Lo imposible se hizo posible: un mes de guerra en Ucrania, sin paz en el horizonte

Lo imposible se hizo posible: un mes de guerra en Ucrania, sin paz en el horizonte

El 24 de febrero, Putin invadió un país vecino, soberano, en su afán de recobrar la vieja gloria. La vida de 41 millones de ucranianos se dio la vuelta. La del resto del mundo se resiente.

Hijos de trabajadores médicos se protegen con una manta en el refugio de un hospital de Mariupol, el pasado 4 de marzo. Evgeniy Maloletka via AP

Parecía imposible, una exageración, augurios inflamados entre enemigos. Que no venía el lobo, vaya. Pero vino: hace un mes, Vladimir Putin lanzó la temida invasión sobre Ucrania, dejando a analistas y politólogos con la mandíbula desencajada y a los ucranianos, con la vida dada la vuelta. Hasta la muerte, hasta la fosa. El presidente de Rusia quería tomar el país en 48 horas pero hoy la guerra está estancada, en parte por mala planificación del Kremlin y en parte por la sorprendente resistencia ucraniana, encabezada por ese líder insólito en que se ha erigido Volidimir Zelenski.

Un mes de muerte, destrucción y éxodo, de sufrimiento de los inocentes que pagan todas las contiendas, de historia manipulada y delirios de grandeza, de negociaciones que no llevan a ningún lado pero que, de hacerlo, cambiarían el modelo de seguridad de Europa, y de sanciones como nunca antes se habían visto, de propaganda e información en vivo en las redes. Los diarios y directos de la prensa encallan, con el virus del conflicto largo inoculado en los titulares. No hay horizonte de alto el fuego, así que de paz ni hablamos. Lo único concreto, tangible, es el infierno.

Donetsk, Lugansk y la “operación militar especial”

El 24 de febrero pasado, el presidente de Rusia reconoció la independencia de las repúblicas separatistas de Donestk y Lugansk, en el este de Ucrania, en la conocida como región del Donbás. Ambas zonas estaban en guerra con Kiev, la capital, desde 2014, y desde entonces las milicias rebeldes estaban aparadas por la ayuda de Moscú. Poco después, Putin dio orden al Ejército ruso para que se desplegase en ambos territorios “para mantener la paz”. La guerra, o la “operación militar especial”, an palabras del Kremlin, estaba lanzada.

Una hora antes de la intervención televisada del líder ruso, Moscú hablaba aún de mantener vivos los Acuerdos de Minsk (2014-2015) y la diplomacia seguía trabajando. Ese escenario fue demolido con cada una de sus palabras. Como justificación de la invasión, Putin calificó a Ucrania como un estado neonazi, que estaba llevando a cabo genocidios en la zona del Donbás. Por eso, uno de sus objetivos, dijo, es la “desnazificación” de Ucrania. Al día siguiente, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, Rusia ahondó en la idea, llamó a los mandatarios de Ucrania “banda de drogadictos y neonazis”. 

El otro gran objetivo reivindicado por Putin fue impedir que Ucrania forme parte de la OTAN, en su camino de ampliación al espacio postsoviético. “La elección de la seguridad no debe suponer una amenaza para otros estados. Y la adhesión de Ucrania a la OTAN es una amenaza directa a la seguridad de Rusia”, dijo literalmente.

El presidente ruso expuso su versión de la historia de Ucrania, que obviamente tiene mucho en común con Moscú, pero obviando los años de independencia de la nación. Ucrania siempre fue parte de Rusia y hay que rehacer la historia. Un discurso que va bien a sus intereses expansionistas y que calienta el corazón de quienes añoran la URSS y su poderío, pero que esencialmente no es verdad.

Las fuerzas rusas comenzaron a entrar en Ucrania por distintos frentes: el Donbás, en la zona controlada por los separatistas prorrusos; Crimea, anexionada unilateralmente en 2014 por Moscú y nunca recuperada por Ucrania; Bielorrusia, donde gobierna el satélite Alexandr Lukashenko, y su propia frontera común con el vecino. Los ataques se extendieron por tierra, mar y aire.

