Adiós Tour, adiós
Alejandro Valverde, el siempre agresivo y valiente corredor español, rompió a llorar en la meta de Alpe d'Huez. Él, que lo ha ganado casi todo, repetía que este podio es lo que había perseguido toda su vida. Era el sueño de un niño de un pequeño pueblo de Murcia llano y caluroso.
Para algunos resultó sorprendente ver a Alejandro Valverde, el siempre agresivo y valiente corredor español, romper a llorar con una emoción incontrolada en la meta de Alpe d'Huez. Rodeado de periodistas, apenas podía construir la imagen y responder a las preguntas.
Él, que lo ha ganado casi todo, paradigma del ciclista absoluto, capaz de brillar durante todo el año, desde las primeras pruebas de la temporada, pasando por las clásicas de primavera, el Tour y la Vuelta, hasta la finalización en el mundial; el corredor español, uno de los más completos de la historia de este deporte en nuestro país, que atesora seis podios en la Vuelta a España (carrera que venció en 2009), que acumula seis medallas en los mundiales, que ganó tantas Flecha Valona como Eddy Merckx, y otras tantas Liejas, y ha sido en varias ocasiones número 1 del ránking mundial de la UCI, repetía ayer, llorando a trozos, que este podio es lo que había perseguido durante toda su vida y que le había costado "muchísimo, muchísimo sufrimiento".
Era el sueño de un niño de un pequeño pueblo de Murcia llano y caluroso, que imaginaba que algún día llegaría a ser ciclista; y, como todo chaval que sueña con ser ciclista, el sueño tenía por escenario los Campos Elíseos en la capital francesa, subido a un podio dorado y retratado en una imagen que año a año pasa a formar parte de la historia, la de los tres primeros clasificados en la mejor carrera del mundo, el Tour de Francia.
El Tour se ha acabado, pero permanecerán las dudas sobre el resultado final, sobre quién ostenta la superioridad en el ciclismo actual. Descartada una lucha a cuatro de la que se cayeron Alberto Contador, quién no pudo lograr su desafío personal de ganar Giro y Tour el mismo año, y Vincenzo Nibali, que logró un meritorio cuarto puesto y la victoria en la cima de La Toussuire, a la última semana se llegó con un duelo a dos entre el británico Froome y el colombiano Quintana.
Del resultado de ese cara a cara se extraen al menos dos conclusiones de sobra conocidas y que han resultado determinantes en este Tour: la vital importancia del equipo y cómo las circunstancias de carrera pueden condicionar la clasificación. Quien se tome la molestia de ver las diferencias entre ambos a lo largo de la competición, observará que, en el mano a mano, Froome no fue superior.
Salvo escasos segundos conseguidos en diferentes momentos (crono inicial, muro de Huy y crono por equipos), el tiempo favorable al británico descansa sobre dos momentos cruciales: la exhibición realizada en el casi inédito Pierre de Saint Martín y la primera etapa en línea, en la que se benefició del corte generado por una de las caídas provocadas por los fuertes vientos del norte, que afectó al líder del Movistar y le hizo perder 1'28''. Así, frente a los 1'10'' cosechados en la frontera navarra en la primera etapa de montaña, Nairo obtuvo una renta de 1'58'' en las etapas alpinas.
En la retina de los aficionados quedarán muchas imágenes de este Tour, pero quizás una prevalezca: la de los dos líderes del Movistar, el mejor equipo, atacando juntos a 60 km de la meta en la Croix de Fer, en una apuesta táctica que vino a contradecir la opinión generalizada sobre el conservadurismo demostrado durante la carrera, dado que con ese movimiento se asumía el sacrificio de la tercera plaza de Valverde en pos de una victoria final de Nairo.
De lo que no cabe ninguna duda es de que, si Francia pretendiera crear una "marca Francia", el Tour sería uno de sus principales iconos. Cientos de miles de personas de todo el mundo asisten al espectáculo cada año, como de si una peregrinación se tratara. En esta masificación inevitable se esconde la lenta aparición, en los últimos años, de un fenómeno de transposición de un aficionado tipo hooligan, habitual en los espacios cerrados en estadios, pistas y canchas, a los territorios abiertos de las carreteras, pueblos y ciudades por los que transitan los ciclistas.
A pesar de ello, el ciclismo y sus imágenes tienen tanta fuerza que, después de haber disfrutado durante casi un mes de la belleza del paisaje, el colorido y el sacrificio de los ciclistas, y del calor que cientos de miles de aficionados aportan a este singular acontecimiento, uno espera con el interés del gastrónomo el postre final, que llegará en la próxima Vuelta a España.
Veo a Froome subir al podio en París, proclamándose vencedor de su segundo Tour, un Tour histórico con la mejor participación en décadas. Veo al británico rodeado del protocolo habitual, suena el himno, los corredores se hacen una última foto y siento ya, como muchos aficionados, que nos faltan 11 meses para volver a disfrutar de esta aventura compartida.