Educar es confiar en un desconocido
Te voy a proponer que recuerdes a una persona que haya confiado en ti sin reservas. Alguien que te haya acompañado en tus éxitos y fracasos, que haya creído en tus capacidades. Quédate con esa sensación. Es agradable, ¿verdad? Tu cerebro ha empezado a segregar oxitocina, la hormona que establece el vínculo entre un bebé y su madre. Algunos la han llamado "la hormona del amor" o de la confianza.
Imagina que vas a hacer un viaje y reservas un apartamento por internet. Pero al poco tiempo, la propietaria te dice que no, que no te lo alquila. Que prefiere no cobrarte nada, y que te invita a su casa.
Imagina que escribes un email a unos desconocidos para que te alojen en su casa al día siguiente. Y te contestan: "Estamos de viaje y no podremos recibiros, pero no hay problema, la casa la tenéis abierta".
Hace tres años, nosotros no podíamos ni imaginar que nos iba a ocurrir esto, que alguien a quien no conocíamos de nada iba a confiar tanto en nosotros como para abrirnos las puertas de su casa de par en par.
Pero el año pasado hicimos un viaje. Un viaje con nuestra hija Jara, que entonces tenía dos años. Un viaje en bicicleta, en unas bicicletas plegables. Recorrimos ocho países durante más de siete meses. Y en ese tiempo, decenas de personas nos mandaron mensajes de apoyo y nos ofrecieron su casa, una cama donde dormir o una cena caliente, sin pedirnos nada a cambio.
Hicimos ese viaje porque queríamos descubrir espacios de aprendizaje donde el juego, la colaboración y, sobre todo, la confianza, fueran el día a día de los niños y los jóvenes. Queríamos filmar un documental que sirviera para inspirar un cambio en la educación. Pero lo que no nos esperábamos era que la confianza que tantas y tantas personas depositaron en nosotros iba a cambiar nuestra forma de viajar, pero sobre todo, nuestra forma de vivir.
En realidad, nuestro viaje ha sido un curso intensivo para aprender a confiar. Hace casi cuatro años, cuando nació Jara, nuestra hija, éramos como cualquier madre o padre que no hace más que hablar de su recién nacido, que te enseña los vídeos del bebé aprendiendo a gatear... ¡Mira, su primer diente! ¡Su primer atornillador eléctrico! Y entonces te das cuenta de que, a partir de entonces, tienes una misión, que es hacer fotos. Y también, no menos importante, criar y educar a tu hija. Y te das cuenta de que no tienes ni idea de cómo lo vas a hacer.
Y eso es curioso, porque todos hemos estado allí, ¿no? Quiero decir, todos hemos sido niños. Debería ser fácil. Sólo hay que recordar lo que necesitabas cuando eras niño, y ya está. Sin embargo, no es tan fácil. Salvo para los demás. Es otra de las cosas de las que te das cuenta: puede que tú no sepas cómo educar, pero el resto de la gente lo tiene clarísimo. Y no hace más que decírtelo. Todo el mundo tiene su propia idea de cómo hay que educar a los niños. Y nosotros no íbamos a ser menos.
Así que hoy les queremos contar lo que hemos aprendido en este curso acelerado que ha sido nuestro viaje, y por qué pensamos que la confianza en los niños es una pieza clave en su educación.
¿Qué se siente cuando alguien confía en ti? Te voy a proponer que recuerdes a una persona que haya confiado en ti sin reservas. Alguien que, sin juzgarte, te haya acompañado en tus éxitos y en tus fracasos, que haya creído en tus capacidades. Quédate con esa sensación. Es agradable, ¿verdad?
Este verano hicimos una dinámica con un grupo de personas. Dividimos el grupo en dos. A las personas de un grupo les pedimos que cerraran los ojos. Y a los del otro grupo, que les guiaran, llevándolos de la mano, a través de unos obstáculos. Cuando preguntamos qué habían sentido, hubo consenso: los que tenían los ojos cerrados habían sentido confianza en el otro. Y los que guiaban, se habían cargado de responsabilidad. Responsabilidad y confianza yendo, literalmente, de la mano.
Saber que alguien confía en nosotros nos hace sentir bien, ¿verdad? Pero, ¿qué es lo que pasa en nuestro cerebro? Pasan muchas cosas, pero la más llamativa es que empieza a segregar una hormona, la misma que ayuda a establecer un vínculo afectivo entre un bebé y su madre. Algunos científicos la han llamado "la hormona del amor" o de la confianza. Se llama oxitocina.
Hay una charla TED muy interesante en la que el investigador Paul Zak habla de los efectos de la oxitocina, la que él llama la hormona "moral". Entre otras cosas, la oxitocina tiene el efecto de hacernos más responsables. Es como decirles a los demás: "Tú también puedes confiar en mí". Piénsenlo por un momento: si queremos que nuestros hijos y nuestros alumnos sean responsables quizás deberíamos empezar por confiar en ellos.
Una alumna de una escuela democrática holandesa que conocimos durante el viaje nos contaba que ella y un grupo de estudiantes de su escuela se habían dado cuenta de que uno de sus profesores estaba pasando una mala racha, y que el trabajo le desbordaba. Entonces, decidieron darle una sorpresa, y durante una semana se hicieron cargo de las tareas que él tenía pendientes.
Esto ocurrió en una escuela democrática, donde las relaciones entre niños y adultos se basan en la igualdad y donde los estudiantes pueden tomar la iniciativa. Pero normalmente, ¿confiamos en los niños? ¿Les permitimos tomar decisiones y descubrir cosas por sí mismos?¿O les atiborramos de órdenes, instrucciones y reglas que tienen que cumplir? ¿Les dejamos equivocarse y aprender de sus errores? ¿O les metemos miedo a las consecuencias antes de que siquiera lo intenten?