Esto no es lo esperado

La guerra relámpago con la que el Kremlin quería acabar con el Gobierno de Zelenski y apoderarse del país -más para convertirlo en una marioneta que para ocuparlo- no existió. Dos días, decían los medios rusófilos. Para nada. La invasión, con el paso de las semanas, ha entrado en una fase más larga, compleja y peligrosa para la vida de los ciudadanos. La estrategia original apuntaba a una toma rápida de Kiev para derrocar o hacer huir al presidente e instaurar un gobierno amigo en la capital. De esta forma, podría imponer el cese de hostilidades que mejor le viniera.

La resistencia ucraniana, los problemas logísticos del Ejército ruso y las masivas sanciones occidentales, casi paralizantes para mover la segunda maquinaria defensiva más grande del planeta, han sacudido por completo los escenarios del conflicto que se barajaban hace un mes. La pregunta ahora es con cuánto se saciará Putin, ya que está visto que todo lo no podrá tener. Hasta las Naciones Unidas se lo han hecho ver.

“Ha fracasado (el ejército ruso), hasta la fecha, a la hora de lograr sus objetivos originales” pues “se ha visto sorprendido por la magnitud y ferocidad de la resistencia ucraniana”, asegura un parte de Inteligencia británico difundido por el Ministerio de Defensa. Los rusos están teniendo “problemas” para superar los “desafíos” que plantea ese país y para progresar, “bloqueados” por la falta de maniobrabilidad, que ha sido “explotada expertamente” por las fuerzas ucranianas.

En este mes, no ha caído ninguna de las diez principales ciudades de Ucrania. Rusia está teniendo problemas para lograr la supremacía del cielo, porque aunque dijeron que habían acabado con las defensas antiaéreas ucranianas, la realidad lo desdice. Está intentando ahonar en el control que ya tiene en parte del Donbás y en Crimea y conectando pasillos importantes hacia el Mar Negro, donde esta misma ha iniciado el asalto de la estratégica Odesa.

El Ejército se ha puesto a atacar grandes ciudades, en un intento de aplastamiento civil que lleve a Zelenski a la rendición. En Kiev ya están creciendo los ataques, especialmente en los suburbios del sur y noroeste, incluso con las complicaciones de avance por tierra y esa serpiente de blindados que fue de las imágenes más repetidas de los primeros días de contienda disgregada en las afueras. La capital aún está a salvo, entre otras cosas, por la tenacidad de civiles armados y con escasa formación que se han quedado a pelear.

Mariupol es la ciudad más golpeada. Medio millón de personas han estado cercadas, casi sin agua ni alimentos. Los periodistas de AP que estaban dentro, los únicos ojos internacionales para contar su asedio, han mostrado al mundo las colas para un pan inexistente, los barreños de agua vacíos, las morgues llenas, ataques indiscriminados contra objetivos civiles -crímenes de guerra- como el de una maternidad.

Pero en la hermandad del horror, Mariupol no está sola. Nos vamos aprendiendo la geografía de Ucrania a base de bombardeos: Chernígov y Jersón están casi sin comida ni medicinas tras la intensificación de los ataques, Zaporiyia y Sumy no descansan, en Leópolis se recrudecen los golpes aéreos por ser nudo defensivo y estar cerca de suelo OTAN -Polonia- y Chernobil contiene el aliento con la central en manos rusas y constantes incidentes de electricidad.

Vienen recuerdos de Grozni (Chechenia) y de Alepo (Siria), de cómo Rusia se ha empleado en otros lugares, rodeando ciudades y aniquilándolas desde el cielo. Se teme el mismo destino para las ucranianas, si la guerra no se frena pronto. Los corredores humanitarios, que se empezaron a pactar cuando la guerra llevaba unos diez días, se abren de forma intermitente, sin que cesen las hostilidades y con denuncias de deportaciones a suelo ruso, por lo que tampoco son una solución.

Los infames números

La guerra de propaganda también existe, así que los datos son, ahora y siempre, parte del armamento de los dos bandos. Aún así, Naciones Unidas, organizaciones mundiales de derechos humanos y la prensa internacional -presente en esta guerra europea como en pocas otras, con cinco informadores ya muertos, 35 heridos y uno desaparecido- están aportando datos escalofriantes de las consecuencias de esta guerra. Al menos 953 civiles han muerto y otros 1.557 han resultado heridos desde que Rusia lanzó una guerra contra Ucrania el 24 de febrero, según la oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH). Entre los asesinados hay al menos 40 niños.

