Pero, ¿qué nos jugamos en las elecciones generales?

Pero, ¿qué nos jugamos en las elecciones generales?

Da la impresión de que estamos abocados a unas nuevas elecciones generales. De los muchos aspectos que se podrían comentar, solo quiero fijarme en uno, bastante básico pero que suele pasar desapercibido. En realidad, ¿qué nos jugamos en las elecciones generales? Es decir, ¿hasta dónde pueden llegar el Estado-nación, su Parlamento y su Gobierno?

Da la impresión de que estamos abocados a unas nuevas elecciones generales. De los muchos aspectos que se podrían comentar, solo quiero fijarme en uno, bastante básico pero que (quizá por eso mismo) suele pasar desapercibido. En realidad, ¿qué nos jugamos en las elecciones generales? Es decir, ¿hasta dónde pueden llegar el Estado-nación, su Parlamento y su Gobierno? Si no respondemos bien a esta cuestión podemos caer en el idealismo, en la resignación o en la parálisis, tres consecuencias negativas de no ajustar correctamente las expectativas a la realidad.

Intento responder a esta pregunta en pasos sucesivos. Empleo para ello varios refranes, pero me apoyo en el trabajo reflexivo de un seminario de expertos provenientes de la universidad, de la empresa, de organizaciones no gubernamentales y de movimientos sociales. Convocados por entreParéntesis, han trabajado estas cuestiones en los últimos meses y acaban de publicar su documento conclusivo, que puede leerse aquí.

No pedir peras al olmo

Pensemos, por un momento, en la Cumbre sobre el Cambio Climático (COP 21 de París), en el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía sobre los refugiados, en la amenaza del terrorismo yihadista o en los papeles de Panamá. Todo ello muestra que hay dinámicas globales que desbordan el Estado: ni los problemas surgen en el ámbito estatal ni pueden encontrar solución con decisiones tomadas en ese marco.

Podemos identificar, al menos, estas cuatro grandes dinámicas globales. Primero, la competencia económica mundial y la demanda nacional de trabajo; segundo, la lucha contra la pobreza y las migraciones de personas; tercero, la dinámica financiera global y su impacto en la estabilidad de las naciones; y cuarto, las amenazas ecológicas transnacionales de la actividad económica.

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Todo ello apunta con claridad a los límites del Estado. Pero no conviene ir tan rápido, como si despreciásemos la capacidad de acción del Estado ante los retos globales. Claro que hay límites, pero también hay posibilidades. No conviene pedir peras al olmo, pero también hay que recordar que "más vale pájaro en mano que ciento volando". El pájaro en mano del Estado sí puede hacer cosas, y conviene orientarlas correctamente. Veamos cuatro posibilidades, entrelazadas y, al menos en parte, convergentes.

Ande yo caliente y ríase la gente

La primera posibilidad consiste en intentar sobrevivir en medio de la competencia global. Esto puede entenderse como puro egoísmo competitivo (por ejemplo, la decisión de Canadá de renunciar a los compromisos del Protocolo de Kioto, dado que Estados Unidos, su competidor más inmediato, no firmó tal pacto). Pero también puede entenderse como un razonable y responsable cuidado del bien común nacional. Por ejemplo, para asegurar la sostenibilidad de los servicios del Estado de bienestar (salud, educación, pensiones, asistencia social). Esto es básico y, si no lo asegura el Estado nacional, ¿quién lo hará?

Un grano no hace granero, pero ayuda al compañero

Otra cosa que el Estado puede hacer es contribuir, desde el cumplimiento de su misión propia, al fomento de alguna forma de bien común global. Después de la Cumbre de París, esto se puede ver muy claramente en la lucha contra el cambio climático. Y es que, de hecho, la consecución de los objetivos globales (que el aumento medio de temperatura no supere los 2ºC o, incluso mejor, no llegue a los 1,5ºC) depende totalmente de las contribuciones nacionales.

Vísteme despacio, que tengo prisa

En tercer lugar, los Estados pueden llegar a acuerdos intergubernamentales sobre la base de la soberanía nacional. En el último siglo, no han sido pocos los intentos y logros en esta dirección. Queda, sin embargo, la sensación de que el proceso es demasiado lento y demasiado frágil para los retos globales a los que estamos enfrentados. Además, en los últimos tiempos, vemos que las instituciones formales, como la ONU, están cediendo terreno a las menos formales, como el G20 o el Foro de Davos. Y, en todo caso, no bastan para establecer una gobernanza mundial adecuada y suficiente de la economía. A pesar de todo, convendría no acelerarnos en desmantelar lo logrado, con el riesgo de no conseguir nada mejor.

Conviene que yo disminuya para que otro crezca

Finalmente, los Estados pueden hacer una más decidida apuesta internacionalista y globalizadora, trabajando por construir instituciones que, de hecho, suponen cesiones de soberanía. El ejemplo más claro es la Unión Europea, que supone el mayor esfuerzo de gobernanza supranacional ensayado en la historia. Sin embargo, su nivel de control sobre las dinámicas globales es bajo y, ciertamente, no está ahora en sus mejores momentos. Si queremos realmente avanzar hacia la construcción de una autoridad política mundial que permita gobernar las dinámicas globales, podemos pensar en tres pasos concatenados: la reforma de Naciones Unidas para dotarla de una mayor capacidad de adopción de políticas y opciones vinculantes; una fase preliminar de concertación global que vaya más allá de un mero "multilateralismo de coincidencias"; y una dinámica de transferencia gradual y equilibrada de competencias, en la cual el bien común pasaría al primer plano.

Nada de ello será posible si no avanzamos, al mismo tiempo, en la construcción de una conciencia ciudadana global. Esa es una tarea cultural, pero que debe estar en la base de estas propuestas políticas. Así que no perdamos el tiempo ni la esperanza, pues Zamora no se ganó en una hora.