Terremoto en Méjico: ahora ya sé qué es el miedo
Lo confieso: me asustó el sismo. Caminar a paso apresurado por los pasillos de mi trabajo mientras se iba la luz sí me hizo sentir insegura. Pero cuando salí del metro, al regresar a casa, ahí sí tuve miedo.
Llegué al andén del metro Miguel Ángel de Quevedo alrededor de las 3:30 pm, casi dos horas después del sismo. Estaba vacío. Dudé en quedarme, ¿qué tal que no hay servicio? Empezaba a maquilar ideas de cómo regresaría a casa cuando creí escuchar una alerta sísmica. Una señora, que no sé de dónde salió, me tomó del brazo: falsa alarma. Era una alerta ámber desde las pantallas del metro. "¿A quién se le ocurre eso ahora?", me dije.
Ya en el vagón, alguien grita: "Huele a quemado". Ya iban dos. Puros nervios colectivos que salieron caros: nos quedamos detenidos en un túnel como media hora. Y de ahí, estación en estación, minutos de espera... Me bajé estaciones antes y preferí caminar.
Gran error. A mi paso encontré lo que solo conocía de las películas y documentales. Gente llorando desesperada en las banquetas, que no se atrevía a regresar a su casa. No era para menos: las calles estaban llenas de vidrios, pedazos de ladrillos o cuerdas improvisadas con mecates y ropa, de por aquí no pase, que hay peligro.
Mientras avanzaba me encontraba con más y más caos. Cada tres edificios había alguno con daños. No podía creerlo.
Lo peor estaba por llegar: el edificio derrumbado en la calle de Gabriel Mancera me hizo sentir en una zona de guerra. Saqué mi celular para tomar fotos; las manos me temblaban.
Una persona me pidió que le cuidara a su hija, necesitaba entrar a un edificio dañado para sacar sus cosas. Me vinieron a la mente infinidad de películas, ¿y si ya no regresaba? "Mejor las acompaño", le dije. No pasamos del primer piso: después del primer descanso de las escaleras ya no había pared... Se me hizo un hueco en el estómago.
Más adelante, otro edificio había perdido todo un lado: como si lo hubieran rebanado. Ya había autoridades ahí, los vecinos en las banquetas abrazando maletas. Todos se irían con familiares o vecinos, ahí ya no estaban seguros.
Yo quería caminar más rápido para llegar a casa pero era imposible: el eje 5 parecía la escena de una película, había tanta gente de un lado a otro que no se podía avanzar. Y en todas partes alguien pedía ayuda. No había manera de negarme, aunque cada vez me alejara más de mi casa.
Jamás he llamado a nadie en un temblor, asumo que no pasará nada, que ellos me contactarán, no hay que colapsar las líneas telefónicas, me digo. Ahora, lo que más deseaba, era llamar a mi mamá que vive en Villa Coapa, a unos pasos de las escuelas reportadas como destrozadas...
No sé cómo, pero después de casi 3 horas, llegué a casa, cuando el trayecto del metro a pie no me lleva más de 10 minutos.
No había daños: solo libros tirados por doquier. Ni luz ni internet ni nada. Mi celular prácticamente se había quedado sin pila.
Salí de nuevo: tenía que llamar a casa de mi mamá a como diera lugar.
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