“La mayoría de las bajas civiles registradas fueron causadas por el uso de armas explosivas con una amplia área de impacto, incluido el bombardeo de artillería pesada y sistemas de lanzamiento de cohetes múltiples, así como ataques aéreos y con misiles”, explica este organismo, presidido por Michelle Bachelet, en un comunicado en el que también reconoce que “las cifras reales son considerablemente más altas, especialmente en el territorio controlado por el Gobierno y especialmente en los últimos días, debido a que se ha retrasado la recepción de información desde algunos lugares donde se han producido fuertes hostilidades”. El escenario es más negro de lo que se ve.

  Anastasia Erashova llora mientras abraza a su hijo en un pasillo de un hospital de Mariupol, el 11 de marzo del 2022. Su otro hijo murió días antes en un ataque ruso. Evgeniy Maloletka via AP

Hay informaciones de Naciones Unidas, de Human Rights Watch o Amnistía Internacional que sostienen que Rusia está usando armamento prohibido en la contienda y que está atacando deliberadamente a civiles -hay referencias de bombardeos a colas del pan, a mercados, a escuelas y hospitales-, por lo que Ucrania ha formalizado una denuncia en Corte Penal Internacional (CPI), que se ha declarado competente para estudiar el caso. La amenaza del empleo de armas nucleares por supervivencia, sostiene Rusia, está sobre la mesa. Ya hay constancia, según EEUU, del empleo de misiles hipersónicos, el primer uso conocido de tales misiles en combate.

Más de diez millones de ucranianos, de los 41 millones que componían su población al inicio de la contienda -hace un mes, sólo hace un mes- han tenido que abandonar sus hogares en busca de un lugar seguro. La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) confirmó que casi 3,5 millones de personas han escapado a otros países, siendo gran parte de ellos mujeres, niños y personas mayores. Los varones en edad de combatir están forzados a quedarse.

Más de dos millones de los refugiados llegaron a Polonia, mientras que cientos de miles se repartieron en los demás países limítrofes como Hungría, Eslovaquia, Moldavia y Rumanía. Todos tienen el sueño de regresar a sus hogares, más temprano que tarde, pero ahora mismo se enfrentan a la mayor desde la Segunda Guerra Mundial en Europa. Están desorientados, desubicados, en centros temporales. La Unión Europea ha acelerado los procesos de asilo y les ha dado acogida ilimitada -algo que ha generado también cierta incomodidad porque las comparaciones con refugiados de otros orígenes son odiosas- y en los países receptores se trata de escolarizar a los niños rápido para darles algo de normalidad.

El éxodo se ha ralentizado ligeramente en las últimas dos semanas, pero no se detiene y existe la preocupación de que se acelere repentinamente por los recientes ataques rusos sobre el oeste ucraniano, una región que era considerada segura y que cobijaba a los desplazados internos, que son otros seis millones largos de personas.

  Mapa de refugiados de la guerra en Ucrania a 23 de marzo de 2022.EPDATA

Las mujeres que se han echado sus familias encima se están enfrentando en los países de recepción a un nuevo peligro: el de las mafias de la trata de personas y la prostitución. “El desplazamiento, la caída repentina en la pobreza extrema, la viudedad, la pérdida o la separación de los miembros de la familia y muchas otras características de este conflicto están creando un número incontable de mujeres vulnerables cada hora”, avisa la ONG World Vision, ente otras.

En lo económico, y con cifras de hace una semana, el primer ministro de Ucrania, Denis Shmygal, ha informado de pérdidas por valor de 565 billones de dólares (unos 515.000 millones de euros). “Estos son los fondos que se necesitarán para reconstruir nuestro Estado, tanto a expensas de Rusia como de nuestros socios”, dijo.

