¿Tiene Europa miedo a la solidaridad?

¿Tiene Europa miedo a la solidaridad?

Pensaba yo que algún tipo de frontera ideológica podía la izquierda levantar para detener no a los refugiados, sino a quienes de tan ignominiosa, mezquina, miserable manera les tratan. Comportamiento que, de persistir, podría llegar a ser calificado de crimen de lesa humanidad.¿Ingenuidad por mi parte? La ONU ya se ha pronunciado calificando el vergonzoso acuerdo UE/Turquía contrario al derecho internacional humanitario

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Foto: Refugiados y migrantes se avalanzan para conseguir comida durante el reparto de alimentos en el campo de refugiados de Idomeni, situado en la frontera entre Grecia y Macedonia. EFE/Yannis Kolesidis

A principios de 1999, unos meses antes de ser elegido diputado al Parlamento Europeo, publiqué en la prensa nacional un artículo de título similar al que encabeza estas líneas. Sostenía en él que la culminación de la guerra fría y el fin de las certidumbres ideológicas estaban causando en Europa un retorno a las fuentes de identidad, como la etnia y la nación. La desconfianza hacia el inmigrante, la xenofobia, el racismo se abrían paso en ese contexto y afirmaba que la izquierda europea debía abanderar la solidaridad, conjugando la defensa de los derechos de los inmigrantes con la regulación racional de los flujos migratorios.

Hasta finales de 2014 y durante las tres legislaturas que trabajé en la Eurocámara, junto a muchos otros compañeros de izquierda, hice lo posible para impulsar esos objetivos. Considerando a Europa una potencia civil (y civilizada) imbuida de valores y principios que debían facilitar la traducción de su gigantismo económico a términos políticos éticamente respetables, instando a que actuara en las relaciones internacionales en calidad de tal -lo que implica la consolidación de una posición singular que recalca el uso de los instrumentos diplomáticos antes que los coercitivos, el papel central de la mediación a la hora de resolver conflictos y el compromiso de compartir nuestros logros y valores con los países y pueblos allende nuestras fronteras- creí que entre todos (o entre casi todos nosotros,europeístas convencidos, y no sólo los socialistas) lo conseguiríamos. Erré.

Lo constato estos días penosos en que la Unión trata a los centenares de miles de refugiados como a infraseres, objetos que no sienten (sarcasmo: la Constitución alemana incorporó en 2002, en su artículo 20: "El Estado tiene la obligación de proteger los fundamentos naturales de la vida de los animales en el interés de futuras generaciones"). Lo constato al conocer que el presidente del Parlamento (no el Parlamento, que felizmente se ha indignado), mi compañero, el socialdemócrata Martin Schulz, ha dado su aprobación previa al ignominioso, deleznable acuerdo pactado (afortunadamente aún no firmado) entre la Unión y Turquía para producir mayores sufrimientos indecibles a las oleadas de condenados de la Tierra que huyen de la guerra (¿recuerdan: "Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles..."?).

Jean Monnet, uno de los padres fundadores, decía que "nada es posible sin los hombres, pero nada es sostenible sin las instituciones", pero en estos meses aciagos unos y otras, mejor dicho algunos y algunas, están traicionando los principios y valores de los padres fundadores y de millones de ciudadanos europeos. Donald Tusk, el polaco y cínico actual presidente del Consejo Europeo, ha dicho, con ánimo (inútil) de disuadir a los condenados del planeta de que se acerquen a nuestras costas: "No vengáis. Es en vano". Digno heredero del en su día presidente de Polonia, Lech Kackynski, quien de similar cínica manera, espetó en 2006: "Queremos aprovechar nuestra presencia en la UE para fortalecer el Estado-nación". Lejana intención de los valores de los otros tres padres fundadores Schuman, Adenauer o De Gasperi.

Muy en consonancia, sin embargo, con el obsesivo, fanático propósito de vuelta a la etnia y la nación. Al patriotismo espuriamente entendido, esto es, degenerado de su origen o naturaleza. De ahí las lógicas reacciones de personas ilustres, serenas, racionales. Joseph Roth: "El patriotismo ha asesinado a Europa". Borges, con dulzura, aseguraba que el patriotismo es la menos perspicaz de las pasiones, al tiempo que Rubert de Ventós escribía que "no hay nada más letal para la Humanidad que el instinto de pertenencia" (en un artículo en El País, 19-03-1994, de significativo título: Yo defiendo la nación por motivos ilustrados). El dramaturgo austriaco Franz Grillparzer (1791-1872) no albergaba duda alguna: "De la humanidad a la bestialidad por el camino de la nacionalidad", al tiempo que Pau Casals se preguntaba: "El amor por el propio país es algo espléndido, pero ¿por qué el amor ha de pararse en la frontera?"

