De vuelta a la libertad de expresión: Valtonyc vs. Peterson
Josep M. Arenas es un joven rapero de escaso talento conocido por sus repetidas bravatas contra la Guardia Civil bajo el nombre artístico de Valtonyc. Como el lector ya sabe, Valtonyc ha sido condenado a tres años y medio de cárcel por enaltecimiento del terrorismo (y concretamente, el terrorismo etarra).
La actitud de buena parte de la izquierda de este país ante la condena, a la que el espabilado Valtonyc parece querer escapar 'a la Puigdemont', ha ido desde el estupor ante lo que se ve como un nuevo ataque a la libertad de expresión hasta una defensa más o menos tibia del rapero bajo el mantra "no nos gusta lo que dice, pero defendemos su derecho a decirlo".
¿Es el agravante de enaltecimiento de una banda terrorista que ya se ha disuelto y cuya última víctima fue asesinada hace más de ocho años aún hoy relevante? Probablemente no, y el legislador le haría un favor a este país si adaptara la ley para evitar crear "mártires" como Valtonyc, que, ojo al dato, hasta ha sido premiado en su pueblo.
Este bloguero no pretende soslayar que se estén dando en este país situaciones objetivamente preocupantes y en las que la actuación de la justicia es cuando menos contraproducente, pero ¿debe por otra parte la libertad de expresión amparar el derecho a difamar, insultar o a amenazar?
Evidentemente no, de hecho, si la justicia amparase hechos así habría que aceptar como perfectamente lícito invitar a la yihad en redes o amenazar a feministas con asesinar a sus hijos para intimidarlas. Es obvio que permitir que semejantes actos queden impunes no solamente puede ser irresponsablemente peligroso, sino que estas tácticas son preferentemente utilizadas por los enemigos de la libertad de expresión precisamente para coartar la opinión de los discrepantes, es decir: insultar no es un derecho que quede amparado por la libertad de expresión, ni para Valtonyc ni para Jiménez Losantos, que ha sido condenado en múltiples ocasiones por calumniar o injuriar (con por lo menos tanto arte como el rapero) a sus rivales en su programa de radio.
Nuestro debate con respecto a los límites de la libertad de expresión coincide en el tiempo con el auge al estrellato en las redes del profesor canadiense Jordan Peterson, que ha alcanzado una enorme popularidad en Youtube después de oponerse ferozmente al proyecto de Ley C-16 del ZP canadiense Justin Trudeau, por el cual ha de ser obligatorio referirse con un pronombre neutro (por ejemplo, Ze en lugar de He, o Zir en lugar de Him) a las personas transgénero que no se identifican ni como hombres ni como mujeres y que así lo deseen.
Peterson se me antoja como un pensador anglosajón muy en la línea de Edmund Burke, considerado el padre intelectual del conservadurismo moderno y cuyo discurso puede resumirse (de forma muy simplificada) como que las cosas son como son por buenas y sólidas razones. El gran Edward Gibbon sentenció en su época que "Burke es el loco más cuerdo y elocuente que jamás haya visto".
De forma parecida, pues, la elocuencia con que Peterson defiende su derecho a usar el idioma inglés con los pronombres que él considere adecuados a cada situación en lugar de aquellos que le fueran impuestos por una tercera persona o por el legislador de un proyecto de ley -en el que Peterson ve ribetes totalitarios y sin precedentes en ningún país regido por la common-law inglesa-, le han hecho granjearse enormes simpatías, hasta el punto de que Peterson acumula casi 800 mil seguidores en Twitter.
A principios de este año la popularidad de Peterson se disparó aún más después de que una entrevista con la periodista Cathy Newman el Channel 4 británico se viralizara.
Obviamente Newman no simpatiza con los postulados de Peterson e intenta repetidas veces poner en su boca frases que Peterson no ha dicho para hacerle parecer un misógino. En cierto momento, Newman le pregunta a Peterson que por qué su derecho a la libertad de expresión ha de pisotear el de una persona transgénero a no ser molestada, a lo que Peterson arguye que no existe tal cosa como un derecho a no ser molestado, y que de hecho, muchas de las preguntas de Newman a él pueden resultarle molestas, pero haciéndolas ella está sencillamente haciendo ejercicio de su libertad de expresión como es debido, anteponiéndolo a su inexistente derecho a no ser molestado. Es un momento televisivo brillante porque durante el lapso de unos segundos Newman enmudece antes de volver a la carga.
Desde entonces Peterson es el miembro más visible de lo que se ha dado en llamar la Intellectual Dark Web, un grupo de intelectuales heterodoxos con relativamente poca cobertura mediática fuera de las redes sociales y de diverso pelaje ideológico, pero que tienen en común su combate contra la adscripción identitaria en los campus de las universidades americanas, mayoritariamente izquierdista según Peterson y compañía.
Pese a que estos intelectuales aborrecen también el identitarismo derechista, muchos medios convencionales han colocado al profesor Peterson y compañía la etiqueta de alt-right. A Peterson le han colocado la etiqueta principalmente por sostener públicamente que existen diferencias evolutivas entre los sexos (un tema sobre el que hay mucha literatura científica, de la que Peterson es solo en parte responsable), que pese a que son relativamente pequeñas, no son banales.
Seguro que hay muchos lectores que piensan que las ideas de Peterson (que se enmarcan dentro de un conservadurismo relativamente clásico) son reaccionarias, e incluso peligrosas. Ahora bien, es evidente que la libertad de expresión ha de ser absoluta en relación a la defensa de cualquier idea, ya que la forma más eficaz de distinguir las ideas buenas de las malas es precisamente discutirlas y enfrentar a las unas con las otras.