Las sanciones y sus consecuencias

El mundo le ha dado la espalda a Putin, salvo algunas neutralidades parciales, a la china. Tras la invasión, en pocas horas, la UE, EEUU y otras potencias como Reino Unido, Australia o Japón, fueron encadenando tandas de sanciones que empezaron suaves y fueron creciendo en intensidad, en paralelo al descaro del ataque. Han llegado hasta lo nunca visto antes, ni cuando Rusia se anexionó Crimea ni cuando ha perseguido a opositores, por ejemplo.

Rusia ha recibido cerca de 4.000 sanciones desde el reconocimiento de la independencia de las regiones del Donbás, según Castellum.AI, una base de datos mundial de seguimiento de sanciones. Las sanciones en respuesta a la guerra de Ucrania han hecho que el número de sanciones de Rusia supere las 6.000. Antes del 22 de febrero, Rusia estaba sujeta a menos de 3.000 sanciones, la mayoría de ellas en respuesta a su anexión de Crimea en 2014. En comparación, Irán ha sido objeto de 3.600 sanciones en la última década, la mayoría en respuesta a su programa nuclear y su apoyo a organizaciones terroristas. Siria, Corea del Norte y Venezuela completan los cinco países más sancionados.

Cada uno de los pasos dados por Occidente ha ido destinado a infligir un mayor impacto a la economía rusa y a los “oligarcas” que respaldan a Putin. Algunas de las principales sanciones son la congelación de los activos del banco central ruso, la exclusión de la mayoría de los bancos rusos del sistema de pagos SWIFT, la prohibición por parte de EEUU de las importaciones de petróleo y gas rusos y el hecho de que Alemania haya suspendido el proceso de aprobación del gasoducto Nord Stream 2.

Las sanciones coordinadas, unas de las más duras de la historia, ya han paralizado la economía rusa, haciendo que el rublo caiga a mínimos históricos frente al dólar. La semana pasada, el país no pudo hacer frente al pago de 117 millones de sus intereses de deuda, porque se le ha vetado el pago en dólares.  Grandes multinacionales, como Apple, BP, McDonald’s y Volkswagen, han cerrado sus puertas o suspendido sus operaciones en el país. La mayor parte de las sanciones recientes se han dirigido a individuos rusos, pero también han sido confiscados algunos barcos y aviones pertenecientes a oligarcas rusos. Incluso en España.

Hasta el propio Putin ha reconocido que su economía se está resintiendo. Lo que no se sabe es hasta cuándo aguantará, porque el presidente se metió en la guerra sabiendo que estas consecuencias podrían llegar, con cálculos hechos, más allá de sus aires del pasado imperial.

En lo político, Naciones Unidas aún no ha conseguido una resolución de condena a la agresión a Ucrania en su Consejo de Seguridad. Ni lo va a conseguir: Rusia es uno de sus miembros permanentes, tiene derecho a veto e impedirá que cualquier texto condenatorio salga adelante.

Los boicots en el mundo de la cultura o el deporte no hacen mella. Para Putin, como el que oye llover. Más daño hace la creciente contestación interna. Como se lee en las pancartas de medio mundo, “Rusia no es Putin” y los ciudadanos que no comulgan con su presidente y su guerra están protagonizando heroicas protestas para denunciar que no quieren una guerra en su nombre, en la que están muriendo además soldados cuyos cuerpos ni siquiera se recuperan. En la retina quedan gritos como el de la periodista que se juega la libertad por sacar un cartel o el chico detenido por portar sencillamente un papel en blanco.

La ayuda exterior: el debate de hasta dónde

Esta guerra ha cambiado en un mes algunas de las líneas maestras de la defensa europea de décadas. La agresión es tan bestial, tal a las puertas de casa, genera tal alerta ver cómo se cortan las barbas del vecino, que ha tocado mover ficha. Por primera vez en su historia, la UE ha decidido organizar y financiar, con 500 millones de euros, el aprovisionamiento de armas en una guerra en un país tercero. Ese fondo, que empezó a funcionar en 2021 y que en siete años contará con 5.000 millones de euros, está al margen del presupuesto comunitario y se nutre de aportaciones de los Estados miembros. También se ha aprobado un paquete por valor de 1.200 millones de euros en ayuda financiera a Kiev.