Como sostiene el historiador británico John Elliott, hay que estudiar historia, porque la ignorancia conduce al recelo y al odio.

Pensaba yo que algún tipo de frontera ideológica podía la izquierda levantar para detener no a los refugiados, sino a quienes de tan ignominiosa, mezquina, miserable manera les tratan. Comportamiento que, de persistir, podría llegar a ser calificado de crimen de lesa humanidad.¿Ingenuidad por mi parte? La ONU ya se ha pronunciado calificando el vergonzoso acuerdo UE/Turquía contrario al derecho internacional humanitario, que, obviamente, es asimismo opuesto al propio derecho europeo.

Al presidente del Europarlamento, mi compañero socialdemócrata Shulz, le gustan los clásicos.

Le brindo -por si le conmueven y pide perdón por el absurdo error cometido- estos párrafos de la Antigüedad. En su recreación de la obra homérica y refiriéndose a la llegada de Eneas y sus exhaustos compañeros náufragos a la costa de Libia, tras huir de Troya, Virgilio le hace exclamar en la Eneida: "Unos pocos hemos podido llegar a vuestras playas. Pero ¿qué raza de hombres es esta, cuál es esta bárbara nación que tolera tales costumbres? ¡Se nos veda refugiarnos en la costa! ¡Nos mueven guerra y no nos permiten desembarcar en la primera tierra que vemos! Si menospreciáis a los hombres y las armas mortales, pensad al menos en los dioses, atentos a lo justo y a lo injusto" (versos 538-540).

La historia y la literatura reflejan cómo la hospitalidad y la solidaridad eran sagradas en el antiguo Mediterráneo. En un bellísimo artículo, José Ángel Valente nos recordó hace años cómo la Odisea narra la llegada a la costa de los feacios del héroe maltrecho. Un río desemboca en el litoral y Odiseo invoca a la divinidad fluvial: "Vengo a ti huyendo de Ponto y de Poseidón. Es digno de respeto, aun para los inmortales dioses, el hombre que se presenta errabundo, después de pasar muchos trabajos." El río se detiene, apacigua las olas y salva a Odiseo. Cuando Nausica, hija de Alcinoo, rey de los feacios, encuentra al héroe, dice a sus esclavas: "Este es un infeliz que viene perdido y es necesario socorrerle, pues todos los forasteros y pobres son de Zeus y un exiguo don que les haga les es grato." (La cultura mediterránea y los náufragos de la miseria, El País, 20-11-1996).

Por cierto, en la mitología griega (en este tema, Grecia siempre en el corazón) se sostiene que Leteo, uno de los ríos del Hades (la región del inframundo, morada de los muertos) tenía extrañas propiedades: beber de su agua provocaba un completo olvido. ¿Habrá injerido sus aguas el presidente del Parlamento y olvidado la doctrina histórica de la socialdemocracia a propósito del tema que nos ocupa?

Tal vez le ayudará a volver en sí este párrafo de Muñoz Molina: "Igual que existe la xenofobia, que es uno de los mayores venenos de la historia humana, existe, por fortuna, la xenofilia, palabra que no sé si está en el diccionario, pero que sería urgente incluir: el gusto por conocer y disfrutar lo que no se nos parece, por no dejar que le crezca a uno ese caparazón de crustáceo mental de quién solo sabe amar lo que considera que es suyo, lo que cree que le corresponde por privilegio de su nacimiento". (La mirada de fuera, El País, 18-05-2014). La palabra continúa sin estar presente en la última edición del diccionario de la RAE e ignoro si aparece en su equivalente germano, pero no importa porque todo está claro. Como dijo en 2014 José Mujica, aún todavía presidente de Uruguay, tenemos que empezar a pensar como especie. ¡Ah! y como sostiene el historiador británico John Elliott, hay que estudiar historia, porque la ignorancia conduce al recelo y al odio.