Ciudadanos Gabilondos
Lo peor que le puede pasar a un país, a una sociedad, es la división, antesala del enfrentamiento.
Hace ya más de un año que padecemos una pandemia mundial de origen viral que ha provocado cientos de miles de muertos a lo largo de todo el planeta. España está siendo uno de los países que se ha visto más afectado. Durante meses, los encomiables esfuerzos de los ciudadanos para hacer frente a la crisis sanitaria se vieron, en buena medida, acompañados por las preocupaciones y decisiones adoptadas por nuestros representantes públicos y responsables gubernamentales.
Aunque se manifestaron discrepancias entre ellos, que podríamos considerar lógicas o normales en un régimen democrático y, por tanto, pluralista, la vida pública discurrió por los cauces propios de una situación de emergencia como la que nos ha tocado vivir. Más allá de que podamos criticar alguna decisión del Gobierno central o de algún Gobierno autonómico, o de que nos pueda parecer un exceso la prolongación durante tanto tiempo de un estado excepcional, el de alarma, hasta el punto de que prácticamente nos hayamos acostumbrado a vivir en él, con los riesgos que ello conlleva para la normalidad constitucional, lo cierto es que las respuestas, tanto a nivel privado como público, del país —de sus gentes y dirigentes—, merecen ser reconocidas.
Hoy, gracias al proceso de vacunación en marcha, comenzamos a ver en el horizonte una luz, por tenue que aún sea, que nos señala la salida del oscuro túnel que seguimos atravesando. Sin embargo, también hoy constatamos cómo la furia populista, que tanto se beneficia del silencio que guardan los indolentes, se desata. La lucha por el poder, siempre presente, se ha desencadenado en los últimos tiempos, en efecto, y lo ha hecho haciendo saltar todas las alarmas que nos advierten del peligro que conlleva el enfrentamiento sectario y demagógico para la sana convivencia política y, sobre todo, social.
Los personajes más radicales, a diestra y a siniestra, han dado rienda suelta a su ira con el afán de dividir a la sociedad en bandos irreconciliables, de reminiscencia quasi guerracivilista. Las palabras se convierten muchas veces en balas. Los eslóganes simplistas aparentan encerrar algún pensamiento elevado, cuando, en realidad, son solo vacío, desnudas ansias de poder. En medio de ese estruendoso campo de batalla será muy difícil que la voz sensata, calmada y reflexiva, se pueda oír.
Por eso, en Madrid, donde se ha de librar la próxima gran lucha por el poder descarnado, aunque se disfrace de ese oxímoron llamado guerra cultural, será muy difícil que la voz de un candidato sensato, calmado y reflexivo como Ángel Gabilondo se pueda escuchar. Pero lo cierto es que ni Madrid ni España pueden seguir deslizándose por esta deriva polarizadora, de pequeños líderes y lideresas tribales, solo capaces de hacer lo más fácil —identificar un enemigo y vilipendiarlo—, y tan inútiles para la gran tarea de sacar, unido, el país adelante.
Por eso hacen tanta falta hoy Ciudadanos Gabilondos, que, desde la moderación, y con independencia de su adscripción a uno u otro partido político, sean capaces de tender puentes, sin que ello reste un ápice de firmeza a la defensa de los valores ampliamente compartidos que inspiran nuestra Constitución —la libertad, la igualdad, la justicia social, el pluralismo político—, fruto de aquel célebre consenso de la Transición que tanto echamos hoy de menos, pese a que haya quienes, de uno y otro lado, lo ignoren o denuesten.
En Madrid, caja de resonancia que tantas veces deforma la realidad diversa y, por lo general, más tranquila y sosegada, de los distintos territorios que componen España, va a haber mucho ruido —y mucha furia— en las próximas semanas. No hay que dejarse arrastrar por ellos. La dicotomía divisiva pretenderá señalar los límites de un campo de juego en el que o eres amigo o enemigo, de los nuestros o de los otros, de los buenos o de los malos… Juegos de niños que pueden acabar muy mal.
Nuestra responsabilidad, como ciudadanos responsables comprometidos con la cosa pública, no es menor: consiste en no dejarnos embaucar por esos discursos simplistas y facilones —populistas, en definitiva— que lo único que pretenden es situarnos en un marco mental de división y enfrentamiento. Justo lo contrario de lo que significa vivir en democracia, el reino de la moderación que posibilita el acuerdo en busca del interés general. Porque, dicho de manera simple y llana: aquí cabemos todos. Parece mentira que haya que recodarlo a estas alturas de nuestra historia.
Hacen falta, en efecto, Ciudadanos Gabilondos a uno y otro lado del espectro político, capaces de generar puntos de encuentro, de respetar unas reglas del juego que no solo están escritas, sino que también son implícitas, en tanto que herederas de un saber estar en política cuyo fin es la búsqueda del bien común.
Lo peor que le puede pasar a un país, a una sociedad, es la división, antesala del enfrentamiento, que acabará salpicando inevitablemente a familiares, amigos y conocidos. Alguna experiencia reciente tenemos ya con la desgraciada situación a que ha conducido el llamado procès en Cataluña, y de la que no parecen haber aprendido mucho los principales responsables de conducir de nuevo la vida política en este territorio.
Conviene que lo tengamos muy presente cuando en los próximos días los cazadores de votos nos busquen. Que conmigo no cuenten para profundizar en la división. Hace ya días que decidí ser radical. Radicalmente moderado. Aunque eso me cueste llevarme unos cuantos garrotazos, a uno y otro costado, en este duelo al que algunos/as, de uno y otro bando, nos quieren conducir. Hacen falta Ciudadanos Gabilondos.