Caridad cristiana e inmigración ilegal
Es increíble que a muchos de los que están a favor de las devoluciones en caliente y que relacionan abiertamente a los inmigrantes ilegales con violadores y delincuentes luego no les importe definirse como católicos y abanderar propuestas de dicha religión en torno, por ejemplo, al aborto y la familia.
Por supuesto, a la mínima que se les critica por su incoherencia, rápidamente responden con argumentos pueriles como si lo opuesto a su postura fuese defender las ilegalidades o la apertura de fronteras de par en par para que cualquiera pudiese entrar a nuestro país. Por supuesto, yo no defiendo esta última solución.
Ahora bien, controlar los flujos migratorios no es un problema nuevo. De hecho, ni siquiera se está viviendo un pico en la actualidad. El debate público al respecto de este asunto responde a intereses electorales y al objetivo de desestabilizar la zona euro más que a la llegada masiva de inmigrantes a nuestras costas. No hay más que comprobar los últimos datos divulgados por Frontex, que asegura que la inmigración ha descendido notablemente en los últimos años en comparación con el pico obtenido en 2015 al coincidir con la etapa más dura de la guerra de Siria.
Por otro lado, es importante interiorizar el mensaje de que los inmigrantes y los refugiados no salen de sus casas y arriesgan su vida para llegar a Europa por capricho o por el afán de delinquir. Estamos hablando de que la gente que llega a nuestro país lo hace para escapar de la muerte o la miseria, algo que es perfectamente legítimo y muy humano. Por lo tanto, en estos casos, las devoluciones en caliente únicamente supondrían que estas personas deberían de buscar otro momento para volver a intentarlo. No creo que tras cruzar varios países o atravesar un continente, una persona pueda cambiar de opinión respecto a su viaje solamente porque no lo haya conseguido en el primer intento.
Hablando en plata, las devoluciones en caliente son un mecanismo para que sigan intentando entrar hasta que o bien lo consigan o bien mueran en las aguas del mediterráneo. Una solución cortoplacista que únicamente contribuye a aumentar el número de muertos en nuestras costas y sustituye el precepto católico de "amarás al prójimo como a ti mismo", por el de "sólo amarás al prójimo que sea de tu mismo país".
Desgraciadamente, la política del miedo está de moda. Muchos medios y políticos sin escrúpulos alertan de que los inmigrantes nos quitarán los empleos, dispararán los índices de delincuencia y colapsarán los servicios públicos. Este discurso es muy fácil de hacer y da muchos votos y clicks, pero denota una gran irresponsabilidad.
Por supuesto, la mayor parte de responsabilidad para solucionar este embrollo recae sobre los estados, que deberían cooperar entre ellos para reubicar equitativamente a los refugiados, dotar de mejores medios a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que velan por la seguridad de nuestras fronteras, ayudar al desarrollo de los principales países emisores de emigrantes y combatir a las mafias que se lucran de con este drama humanitario.
Propuestas que desde UPYD y otros partidos llevamos años reclamando en las instituciones europeas pero que, desgraciadamente, han sido bloqueadas en el Consejo por algunos estados miembro como Italia o Hungría, los cuales, paradójicamente, luego son los que culpan a Europa de ser el causante de la 'crisis migratoria'.
Sin embargo, los políticos no son los únicos que pueden hacer algo. Cada uno de nosotros debería desenmascarar las fake news difundidas por la extrema derecha, combatir los prejuicios contra el inmigrante por el mero hecho de ser 'de fuera' o tener otra cultura y empatizar con las vidas humanas que están en juego.
Como dijo recientemente el Papa Francisco, todos tenemos la "responsabilidad moral" de "acoger, proteger, promover e integrar a quienes llaman a nuestras puertas en busca de un futuro seguro para ellos y para sus hijos".