¿Cómo damos de beber a 8.600 millones de personas?
Dotar de agua potable y segura a toda la población mundial no es una tarea fácil, pero la estamos haciendo.
Con las tendencias de crecimiento actuales, para 2030 seremos en el mundo 8.600 millones de personas. Uno de los objetivos de Naciones Unidas para ese año, es que toda esa gente tenga acceso a servicios de agua y saneamiento.
Si miramos los números actuales, es evidente que estamos aún bastante lejos de la meta, especialmente en los países en desarrollo. Y que factores como el cambio climático, el crecimiento de las ciudades y la sobreexplotación agrícola complican el panorama.
En algunos casos, los problemas de acceso a fuentes de agua confiables y seguras han generado ya lo que los especialistas llaman “estrés hídrico”. Es decir, cuando la demanda supera a la disponibilidad de agua, o esa disponibilidad es de baja calidad.
Si consideramos solo el estrés hídrico, la ONU calcula que hay 2.000 millones de personas afectadas. A eso hay que sumarle que el 80% de las aguas residuales vuelven a mares y ríos sin tratamiento, y que casi mil millones de personas no tienen instalaciones sanitarias.
Para que haya agua y saneamiento de calidad, necesitamos fuentes seguras y sostenibles, sistemas que la transporten hasta las personas y tratamientos de aguas residuales para reducir su impacto sobre el medioambiente.
Esta es la tarea que se ha impuesto la Organización de Naciones Unidas como parte de los Objetivos de Desarrollo Sustentable, una hoja de ruta que apoyan 193 países de todo el mundo y que se comprometieron a completar antes de 2030.
“Agua limpia y saneamiento” es, de hecho, el objetivo número seis (de un total de diecisiete). Con 40% de la población mundial con poco o ningún acceso a agua potable o instalaciones adecuadas para disponer de las aguas residuales, la necesidad de acción es urgente.
Tanto que Naciones Unidas declaró el periodo 2018-2028 como “la década de la acción por el agua”, un programa en el que participan decenas de países y organizaciones, y que incluye todos los frentes: desde la formulación de políticas hasta la tecnología de punta.
La urgencia del problema se hizo aún más relevante durante los últimos doce meses, en los que todos hemos estado amenazados por un virus contra el que nos recomiendan, entre otras medidas, lavarnos frecuentemente las manos.
La falta de agua durante la pandemia en algunas zonas del mundo ha hecho especialmente vulnerables a las mujeres, quienes han sido las principales proveedoras de cuidados a personas infectadas.
De manera que si antes de la pandemia, la falta de acceso al agua potable era un problema, hoy en día es un llamado de atención urgente a combatir la pobreza, superar injusticias y contribuir de manera efectiva a la igualdad de género.
Por eso en FONPLATA - Banco de Desarrollo trabajamos junto a nuestros países miembros (Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay) para asegurarnos de que sus ciudadanos puedan tener agua potable y un manejo adecuado de las aguas residuales.
En Argentina vamos a financiar un programa que, además de atender el problema del agua, busca generar empleos y asegurar la protección del medio ambiente, en el Área Metropolitana de Buenos Aires, el conglomerado urbano más grande del país.
Este proyecto es, además, un ejemplo de que cuando hablamos de los problemas de acceso al agua, no se trata únicamente de comunidades remotas y aisladas. En nuestras grandes ciudades también tenemos ese desafío.
Estas tareas implican también cuidar la fuente de origen de esas aguas. Así, por ejemplo, en Uruguay, estamos ejecutando el proyecto de preservación de la Cuenca del Río Santa Lucía, uno de los principales afluentes del Río de la Plata.
También en Brasil apoyamos el crecimiento de las llamadas ciudades intermedias (menos de 200 mil habitantes) con financiamientos para extender las redes de distribución de agua potable y el alcantarillado.
Tener agua potable en casa y contar con las instalaciones adecuadas para disponer de las aguas residuales significa mejor calidad de vida para la gente, menos riesgos en poblaciones vulnerables y mejores capacidades para enfrentar crisis sanitarias.
El Objetivo de Desarrollo Sustentable 6 de Naciones Unidas nos marca un objetivo y una ruta. Depende de todos nosotros (organismos de desarrollo, gobiernos y agencias internacionales) asegurarnos de que se convierta en realidad.