¿Qué es el síndrome posvacacional?
Podríamos decir que el síndrome posvacacional es producto de una vuelta resignada a una vida en la que desarrollamos una actividad laboral obligatoria, ingrata o sacrificada. Esta percepción negativa se agrava cuando el entorno de trabajo es hostil. Aquellos que piensan que su trabajo es algo elegido, interesante y gratificante rara vez se mostrarán deprimidos al incorporarse tras las vacaciones.
Ilustración: Jennifer Tapias
El final del verano llegó. Al menos, para muchos de nosotros. Abandonamos esos días de relax y desconexión. La playa, la montaña, el trópico o el pueblo quedan atrás y no volverán hasta dentro de un tiempo. En algunos casos la vuelta a la cotidianidad implica un esfuerzo sobrehumano. Nada es realmente interesante o satisfactorio, la jornada laboral se hace interminable y sólo deseamos que se acelere el paso del tiempo. Muchos dicen que ahora toca enfrentarse con la vida real. Muchos sienten los síntomas de lo que llamamos síndrome posvacacional.
El síndrome, también denominado a veces estrés o depresión posvacacional, incluye síntomas tales como un estado anímico decaído, ansiedad, dificultades de concentración, irritabilidad, apatía, fatiga, insomnio o alteraciones del apetito. Sin embargo, la comunidad científica no sustenta la existencia de una entidad diagnóstica que como tal pueda ser denominada síndrome posvacacional. El concepto se refiere al malestar psicológico producto de la readaptación a la actividad laboral después de un período de desconexión. Por tanto, no es una enfermedad sino un proceso adaptativo que en ocasiones puede entrañar algunas dificultades.
Podríamos decir que el síndrome posvacacional es producto de una vuelta resignada a una vida en la que desarrollamos una actividad laboral obligatoria, ingrata o sacrificada. Esta percepción negativa se agrava cuando el entorno de trabajo es hostil, se sufre a un/a jefe/a incompetente o se tienen unas condiciones que consideramos injustas. Aquellos que piensan que su trabajo es algo elegido, interesante y gratificante rara vez se mostrarán deprimidos al incorporarse tras las vacaciones.
Tendemos a idealizar el verano, pero puede traer sensaciones agridulces. Tenemos una gran cantidad de tiempo libre que debemos gestionar. Sentimos que tenemos la obligación moral de disfrutar al máximo. Pasamos más tiempo con los nuestros y pueden surgir conflictos. En algunos momentos reflexionamos sobre la forma en la que vivimos y las elecciones que hemos hecho. Sea como sea, en algunos casos, septiembre puede ser complicado. No siempre volvemos llenos de energía.
No todos los que se reincorporan atraviesan las mismas dificultades o presentan los mismos síntomas. No existen soluciones universales aplicables a todos los casos. Cada persona es diferente y también lo es su contexto vital y laboral. Sin embargo, puede ser útil tener a mano una serie de pautas básicas para facilitar la transición.
1. Vuelve con unos días de antelación. No apures hasta el último minuto en tu destino. Un aterrizaje abrupto y directo en tu vida laboral dificulta la adaptación al nuevo contexto. Dedica al menos un par de días para adecuarte a la nueva situación.
2. Adecua los hábitos de sueño. No sólo los que atraviesan el charco experimentan jet lag. Aunque veranees en Cuenca y vivas en Madrid, los horarios cambian. Es hora de dejar las siestas de dos horas y comenzar a acostarse a una hora que garantice al menos siete horas de descanso. Regularizar el sueño y adaptar los hábitos a la vida laboral repercutirá en una mejor entrada en septiembre.
3. Recuerda que es temporal. Estás adaptándote a una realidad, abandonas un escenario para incorporarte a otro. El periodo de adaptación varía en función de múltiples factores, pero no deja de ser algo circunstancial. Si en el pasado disfrutaste de tu cotidianidad, nada debe hacer pensar que el estrés o apatía no se disolverán según vayas integrándote en tu nuevo día a día.
4. Pon el foco en lo positivo. Un componente importante es la percepción que tenemos de nuestra actividad laboral. Es posible que tu trabajo no sea tan gris y aburrido. Intenta apreciar los buenos momentos que ofrece tu profesión, disfruta de tus compañeros/as y no olvides que trabajar no es lo peor que te puede pasar.
5. Huye del sedentarismo. No mires a los botones del mando a distancia, evita el campo gravitatorio del sofá, saca fuerzas de flaqueza y explora la calle. Aunque te lo pida el cuerpo, procura no entrar en el círculo vicioso trabajo-sofá-cama.
6. Modera el consumo de alcohol y cafeína. Un consumo excesivo de alcohol puede agravar los síntomas depresivos y las bebidas excitantes pueden aumentar los síntomas ansiosos. No se trata de dejar radicalmente estos hábitos, sino de mantener un consumo moderado.
7. Planea el tiempo libre. Es probable que te hayas regodeado en el placer de los paseos al atardecer, enganchado a las novelas policiacas, sacado el festivalero/a que llevas dentro o descubierto que el arroz con bogavante se puede cocinar en casa. No será lo mismo, pero tu entorno puede ofrecer actividades muy disfrutables. Mantén el espíritu veraniego e intenta dedicar parte de tu tiempo libre a esos placeres que sueles asociar a las vacaciones.
8. Prepara el inicio de nuevas actividades. Septiembre es un mes fantástico para los buenos propósitos. Si llegas con las pilas llenas, enfoca esa energía en reengancharte en tus aficiones o inicia otras. Eso sí, no te obsesiones con las nuevas metas y prioriza el deporte a coleccionar búhos de porcelana.
9. Si no puedes, busca ayuda. El estrés posvacacional no suele precisar de un abordaje psicoterapéutico. Si la intensidad o duración de los síntomas así lo aconsejan, la problemática subyacente estaría intrincada en aspectos que van más allá del mero periodo de adaptación. No olvidemos que una persona no acude a terapia porque sufre de síndrome posvacacional, sino porque padece depresión, ansiedad o estrés y sus síntomas se manifiestan en las semanas posteriores a las vacaciones.