Luego, cada país ha ido decidiendo qué material mandaba. Hemos visto el debate en carne propia, en España, que empezó comprometiendo ayuda no letal -sanitaria, en su mayoría-, para finalmente entender que la gravedad de la situación obligaba a ir a más, incluso por encima del recelo de parte del gabinete, la parte de Unidas Podemos. Básicamente, se han mandado lanzagranadas tipo C-90 o Alcotán, fabricados por la empresa española Instalaza, así como ametralladoras ligeras y cartuchos de diversos calibres. Una ayuda revisable conforme avance la contienda.

Todos los aliados de la OTAN han duplicado ya sus destacamentos en el este de Europa, en países cercanos a Ucrania como los bálticos (Letonia, Lituania, Estonia), o Polonia y Rumanía. En estas semanas ha sido reiterada la petición del Gobierno de Kiev de que entren los atlánticos par ayudarles contra Rusia, pero desde su cuartel general en Bruselas siempre se responde lo mismo: “Tenemos la responsabilidad de asegurar que este conflicto no tiene una escalada más allá de Ucrania”. Ha habido intentos de suministrar ayuda decisiva dando algunos rodeos, pero Washington los ha frenado, por ser altamente peligrosos.

Esto significa que no habrá ni botas sobre el terreno ni una zona de exclusión aérea, con la que tendrían que derribar seguramente aviones rusos, iniciando una nueva fase de expansión de la guerra que, avisa EEUU, podría llegar a una Tercera Guerra Mundial. Tampoco e ve con buenos ojos la petición polaca de mandar una fuerza OTAN de paz, pero con capacidad defensiva si se ve atacada. Zelenski ha pedido ayuda también a Israel, sin respuesta sobre su Cúpula de Hierro.

El miedo a un incidente que acabe tocando suelo OTAN está ahí, como el riesgo de que Pekín se incline por Putin y le dé apoyo económico y militar, algo denunciado por EEUU y negado por China. También hay temor a que el Kremlin, buscando recuperar lo perdido en tiempos de zares y de URSS, no se conforme con Ucrania y golpee en el resto del espacio postsoviético que un día dominó (Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Estonia, Georgia, Kazajistán, Kirguistán, Letonia, Lituania, Moldavia, Rusia, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán).

El conflicto ya está internacionalizado a otra escala porque, dice el Ejecutivo de Kiev, unos 16.000 voluntarios internacionales han llegado para engrosar las filas de su ejército. Mismo número de sirios, añade Moscú, que se van a enrolar con los suyos. A ellos se suman los 10.000 chechenos e incontables bielorrusos que han estado con el Kremlin desde el día uno de la ofensiva.

Las negociaciones: 15 puntos para empezar

Las negociaciones entre Kiev y Moscú se vienen desarrollando desde el primer fin de semana de la guerra, sin periodicidad fija ni sede estable. Ha habido videoconferencias, encuentros en Bielorrusia y, el más alto, una cita de cancilleres en Turquía. El Financial Times avanzó el 16 de marzo un documento de 15 puntos que estaría sirviendo de base a los contactos, pero precisamente ante tal exhibicionismo de informaciones, los equipos han sido desde entonces más prudentes.

El estancamiento del avance ruso y el reconocimiento de Ucrania de que no podrá entrar en la OTAN -las puertas no estaban abiertas, dice Zelenski- han llevado a las partes a ponerse a hablar en serio, porque la guerra necesita un fin. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, dijo el martes que hay “progreso diplomático” en varios asuntos clave del conflicto que debe ser “suficiente” para que se declare ahora mismo un cese de las hostilidades y se avance a una negociación seria.

Lo más jugoso que el Kremlin puede conseguir en estos momentos es la neutralidad de Ucrania. “El estatus de neutralidad (de Ucrania) se está discutiendo ahora seriamente en conjunción, por supuesto, con las garantías de seguridad”, precisó el canciller ruso, Sergei Lavrov, hace un semana. Es el compromiso que estaba en sus reclamaciones pre y bélicas. Cuando se celebró la primera ronda de negociaciones entre las partes, Dmitri Peskov, portavoz del Kremlin y hombre de confianza de Putin, dijo que los ataques militares se detendrían “de inmediato” si Ucrania cambiaba su Constitución para aceptar alguna forma de “neutralidad”, en lugar de una aspiración a entrar en la OTAN. Se barajan opciones como el modelo sueco, finlandés o austríaco.

