Cómo la epidemia del coronavirus está afectando a nuestras relaciones
El miedo exacerba las reacciones individualistas y nuestra obsesión por buscar chivos expiatorios.
Desde hace varias semanas, las relaciones humanas e interacciones sociales han cambiado. Mientras que algunos no dudan en huir hacia el otro extremo del metro al primer estornudo que oyen, otros han dejado de estrecharse la mano para empezar a saludarse con toques de codo o incluso de pies (!).
“Vamos a adoptar otras costumbres. Creo que después de una semana las parisinas y parisinos se acostumbrarán a no echarse la mano y a darse el codo o el pie, y a sonreírse”, declaró el nuevo ministro de Salud francés, Olivier Véran, el pasado 1 de marzo.
Es normal soltar una carcajada ante la idea de ‘darse el pie’, pero en cualquier caso se trata de un comportamiento teledirigido, forzado, en el sentido de que el propio Gobierno —en este caso, francés— aconseja evitar los apretones de manos.
En cambio, otras actitudes surgidas a raíz del coronavirus son consecuencia de una verdadera psicosis colectiva, que se instaló principalmente entre la población después de que Italia se convirtiera en uno de los principales focos de la epidemia. Supermercados arrasados, desabastecimiento de mascarillas en las farmacias, angustia permanente… primero lo sufrió Italia, pero el contagio psicótico ha llegado al resto de Europa, y a España, claro. Los casos de insultos a personas consideradas enfermas y la estigmatización de ciertas comunidades —principalmente asiáticas— se suceden en gran cantidad desde hace varias semanas.
En este sentido, el Covid-19 ya ha efectuado un cambio en las interacciones sociales. Unas conductas que Anne-Marie Moulin, médica y filósofa, especialista en enfermedades tropicales, no comprende. “Vivimos en un mundo de virus y, sin embargo, de repente acabamos de entrar en una psicosis, una alerta permanente, retransmitida y animada por los medios”, lamenta en declaraciones a la edición francesa del HuffPost.
Para el psicólogo clínico Samuel Dock, coautor de El nuevo malestar de la civilización, estas reacciones se explican por el hecho de que “el cuerpo es el objeto más querido de nuestra época contemporánea, hay que mimarlo”, explica al HuffPost. Pero de forma súbita, y sin preaviso, una “fuerza misteriosa que no podemos controlar viene a amenazar este cuerpo que querríamos inmortal”, añade. Esta pérdida de control es lo que nos da la sensación de volvernos vulnerables frente a una amenaza invisible.
“Estamos en un momento en el que la cultura occidental se vuelve narcisista, en el que hay que atrincherarse aún más en nuestro cuerpo y sustraerse de nuestras relaciones con los demás”, prosigue el psicólogo. En otras palabras: el individualismo podría alcanzar su paroxismo.
“Es como en Titanic, una vez que perdemos la razón, nos dejamos llevar por el instinto, y ahí es un ‘sálvese quien pueda’. El miedo a la carestía, esta anticipación de penurias, demuestra una individualidad que va en contra del instinto gregario”, señala por su parte la psiquiatra Christine Barois.
Lo que percibimos como un ataque hacia nuestro cuerpo nos da la legitimidad para dejar de entrar en contacto con otras personas. Compramos mascarillas para protegernos a nosotros mismos y no a los demás, cuando sabemos que esto resulta ineficaz.
Para Christine Barois, esta forma de actuar sólo es provisional. “Enseguida, todo va a volver a la normalidad. Como después de un atentado, todo el mundo sospecha, pero no durará, porque hay que saber relativizar y mantener la cabeza fría”, sostiene.
El otro efecto de esta epidemia del miedo es la estigmatización de algunas personas. Prueba de ello es el hashtag #JeNeSuisPasUnVirus [#NoSoyUnVirus, en español], que creó en Francia —y luego dio la vuelta al mundo— la joven J., de origen coreano, para “sensibilizar sobre la cuestión del racismo sin complejos que tiene lugar en este momento”.
Como muchas otras personas de origen asiático, la mujer constató que estaban siendo objeto de insultos, ataques y actitudes racistas por el coronavirus y por la costumbre de amalgamar a la población asiática.
“La amenaza del virus tiene que tomar una forma, hay que representarla para perfilarla. Es el modelo de las fobias. También es una práctica paranoica, en el sentido de que el otro es obligatoriamente malo: ‘No voy a tocarlo, tengo que contraatacar’”, analiza Samuel Dock.
Para Patrick Rateau, profesor de Psicología social en la Universidad de Nîmes y coautor de Los miedos colectivos, esta “voluntad de estigmatización” es como una “necesidad natural o innata: buscamos un culpable”, argumenta. Esta voluntad “se multiplica” con el factor miedo. “El miedo reduce el espacio para el razonamiento, toma caminos que son más simples y accesibles, y que suelen basarse en estereotipos”, apunta. “Es sencillo: estamos nosotros, los sanos, por un lado, y los demás, por el otro”, resume.
Por muy lamentables que sean estas actitudes, históricamente siempre han existido. Anne-Marie Moulin señala, en una entrevista con el diario francés Le Monde, que “este tipo de reacciones irracionales son habituales en todas las epidemias”, como las de peste o de cólera. “El chivo expiatorio es una constante. En una gran catástrofe, el primer movimiento es acusar al otro (…). Para canalizar las emociones populares, la población o su gobierno designan un objeto que permitirá transformar la angustia en miedo. De ahí el papel del chivo expiatorio”, detalla.
En parte, este rechazo se da porque “todo el mundo porta una angustia existencial, y en este caso se vierte sobre un chivo expiatorio, lo cual nos permite purgar nuestras emociones”, explica Moulin, que tacha de comportamiento desproporcionado lo que está ocurriendo con la epidemia del coronavirus.
Queda por saber cómo vamos a reaccionar cuando ese ‘otro’ del que huimos o al que designamos como chivo expiatorio sea nuestra pareja, nuestro hijo, nuestro colega. “Esa es la cuestión: cómo vivir en familia en esta época tan narcisista”, se pregunta Samuel Dock.
Este psicólogo vislumbra dos posibilidades. La primera, para las personas más “hipocondríacas”, será “una postura de desafío, incluso hacia su propia familia, que no durará más que un tiempo”. La segunda será la percepción de “la familia como una válvula de escape, otro cuerpo al que proteger, por oposición al cuerpo enfermo”, concluye.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Francia y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano