1-O: Un aniversario con mesa y sin mecha
Solo el enemigo común, en forma de detención de Puigdemont, puede volver a unir al independentismo.
Solo faltaban ocho días para que el independentismo celebrara el cuarto aniversario del referéndum del 1 de octubre y Puigdemont fue detenido en Cerdeña. El presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, voló hacia allí rápidamente para escenificar que está a su lado frente a un Tribunal Supremo que decidió mantener activa la Euroorden cuando ya muchos la daban por anulada. Un día después, la Plaça Sant Jaume estaba llena (5.000 personas, aún lejos de los mejores días del independentismo) y Jordi Cuixart, presidente de Òmnium y uno de los presos indultados por el gobierno, gritaba a pleno pulmón y espoleado por las masas: “¡Lo volveremos a hacer!”.
¿Estaba el independentismo recuperando la unión que exhibió cuando montó el referéndum en el que votaron dos millones de personas? Nada de eso (después lo veremos), pero sí que mandaba un aviso de que cualquier mecha en forma de lo que interpreten como represión puede servir para que la movilización vuelva a presionar por la autodeterminación en las calles, aunque ya hubo una gran movilización pacífica durante la diada del 11 de septiembre, de nuevo no a la altura de los años previos al referéndum pero recuperando el pulso perdido con la pandemia y los indultos.
El 1 de octubre debe ir en la misma línea: movilización de decenas de miles, sí, pero con un desgaste que la aleja de la fuerza de los años previos al procés o de la época de la sentencia y el Tsunami. Una nueva detención de Puigdemont, como ha pedido Llarena a las autoridades italianas, podría precipitar una nueva mecha.
“¡No a la mesa!”, gritaban el viernes los manifestantes, mientras Cuixart elevaba el tono de desconfianza hacia la misma. “Nos están liando, diálogo sí, pero solo si paran la represión”, decía, aunque el Gobierno español no tiene capacidad de frenar la euroorden del Supremo. “Cuando Cuixart dice que lo volveremos a hacer, le falta decir cómo”, cuestionaba al líder independentista Dolors Bassa, presa indultada de Esquerra y exconsellera, en una entrevista con El HuffPost, al tiempo que expresaba su deseo de “un gesto del Gobierno español” en octubre que confiaba pudiera ser el de poner a un mediador en la mesa, asunto que por ahora no ha comentado el Ejecutivo públicamente.
El espejismo de una vuelta al espíritu del uno de octubre duró muy poco. Tan solo seis días después, el debate sobre política general en el Parlament de Catalunya no solo volvía a poner en escena las rencillas entre los tres partidos independentistas de los que depende la estabilidad del Govern, sino que la CUP todavía echó algo más de gasolina al fuego interno del independentismo, que lleva años compartiendo objetivo pero enganchado en rifirrafes sobre una estrategia que nadie sabe muy bien cuál es.
Fue el diputado Carles Riera quien plantó un cactus populista en el hemiciclo, consciente de que las calles tienen una prisa por la independencia —la que sus líderes fomentaron en 2017— que no cuadra con los dos años que se han dado los tres partidos en el pacto de investidura para ver si avanza la mesa de diálogo con el gobierno español hacia algún lugar y, en caso de no hacerlo, preparar “otro embate democrático” que no se concreta muy bien. Ni corto ni perezoso, pidió al Govern que ponga fecha a un nuevo referéndum. Y de paso metió en un buen marrón a la presidenta del Parlament, Laura Borrás, que al aceptar a trámite la propuesta se expone a un recurso de inconstitucionalidad de la oposición.
Esquerra y Junts votaron contra la propuesta de la CUP, mientras que Esquerra votó junto a comuns y PSC (y sin Junts) seguir con la mesa de diálogo. Vamos, que el independentismo ya casi nunca vota en bloque cuando se trata de estrategia.
Un objetivo y tres partidos a la gresca
Mientras, el Gobierno de Sánchez, vigilado por la oposición constitucionalista y la extrema derecha, sigue viviendo de la paz social que le concedieron los indultos y no ha dado ningún paso hacia el único objetivo que sí que une a los tres partidos independentistas: el derecho a la autodeterminación y la amnistía a los presos, un perdón que reconozca que el uno de octubre no fue un delito y que por tanto vaya más allá de los indultos. Aunque el independentismo está unánimemente de acuerdo en esos dos objetivos, los tres partidos siguen a la gresca por la estrategia para conseguirlos, aunque las alternativas a la mesa de diálogo que plantean CUP y Junts nunca quedan muy claras.
A día de hoy, Esquerra, partido que se ha convertido en el más votado del independentismo y que tiene en el presidente de la Generalitat a su principal valedor, es el único partido convencido en apostar por la mesa de diálogo con el Gobierno español. La apuesta tiene el aval de las encuestas, aunque es la menos ruidosa en las calles, que cuando gritan es para cuestionarla. Así, los líderes del partido aceptan las críticas por la falta de calendarios, mediadores y compromisos del Ejecutivo central para trazar una hoja de ruta. Pero lanzan una pregunta que nunca recibe una respuesta clara de los otros partidos. “Si no hay mesa de diálogo, ¿cuál es la alternativa?”, decía Dolors Bassa a El HuffPost.
La CUP, que está fuera del gobierno pero apoyó la investidura de Aragonès, responde que poner fecha a un referéndum, pero cuatro años después del 1-O casi nadie confía en que repetir la jugada que fracasó entonces pueda tener éxito ahora. “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando diferentes resultados”, dice una frase atribuida a Albert Einstein que en verdad no se sabe muy bien quién pronunció. Y Junts, aunque se desmarca de la propuesta de la CUP, también lo ha hecho de la mesa de diálogo.
El partido de Puigdemont decidió mandar a la mesa de diálogo a una mayoría de políticos que no formaban parte del Ejecutivo y Esquerra decidió dejarlos fuera considerando que la propuesta faltaba a la visión institucional del diálogo. El partido heredero de Convergència, más rupturista ahora que una Esquerra pragmática, sigue errático y populista jugando más al reproche que a la propuesta, por mucho que entrara en la coalición aceptando la mesa de diálogo aunque no se la creyera.
Los choques entre los tres partidos independentistas son constantes y hacen tambalear la estabilidad del Ejecutivo. Hace poco el foco estaba entre los dos partidos de gobierno; ahora, en la distancia de estos con la CUP.
La ampliación de El Prat, otro golpe en la unidad del independentismo
Más allá de la metadiscusión sobre la estrategia, la mesa de diálogo y los pasos a seguir, el pacto por la ampliación del aeropuerto fue otro buen golpe para la coalición y su imagen. En esta ocasión, fue Junts quien estaba con el PSOE en la línea del acuerdo, mientras que Esquerra dijo sentirse engañada cuando se enteró de que el proyecto tocaba al espacio natural de la Ricarda. El esperpento llegó cuando el partido se sumó a unas protestas contra un acuerdo en el que él mismo había participado.
Las juventudes del partido, en la línea de la CUP y de En Comú Podem, se oponían a cualquier tipo de ampliación por considerar que insistía en un modelo económico de explotación turística y del territorio insostenible ante los retos de la crisis climática. Total, que el gobierno de Pedro Sánchez acabó frenando la ampliación y hace días la acabó de descartar... aunque este jueves el Parlament se haya posicionado a favor de su ampliación con una propuesta de Junts y PSC y el voto en contra de ERC.
¿A la búsqueda del PSC?
Sin cualquiera de las tres patas independentistas (Junts, Esquerra o la CUP, desde fuera del Ejecutivo), el Govern se cae y habría que buscar otras, que podrían estar en En Comú Podem o en el PSC, acercamiento que hoy en día podría aún costarle caro a Esquerra si se cansa de los berrinches de Junts y la CUP. Por ahora, no hay que olvidar que en Madrid también dependen del apoyo de Esquerra para aprobar los presupuestos y desde el partido independentista reconocen las “primeras conversaciones informales” para pactarlo.
Puede parecer de locos si uno lo compara con la foto de hace cuatro años, pero a día de hoy Esquerra parece tener más sintonía y menos pollos con el PSC que con Junts. No hay que olvidar que también el Ejecutivo de Sánchez depende de los votos de Esquerra cuando no obtiene los de Ciudadanos en el Congreso de los Diputados. Pero el reloj del partido de Junqueras y Aragonés hace tic-tac hacia el plazo de dos años y, para entonces, necesita entregar alguna victoria en la mesa a sus votantes. La prisa no es ahora consejera protagonista del independentismo catalán.