El año pasado, en Gijón, un niño nos contaba cómo, en una escuela donde había estado, una de sus profesoras había roto delante de sus compañeros su dibujo de un arcoíris porque tenía los colores al revés. ¿Se imaginan qué sintió este niño en ese momento...? ¿Vergüenza, miedo, frustración?
Cuando no confiamos en los niños, ellos no pueden confiar en nosotros. Y lo que es peor, no confían en sí mismos. Esto es lo que el profesor de Psicología Robert Rosenthal descubrió en el llamado "efecto Pigmalión": los niños que sienten que sus profesores confían en sus capacidades, mejoran su rendimiento escolar. Y los niños a los que les mostramos que no merecen nuestra confianza, tiran la toalla. Tiran la toalla, pero aprenden lecciones que no olvidarán en su vida: a rendir cuentas, a sentir vergüenza, a no salirse de la raya, a competir, o a tener miedo a equivocarse.
La confianza y el miedo son como el agua y el aceite: no se mezclan. En la batalla entre el miedo y la confianza, normalmente gana el miedo. El miedo nos paraliza. Pero, ¿qué sucede cuando la que gana es la confianza?
Sucede que nos atrevemos a salir de nuestra zona de confort, condición indispensable para aprender. Las conquistas sociales, culturales o científicas provienen de ahí, de salir de nuestra zona segura. Así es como hemos conseguido conquistar el cielo. Así es como unos chavales de un espacio de aprendizaje de Alicante construyeron, con sus propias manos, voluntariamente y sin buscar ningún premio más que su propia satisfacción, esta cúpula geodésica.
Antes de entrar en la escuela, todos nos hemos lanzado a descubrir el mundo, a caminar, a hablar, a independizarnos, que en realidad es más difícil que construir cúpulas geodésicas. Todo ello sin necesidad de manuales de instrucciones, sólo siguiendo nuestro instinto. Pero, en algún momento, nos sentaron frente a un pupitre y nos hicieron estudiar lo que tocaba, fuese la tabla del siete o los colores del arcoíris. Y con ello olvidamos lo que realmente nos motivaba y nos hacía sentir vivos.
Lo que creemos es que la educación se beneficiaría enormemente si tuviéramos más legisladores, más familias y más docentes que confiaran en las capacidades de los niños. Pero, ¿en qué consiste exactamente esto de confiar en los niños? ¿Cómo se pone en práctica? Resumiéndolo mucho, se trata de no suprimir su instinto, su curiosidad ni sus capacidades. No castigarles, no juzgarles. Permitir que se equivoquen y aprendan de sus errores.
Imagínense que de niños hubieran podido ir a un lugar en el que jugar y aprender con niños de diferentes edades, colaborando juntos. Ir a una escuela donde el aula fuese el bosque entero. Donde no hubiera media hora para el recreo, sino todo el tiempo del mundo para jugar, a cualquier hora. Un lugar donde relacionarse con los adultos desde un plano de igualdad, y donde sus opiniones fueran respetadas y sirvieran para decidir las normas de la escuela, o lo que se estudia cada curso, o incluso qué profesores se contratan. Una escuela que fuera como una segunda casa, una segunda familia.
Estos lugares existen. Algunos llevan muchas décadas educando a contracorriente, como Summerhill, en Inglaterra, que fue fundada en 1921. Hay cada vez más escuelas, incluso escuelas públicas, que están educando en la confianza. Y todas ellas son la prueba de que los niños, cuando confiamos en ellos, hacen de todo menos perder el tiempo.
Les presento a Laura. Laura Poitras estudió en una escuela que no tiene exámenes, ni notas, ni deberes, ni clases obligatorias. Fue ella, y nadie más, la que decidió en cada momento qué quería aprender y cuándo. El año pasado obtuvo el Oscar al Mejor Documental Largo, Citizenfour, una película sobre la polémica desatada por Snowden. No parece que Laura haya perdido el tiempo por no seguir el currículum.
Confiar en los niños, no sólo fomenta su responsabilidad, sino que les impulsa a aprender y a descubrir el mundo. Da igual que terminemos ganando un Oscar o no, a la postre, confiar en nosotros mismos nos ayudará siempre a superar nuestros límites y a enriquecernos.
La confianza es como una bicicleta: sabes que te llevará hasta donde tú quieras mientras no dejes de pedalear. A nosotros nos ha llevado a producir un documental, iniciar un proyecto educativo y compartir nuestra experiencia contigo, que ya es mucho más de lo que imaginábamos. No sabemos dónde más nos llevará. Quién sabe adónde podría llevarte a ti, porque a esta bicicleta se puede subir quien quiera que haya perdido el miedo a confiar.
No queremos terminar sin antes pedirte que imagines de nuevo. Que imagines que un día llama a tu puerta un desconocido. Es muy pequeño, y seguramente se parezca mucho al niño o a la niña que tú fuiste. ¿Te acuerdas cuando te pedimos que recordases a alguien que hubiera confiado en ti sin reservas? Pues bien, volviendo a ese pequeño desconocido, imagina, por un momento, a quién te gustaría que, pasados los años, recordara él. O ella.
Este texto pertenece a la ponencia de "Esto no es una escuela" en el evento TEDx La Laguna 2015, que puede verse aquí:
Este artículo está adaptado del original publicado en el blog de los autores.