril de este año. Ahora que llevan unos meses allí, cuentan que el cambio no ha sido fácil.
A través de amigos, encontraron una pequeña casa de alquiler en un bloque de casas en Chimaltenango. Tienen poco espacio. "Todo lo que hay en esta casa es prestado o donado", nos cuenta Mary mostrando el mobiliario.
Los dos primeros meses de alquiler fueron gratis, pero Mary sigue sin trabajo y no sabe cómo conseguirá los 250 dólares que necesita cada mes para que su familia siga viviendo allí.
El barrio es peligroso porque hay pandillas violentas, así que Mary está preocupada por sus hijos. "Aquí hay mucha violencia", lamenta. "Cada tres o cuatro días muere alguien. Las pandillas roban a la gente. No quiero que sepan que hemos vueltos de Estados Unidos porque creerán que tenemos dinero".
Mary y sus hijos reciben apoyo psicosocial por parte de una ONG local apoyada por UNICEF. Los niños van ahora a la escuela y ella está buscando trabajo.
Pero su verdadero sueño es volver a Estados Unidos, aunque le preocupa que le quiten a sus hijos si intentan cruzar al país otra vez de manera ilegal.
Sin embargo, Mary tiene esperanza. "Es la voluntad de Dios. Él sabe lo que hay en mi corazón. Me llevó una vez allí y me llevará de nuevo".
*Los nombres han sido cambiados para proteger las identidades.