La trata más desconocida
Entre ese laberinto de casas, de prostibares, de personajes que captan a las chicas, las trasladan, negocian con ellas como si fueran carne, se desarrolla parte de Puta no soy (otra parte se localiza en Europa). Para denunciar que esta vejatoria esclavitud siga existiendo en el siglo XXI.
Cuando se aterriza en el aeropuerto de Lima llama la atención que se advierta a los viajeros contra la trata de mujeres y niñas. Cuando se aterriza en el aeropuerto de Puerto Maldonado llama la atención que se recuerde a los viajeros que la trata es un delito penado por la ley peruana, con unos carteles en los que incluso se facilita un teléfono para denunciar los casos.
En efecto, en Perú hay una ley contra la trata de seres humanos. Hay un cuerpo de policía especializado. Hay controles en la carretera Interoceánica para interceptar a quienes trafican con personas. Y sin embargo, existen oficinas de empleo en las que se suceden carteles y carteles con supuestos trabajos honestos, de camareras (meseras, les dicen), cajeras, ayudantes de cocina, cocineras, curiosamente, para cubrir en los destinos en los que hay mujeres y niñas esclavizadas, obligadas a ejercer la prostitución. Son carteles falsos muchos de ellos. Son trabajos falsos muchos de ellos. Y se sabe. Pero ahí están, avisos en los que se ofrece un salario hasta tres veces superior al que muchachas de catorce, quince, dieciséis años pueden ganar en trabajos asistenciales en los hogares, por ejemplo. Salarios que permiten, en teoría, salir de la miseria en la que viven en sus hogares de origen. Salarios que, en multitud de casos, nunca cobrarán y de los que, como mucho, sus familias verán unos soles (la moneda peruana). Salarios que les prometen salir de una miseria de esas que dan miedo.
Por eso escapan.
Aunque la desgracia sea que después se encuentren doblemente vilipendiadas. Sin el trabajo prometido y obligadas primero a dejarse tocar y después a dejar que los clientes con quienes son forzadas a prostituirse hagan con ellas lo que quieren; y no siempre protegidas; en ocasiones, drogadas; y siempre, encervezadas. En Madre de Dios, una de las regiones del país a la que trasladan a estas chicas y a muchas mujeres, se trabaja la extracción de oro de manera informal, lo que quiere decir que no es legal, lo que quiere decir que están deteriorando uno de los paraísos ecológicos mundiales, deforestando la selva, envenenando los ríos con el mercurio que usan para extraer el oro. Lo encargados de hacerlo son mineros que en ocasiones también han sido engañados en cuanto a sus condiciones de vida (hay muchos niños trabajando también en las minas, víctimas de la trata laboral). Son ellos los clientes de los bares y clubes que se encuentran junto a los poblados, muchos de ellos concentrados en tres kilómetros de la carretera Interoceánica, prostibares les llaman, y así nadie duda de lo que se encuentra allí dentro.
Allí, en esos locales, muchos de ellos construidos con plásticos azules o negros y unas pocas vigas de madera, viven, malviven, y contentan a los mineros miles de mujeres que pasan las noches bebiendo cervezas y haciendo pases con los mineros. Allí son violadas muchas veces, como ceremonia iniciática del tú eres mía y haces lo que a mí me dé la gana. Allí son desposeídas de sus pocas posesiones, entre otras de su documento de identidad. Allí son examinadas con linterna sus bocas en las noches de redadas, para descubrir la edad de sus dientes y asegurarse de si son o no mayores de edad. Allí descubren que valen menos que nada, bastante menos que cuando vivían con sus familias (que puede que las hayan vendido), porque ahí solo son materia prima que en un basurero serían materia orgánica.
Algunas consiguen escapar. Otras se quedan colgadas durante años. Otras son vendidas cuando ya su cuerpo no da lo que daba. La mayoría no tiene posibilidad de volver a casa, porque sienten vergüenza de lo que pensarán sus mayores sobre ese acontecimiento tan poco feliz de su vida. En algunos casos, caen con suerte en centros de organizaciones como CHS Alternativo o Huarayo, donde son capaces de devolverles la dignidad. Eso en los casos felices.
Ahí, en Madre de Dios, se desarrolla parte de la novela Puta no soy, basada en el personaje peruano de Yandí, que Mabel Lozano eligió para su documental Chicas nuevas 24 horas y cuyo rodaje tuve la suerte de compartir, motivo por el cual la novela está impregnada de Perú, sus olores, sus sabores y hasta sus ruidos. Allí, en Madre de Dios, se desarrolla la novela, porque es una trata distinta, nacional. Porque no necesitan sacarlas del país si la clientela la tienen dentro. Allí, el 20% de población entre niñas, niños y adolescentes son víctimas de trata en explotación sexual y explotación laboral. Allí viven y trabajan más de cinco mil personas. Gente que genera un negocio que se calcula en torno a 30 millones de dólares al año. Allí, la mayoría de las empresas viven del negocio informal de la minería, como las maquinarias, víveres y servicios, incluidos los de las mujeres, jóvenes y niñas obligadas a ejercer la prostitución. Allí, los precios son más caros que en Lima. Por ejemplo, en uno de los lugares paradigmáticos de la zona, La Pampa, la misma galleta que puede costar en Lima 50 céntimos, cuesta 2 soles; una gaseosa que en la ciudad capital está a 2 soles, en La Pampa la venden a 5; una cerveza alcanza los 15 (1 sol cotiza a 3,2 euros). Allí, en ocasiones, cuando las chicas se niegan a trabajar para aquello que en teoría no fueron contratadas, se dice que pueden tirarlas al río.
Entre ese laberinto de casas, de prostibares, de personajes que captan a las chicas, las trasladan, negocian con ellas como si fueran carne, se desarrolla parte de Puta no soy (otra parte se localiza en Europa). Para denunciar que esta vejatoria esclavitud siga existiendo en el siglo XXI. Para dar a conocer un tipo de trata que es más desconocido que la habitual. Para concienciar a las mujeres de que este tipo de negocio con nuestras congéneres se produce en una época en la que todos nos llenamos la boca con la palabra libertad. Para explicar a los hombres que un 80% de las mujeres a las que reclaman para consumir prostitución son obligadas a prostituirse, víctimas de trata, que es un delito, y que no se puede ser cómplices de ese delito.