Carlos Estévez, subinvestigador de la vacuna de Oxford: "Éticamente se ha considerado aceptable acelerar ciertos pasos"
El estudio desarrollado por esta universidad ha arrojado resultados esperanzadores en la primera fase de su ensayo clínico, logrando una respuesta inmunitaria frente al coronavirus.
A la carrera. La búsqueda de una vacuna pronta, segura y eficaz, capaz de combatir la covid-19, no cesa. La ciencia se vuelca en encontrar una cura en tiempo récord que ponga freno a la pandemia que se ha cobrado ya la vida de más de 600.000 personas en todo el mundo.
Durante las últimas semanas los avances de varios ensayos clínicos han resultado esperanzadores y, en concreto, uno de ellos ha destacado sobre el resto situándose a la cabeza del ránking. Se trata del estudio desarrollado por la Universidad de Oxford y que ha logrado, en una primera fase, generar una respuesta inmunitaria potente.
Un virus que causa resfriado en chimpancés
“La vacuna en sí consiste en un virus, denominado adenovirus, que causa resfriado común en chimpancés y que ha sido modificado genéticamente quitándole la parte que se replica y metiéndole ADN del coronavirus”, explica Carlos Estévez Fraga, neurólogo del Instituto de Neurología del University College London y subinvestigador en el ensayo de Oxford.
“Es decir, el virus se utiliza para expresar las proteínas pertenecientes al coronavirus, las mismas que le proporcionan esa apariencia espinosa como de corona. De manera que, con ello, se espera que quien reciba la vacuna genere anticuerpos, evitando (en teoría) el desarrollo de la enfermedad en caso de infectarse por SARS-CoV2”, añade.
Hasta el momento, los resultados publicados hacen referencia a la primera de dos etapas: la fase 1/2 del ensayo y en la que han participado 1.000 voluntarios.
“Tiene mucho valor la gente que se ha ofrecido a colaborar. Hay que ser muy claros con esto: los riesgos que se asumen son importantes”, destaca Estévez. “Solo se ha incluido a gente muy seleccionada. Sana y de entre 18 y 55 años. Es decir, con menos predisposición a desarrollar complicaciones”, matiza. “Cuando se demuestre segura, entonces se podrá abrir a otras poblaciones de mayor riesgo, que son en realidad las más afectadas y quienes deberían recibir la vacuna primero”.
Fase 2/3: prevenir la infección
Una vez superado este ciclo y tras los buenos resultados —anticuerpos neutralizantes e inmunidad celular—, el ensayo ya está inmerso en la segunda parte: fase 2/3, que esta vez ha reclutado a 10.000 voluntarios.
“Al principio se empezó a experimentar solo con trabajadores sanitarios por dos motivos: por un lado tienen más probabilidades de desarrollar la infección por su mayor exposición al estar en contacto con enfermos, y por otro, trabajando en el sector sanitario entienden mejor los riesgos y por qué es tan importante participar”, detalla el investigador.
“Hay que tener en cuenta que a la gente que forma parte del estudio se le hace una PCR semanal. Cada semana deben someterse a la prueba, enviarla por correo, acudir en ciertos momentos al centro... no olvidemos que es gente joven, que está trabajando. Supone un sacrificio”.
El problema, comenta, es que para cubrir el cupo de 10.000 individuos no había tanto personal sanitario y, además, cuando el ensayo en Reino Unido superó las fases regulatorias para empezar a probarse en humanos, los positivos comenzaron a descender vertiginosamente como consecuencia de las políticas de confinamiento. Hecho que imposibilitaba probar la efectividad de los resultados en la población.
“Si hay 0 casos es imposible observar los beneficios, como es lógico”, señala. Por ello, el testeo continuará en Brasil y Sudáfrica, dos países que a día de hoy cuentan con un elevado número de contagios.
La seguridad y fiabilidad de la inyectable es otro de los asuntos que más inquietan. “No se puede estar seguro al 100% de sus garantías”, reconoce Estévez. “Cierta experiencia indica que este tipo de vacunas son seguras, pero no lo puedes saber con certeza hasta que no lo pruebas en seres humanos”.
“El tema es que cada día mueren 5.000 personas. Estamos ante un problema de salud pública mundial brutal, por lo que éticamente se ha considerado que es aceptable acelerar ciertos pasos”, añade.
Si de media una vacuna puede tardar en salir entre 6 y 10 años, resulta obvio que para conseguir ésta habrán de saltarse algunos procedimientos. “Por ejemplo, en este caso no ha habido estudios toxicológicos —el proceso por el que se suministra una dosis masiva de vacuna a un animal—”, destaca. Pero recuerda que este mismo vehículo ya se ha utilizado para tratar otras epidemias anteriores como el Chikungunya o el Zika.
“Es un tema ético complicado. Yo creo que está justificado, pero por eso es tan importante comunicar los riesgos a las personas van a participar en el estudio”, advierte.
Hasta la fecha, la sintomatología de quienes ya han sido inyectados ha sido leve: “Algo de fiebre y un poco de dolor muscular que puede prevenirse con paracetamol. El único caso grave fue el de un voluntario que recibió placebo”, cuenta el neurólogo.
“Se ha conseguido el principal objetivo en la primera fase: demostrar que es segura y se producen anticuerpos. En la siguiente, se espera probar que la enfermedad no se desarrolla y que, por tanto, previene la infección”.
La duración de la inmunidad también es una incógnita. “Puede ser que los anticuerpos no duren eternamente. En ese caso a lo mejor habría que administrar una segunda dosis de vacuna”, plantea.
A pesar de los rápidos avances lo que parece claro es que, si los resultados continúan siendo positivos, hasta mediados del próximo año no contaremos con ella.
El tiempo apremia y la ciencia no descansa.