La otra salida hipotética de las negociaciones es que Ucrania se desprenda de Donetsk y Lugansk, los reconozca como independientes, y asuma que Crimea ya es de Rusia, no suya. Esto crearía un corredor entre el sur y el este de país por el que mandaría Moscú, directamente o mediante Gobiernos amigos, con el que se podría conformar Putin y venderlo como una victoria.

Las dos opciones obligan a cesiones por parte de Kiev que hoy, al menos de palabra, no está dispuesta a aceptar, pero su aguante tiene un límite y en las próximas semanas la destrucción puede ser tal que obligue a partir -otra vez países hechos trozos- para salir vivos.

  El cuerpo de una persona yace en una calle de Irpin, tras un ataque ruso, el pasado 6 de marzo. Diego Herrera Carcedo via AP

Las consecuencias mundiales

Esta guerra es de todos, como dice Zelenski, y sin daños físicos, sin muerte, está repercutiendo en todo el mundo. Un mes después de la invasión, la economía vive al ritmo del conflicto y de sus consecuencias, desde la subida de los precios de las materias primas hasta el riesgo de los efectos colaterales de las sanciones a Rusia.

El conflicto ha disparado los precios de las materias primas, empezando por el petróleo. El barril de Brent del Mar del Norte valía 90 dólares en febrero y alcanzó los 139,13 el 7 de marzo, el nivel más alto desde la crisis financiera de 2008. Desde entonces se ha mantenido muy volátil. La subida se nota en las gasolineras, obligando a muchos países a tomar medidas, como las rebajas fiscales en Suecia o la limitación de precios en Hungría.

A diferencia de EEUU, la Unión Europea, muy limitada por su dependencia de Moscú, decidió de momento no imponer un embargo a los hidrocarburos rusos, aunque quiere independizarse de la energía rusa en 2027. La pelea se inicia en el Consejo Europeo de este mismo jueves y viernes. En la estela de los precios de la energía, los metales producidos en Rusia, como el níquel o el aluminio, también se han disparado hasta niveles sin precedentes, provocando un aumento de los costes de producción. También han vuelto las rupturas en las cadenas de suministro, sobre todo en la industria del automóvil, como ya ocurrió con la pandemia de covid-19.

“La guerra en Ucrania significa hambre en África”, advirtió el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la ONU alertó de un “huracán de hambrunas”. El conflicto actual implica a dos superpotencias agrícolas, Rusia y Ucrania, que representan el 30% de las exportaciones mundiales de trigo, por lo que la subida de los precios de los cereales y del aceite fue inmediata.

La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) advierte que, si la guerra continúa, entre 8 y 13 millones de personas suplementarias podrían sufrir desnutrición en todo el mundo.De momento ningún barco está saliendo de Ucrania y la siembra de primavera podría ser entre un 25% y un 40% inferior a lo habitual. Aunque Estados Unidos, India y Europa podrían sustituir parte del trigo que faltará, la situación es más compleja para el aceite de girasol y el maíz, de los que Ucrania era el primer y cuarto exportador mundial, respectivamente.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) prevé una reducción de un punto en el crecimiento económico mundial por el impacto de la guerra y el FMI tiene previsto rebajar su previsión, actualmente de 4,4% para 2022. Y el 18 de marzo, el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD), el FMI y el Banco Mundial dijeron estar “profundamente preocupados” por “la ralentización del crecimiento, las interrupciones del comercio” y un impacto especialmente grave en “los más pobres y vulnerables”.

Son previsiones realistas, insisten, porque la guerra no tiene visos de acabar pronto. Un mes es una vida, pero vendrán más si las negociaciones no avanzan. Ni siquiera hay un alto el fuego para hablar sin ruido, sin sirenas, sin explosiones, sin -más- llanto de fondo. Quedan días de nuevas embarazadas con el bajo vientre reventado y un niño muerto en su interior, antes de morir ella misma; de críos que lloran solos y sin consuelo, en un país extraño; de ciudadanos alucinados por la pérdida de su hogar.

El infierno sigue.

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Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.