Cañas contra antifascistas: ¿por qué perdimos como siempre luchando como nunca?
El mito de que una alta participación siempre beneficia a la izquierda volvió a quedar desmontado.
Las esperanzadoras señales que los avances de participación parecían mandar a la izquierda pronto se desvelaron como mero ruido, susurros que, al menos, lograron mantener con la ilusión intacta durante toda la jornada a militantes y simpatizantes de las diferentes fuerzas de izquierdas. El mito de que una alta participación siempre beneficia a la izquierda volvió a quedar desmontado. El clima de expectación solo se extendió por la lentitud en el comienzo de un escrutinio que pronto dejó patente la terrible derrota sufrida por el bloque de izquierda, logrando Isabel Díaz Ayuso un éxito sin paliativos. En las próximas líneas trataremos de explicar a través de las narrativas y los marcos comunicativos por qué, cuando vimos más cerca lograr el cambio en la Comunidad de Madrid, en realidad solo estábamos ante una ficción colectiva.
En primer lugar, el marco siempre estuvo en manos de Ayuso (MAR). El combate de marcos, esos “comunismo o libertad” y “democracia o fascismo” con los que hemos convivido desde las amenazas de muerte a Pablo Iglesias y otros dirigentes políticos, nunca fue tal.
Como le ocurría a los interlocutores del Principito, la izquierda ha sido víctima de una ilusión, observando un sombrero en vez del elefante dentro de la serpiente. Este elefante, invisible ante nuestros ojos, pero en el que siempre estábamos pensando de manera inconsciente, toma forma bajo la dicotomía “restricciones o bares”, un marco prácticamente invencible en una sociedad donde los ciudadanos han dado paso a los consumidores.
Lo único que podía debilitar esta estrategia eran las apelaciones a nuestros mayores, a la gestión de la pandemia mediante un planteamiento en defensa de la moral colectiva y familiar de la ciudadanía madrileña. Sin embargo, el “antifascismo” pronto desplazó a la sanidad del foco, colocando a la izquierda ante un abismo del que ya no podía escapar.
En segundo lugar, debemos volver al “democracia o fascismo” entonado por la izquierda. Un marco cargado de épica, sin duda, pero la épica no sirve de nada sin un público al que dirigirse. Mientras Ayuso ha logrado apelar a sus votantes y a los que no lo son —queda para la posteridad el regreso del cinturón azul— significando la libertad con la ausencia de restricciones, la izquierda no ha podido llegar más allá de sus activistas, a los que pese a todo debemos de agradecer el gran esfuerzo realizado durante la campaña.
Si el conjunto de la izquierda ha sido presa de un marco fallido, el PSOE es quien ha pagado la cuenta del error . A la errática campaña socialista se ha unido para desdicha de todos los socialistas un escenario muy polarizado, perjudicando a las opciones más moderadas de cada uno de los bloques. No es casualidad que Ciudadanos haya desaparecido de su principal feudo tras las elecciones generales de 2019 y que el PSOE haya perdido un tercio de su electorado.
Hay un tercer y último factor de peso. La identificación nacional, uno de los tipos de identidad colectiva más poderosos en el juego político, ha tenido un papel fundamental en Madrid. Ayuso ha logrado construir un sentimiento de pertenencia a la comunidad madrileña a través de una noción de libertad marcadamente neoliberal. Su defensa de la libertad individual por encima de cualquier tipo de moral colectiva quiebra con el nacionalcatolicismo light tradicional en el Partido Popular, erigiendo un nacionalpopulismo cuyo mayor parentesco se encuentra en Cataluña. Recuperando aquel célebre el Gobierno es el problema de Reagan, ha sido capaz de llevarlo más allá de lo económico, presentando al Gobierno español como barrera al desarrollo madrileño. Frente a esta efectiva —y peligrosa— construcción de identidad colectiva, la izquierda ha propuesto una identidad cívica que se ha demostrado como insuficiente a todas luces.
Con todo lo visto y dicho, ¿podía la izquierda ganar anoche? Hubiera sido prácticamente un milagro. Las campañas electorales son muy relevantes ante el cada vez mayor número de indecisos, pero no se producen en el vacío. El liderazgo de Ayuso, construido durante meses hasta el punto de posicionarla como líder de oposición a nivel nacional era difícil de responder desde la izquierda. Con Gabilondo algo ausente durante la legislatura y Unidas Podemos sin liderazgos fuertes, solo Mónica García ha logrado erigir un perfil alternativo al de Ayuso.
De cara a la siguiente oportunidad, 2023, la izquierda debe repensar cómo enfrentarse a un relato tan poderoso como difícil de contrarrestar. Ahora, al menos, ya ha visto que el sombrero que creía tener ante sí no era otra cosa que la “libertad” de muchos madrileños dentro los bares. La épica antifascista poco o nada tiene que hacer frente a las cañas con las que Ayuso y MAR han sido capaces de estructurar un discurso que les ha llevado a rozar la absoluta. Tal vez, una de las propuestas en las que debe pensar la izquierda pasa por recuperar a la patria como un elemento de cohesión, integración y movilización. Sin el desarrollo de una identidad nacional progresista desde el Gobierno, la izquierda tendrá difícil competir en una España marcada por el auge de los nacionalismos y los regionalismos.