Cuando el futuro empieza con el pasado
Se fue lo viejo y vendrá lo nuevo. Pero lo que llegue comenzó hace tiempo. El futuro hay veces que, aunque no queramos verlo, empezó con el pasado. Ni los deseos, ni los brindis, ni las uvas, ni las prendas rojas.... Toda la liturgia está indisolublemente ligada a lo anterior, como en la física cuántica. ¿Acaso fue el azar, un propósito o un anhelo lo que sacó a Rajoy de La Moncloa? Fue un pasado de corrupción cuya sentencia la derecha creyó que nunca llegaría. La moción de censura sólo fue el instrumento. La causa estaba desde hace años en las libretas de Luis Bárcenas y en una financiación ilegal que empezó hace 20 años.
Y así todo. El relato de 2019 empezó a escribirse en 2018, incluso antes. Las manifestaciones feministas del 8-M, la sentencia de la Gürtel, el renacido Pedro Sánchez,el final de Cifuentes, la derrota sin paliativos de Sáenz de Santamaría, las elecciones andaluzas, el tsunami de la derecha.... Los españoles salieron de la modorra en que les metió durante años la crisis económica y reaccionaron de manera enérgica. Nadie atisbó las señales. Pero estaban ahí, a la espera de hacerse notar en un universo político donde los protagonistas prometieron por enésima vez cambios que nunca llegaron.
Hoy la política vuelve a cambiar el paso. Empezamos un nuevo ciclo que, según los analistas, traerá más volatilidad y mayor inestabilidad. De momento, 2019 arranca con un debate extremadamente polarizado, con la recuperación de los bloques izquierda-derecha, con los principales partidos más despistados que nunca y con un nuevo e incómodo invitado, que es Vox, a la fiesta de la democracia.
Las recientes elecciones andaluzas han sido una primera fotografía de lo que está por llegar. De un lado, una fragmentación de la derecha como nunca se había visto, que suman entre ellas mucho más de lo que restan y que se imponen de manera nítida al otro frente ideológico. De otro, una izquierda distraída, sin apenas relato y expectante ante el proceso judicial que afecta al independentismo. Todo lo que tenga que ver con Cataluña tendrá, seguro, un efecto perjudicial para los intereses electorales del PSOE y de Podemos. España, el debate nacional, los símbolos y la cuestión territorial siempre fueron una fuente inagotable de votos para la derecha. Ciudadanos no hubiera existido nunca de no ser por las banderas y los himnos. Y mucho menos VOX, aunque lo de Santiago Abascal tiene otras connotaciones que ya hemos visto en otros países de Europa.
El año arranca con el debate inflamado, con la recuperación de la política de frentes, con una agenda en la que todo vale -hasta la perra Turca y el Falcón que usa para sus desplazamientos el presidente del Gobierno- y además, trufado de citas electorales. Agárrense porque vienen curvas, y muchas más para la desnortada izquierda porque, si ésta se ha despeñado en Andalucía, podría ocurrir lo mismo en el resto de territorios donde hoy gobierna. Aunque nada indica que Pablo Casado haya logrado frenar la caída del PP, si su partido suma con Ciudadanos y VOX, Pedro Sánchez podría ser también desalojado de La Moncloa este año si es que, finalmente, convoca generales el próximo otoño. Claro que, después del shock andaluz, no está claro que su intención sea ya ni un "superdomingo" en mayo, ni disolver a la vuelta de vacaciones de verano, sino más bien aguantar hasta el máximo legal -primavera de 2020- y llenar la agenda de temas sociales con los que distraer el debate nacional.
Combatir la abstención y los extremismos, en todo caso, y recuperar la centralidad del tablero son los objetivos que se ha propuesto el PSOE para frenar el avance de una derecha que ya ha demostrado en Andalucía que pactará entre ella sin complejo allá donde sume, a pesar de que se le acuse de legitimar a un partido como VOX, que en su programa desafía el sistema político surgido del pacto del 78. Que Ciudadanos haya abandonado la transversalidad para sumarse al bloque de derechas juega a favor de un PSOE que confía en reconquistar a una parte de su electorado que apostó por Rivera en las anteriores generales.
La llave de lo que ocurra en este 2019 la seguirán teniendo los independentistas, ya que serán ellos quienes decidan con su voto a los Presupuestos si están dispuestos a dejar caer a Sánchez y que PP-Ciudadanos-VOX se hagan con el Gobierno de España o, por el contrario, prefieren dar oxígeno a un presidente que les ofrece una solución con más autogobierno y un nuevo Estatuto que se someta a referéndum.
De momento, el independentismo, hasta el más irredento, ha pasado de amenazar con la unilateralidad a pedir una foto en Pedralbes junto a Sánchez. El verbo inflamado de Torra ya no se escucha ni en su propio Gobierno. Nadie como Puigdemont buscó con tanto empeño aquella cita que surgió, no de la interlocución entre Gobiernos, sino de una conversación entre el huido ex president de la Generalitat y el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, y le fue propuesta después al presidente Sánchez.
La Moncloa es consciente de que su estrategia por rebajar la tensión chocará en cuestión de semanas con la inflamación emocional que provocará entre los independentistas ver sentados en el banquillo de acusados a los líderes del procés durante el juicio que comenzará en la Audiencia a finales de enero.
Aún así y pese a que ya se escuchan voces en el PSOE que alertan de la necesidad de volver a mirar a Ciudadanos como futuro socio de Gobierno, Sánchez mantiene su apuesta por mantener la alianza de izquierdas con Iglesias aunque precise del apoyo del secesionismo. Todo dependerá de hasta dónde estén dispuestos a llegar una vez que se conozca la sentencia por el procés. Si vuelven a cruzar la línea de la ilegalidad, no hay que descartar que la política de bloques izquierda-derecha se diluya, que Sánchez deje de mirar a la izquierda y que Ciudadanos haga lo propio con la derecha. Todo dependerá de las molestas relaciones de Rivera con VOX, del coste o no que pague en las municipales y autonómicas después del acuerdo en Andalucía y de que el presidente del Gobierno se avenga o no a cambiar de socios.
Todo es incógnita. Así que hasta que se resuelva disfruten del Año Nuevo, que en lo que se refiere a la política ya suena a viejo.