La excelencia científica en tiempos de crisis
Conversaba esta semana con una amiga periodista sobre la disyuntiva entre políticas de "café para todos", frente a políticas de estímulo de la excelencia en tiempos de crisis. No se trata de hacer lo uno o lo otro, sino de tener una política que no financie lo malo, siga financiado lo bueno, promueva lo muy bueno e incentive la excelencia.
He participado recientemente, en representación del European Research Council, en un encuentro de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo titulado "El valor de la excelencia en investigación", organizado por José Luis García López y Esther Rodríguez Blanco, representantes españoles en el comité del programa Ideas del Séptimo Programa Marco (7PM) de I+D+i de la UE.
El curso, abierto por la Secretaría de Estado de Investigación, Carmen Vela, contaba con una participación masiva de gestores de I+D en el Estado (Secretarías de Estado de Investigación y de Universidades), comunidades autónomas, y organismos y centros de investigación y otras autoridades como Andreu Mas Colell, Conseller de Economía de la Generalitat de Catalunya y que fue el motor del gran impulso de la excelencia científica en Cataluña en su etapa anterior en el Govern.
Las opiniones oscilaban entre quienes encontraban chocante ocuparse de la excelencia científica en tiempos de crisis y aquellos que, como yo, pensaban que precisamente se han de aprovechar los tiempos de crisis para la reflexión a fin de buscar salidas de la crisis que nos refuercen y dejen atrás errores del pasado. Yo diría que precisamente por la situación de crisis actual es importante reflexionar sobre la excelencia científica.
La primera reflexión es qué es eso de la "excelencia científica". La palabra "Excelencia" viene de las raíces griegas ex (hacia afuera) y ekel (cumbre, de κολοφών), y denota la capacidad de sobresalir.
La Excelencia Científica se podría definir, por tanto, como la capacidad de los individuos, equipos de investigación o instituciones y colectivos, de sobresalir o destacar por encima de sus pares.
Las cumbres de las que la sobresale la Excelencia Científica son las que delimitan la frontera del conocimiento científico y la Excelencia científica va íntimamente ligada a la ampliación de las fronteras de la ciencia.
La excelencia científica es importante porque los grandes avances en ciencia provienen de investigación que explora ideas y conceptos que suponen un salto con respecto al conocimiento establecido, no de investigación incremental (que progresa a pequeños pasos). Porque la investigación de excelencia actúa como una cuña que abre vías en las fronteras del conocimiento por las que rápidamente manan flujos de progreso y porque las oportunidades de innovación germinan en los fértiles y soleados terrenos más allá de las fronteras, y lo hacen con mucha más dificultad en los terrenos ya agotados y baldíos de la ciencia consolidada.
Entonces, ¿cómo se promueve la excelencia científica?
Muchas de las opiniones vehementes sobre la importancia de invertir en I+D para el desarrollo de nuestro país recurren a la simplificación de presentar la I+D como una máquina de hacer longanizas, en la que por un lado se mete dinero y recursos y por el otro salen empleos, nuevos desarrollos y prosperidad. Existe un enorme cuerpo de investigación que demuestra que esto no es tan sencillo.
En mi opinión para que la excelencia científica prospere y la inversión en I+D sea efectivamente un motor de progreso social es necesario cultivarla en el ecosistema adecuado; el ecosistema de la excelencia (Fig. 1).
El Ecosistema de la excelencia.
Las "especies" clave de este ecosistema son individuos creativos, formados en instituciones de enseñanza superior de calidad, en las que se fomenta la creatividad y el pensamiento crítico. A su vez, estos científicos creativos contribuyen a la calidad de las instituciones de enseñanza superior a las que se incorporan en un ciclo virtuoso.
El ecosistema de excelencia necesita también de un sistema de I+D robusto y maduro, gestionado de forma independiente por investigadores sin las interferencias del Gobierno o políticos, y que cuenta con instituciones fuertes, una fuente de financiación suficiente y estable y procesos de evaluación rigurosos y libres de conflictos de interés.
El fertilizante que hace crecer la excelencia en este ecosistema lo constituyen los incentivos que permiten atraer y retener en nuestro sistema de I+D a los investigadores de excelencia, es decir los que destacan por encima de sus pares, y que claramente expresan el reconocimiento social y laboral de la excelencia. No se trata solo de incentivos monetarios, que también, sino de estar en un ambiente estimulante, con buenas condiciones para la investigación.
Finalmente para que el ecosistema de excelencia sea productivo, ha de insertarse en una sociedad con un nivel de educación elevado, que valore la ciencia, y que por lo tanto tenga la determinación de financiarla con fondos públicos y privados, y que sepa aprovechar las enormes oportunidades de innovación que la ciencia de excelencia genera.
¿Se encuentra en España este ecosistema? Contamos, cada vez más, con investigadores creativos, pero que no cuentan con un ecosistema en el que su potencial de excelencia se pueda expresar.
Con todo el respeto a las muchas personas que luchan para que universidad española progrese, o al menos no se deteriore, lo cierto es que las universidades españolas están aún lejos de despuntar por su calidad, como indica su posición muy abajo (por debajo del puesto 200 del mundo) en los rankings internacionales. Contamos con suficientes análisis para saber por qué esto es así, por lo que no voy a entrar a analizar las causas, que invito al lector a identificar en sus comentarios. Es necesario no flojear en la lucha para mejorar nuestra universidad. Los programas de campus de excelencia ayudan a focalizar capacidades y pueden ser revulsivos para su mejora... si no fuese porque en el último año los campus de excelencia no han recibido la financiación que se les había prometido.
Nuestro sistema de I+D es débil y se va debilitando aún más, a punto ya de desmembrarse. Por primera vez en muchos años las palabras ciencia o investigación han desaparecido de la denominación de cualquier ministerio. Es necesario bucear en las secretarías de estado para encontrar la palabra investigación perdida en un Ministerio enorme, Economía y Competitividad. La caída de visibilidad corre en paralelo con la caída de recursos en los últimos años, con una caída cercana al 35% en los últimos tres años en la administración central, y probablemente mucho mayor en la autonómica, particularmente en comunidades como Castilla La Mancha o Valencia.
Compárese con el presupuesto de Defensa, que se redujo inicialmente en tan sólo un 7% para 2012, pero que ha recibido una importante inyección adicional de fondos para situarse como el único ministerio cuyo presupuesto ha crecido en este ejercicio.
He oído decir muchas veces que los presupuestos del Estado son el espejo en el que se reflejan las políticas del Gobierno. Los datos señalado retratan los intereses de este Gobierno.
Los sistemas de evaluación existentes son claramente mejorables, y el Plan Nacional de I+D, la herramienta principal de financiación pública de la ciencia en España, técnicamente acabado, está prorrogado. El Gobierno ha incumplido la Ley de la Ciencia, que el propio PP votó, y que fijaba el plazo de un año, cumplido en junio de 2012, para aprobar la Agencia de Ciencia.
Las presentaciones del personal de la Secretaría de Estado de Investigación en el encuentro, desde la de la propia Secretaría de Estado que abrió el acto hasta la de subdirectores generales, dando cuenta de su actividad durante este año dejaron claro a todos que este equipo ha peleado con uñas y dientes para desarrollar la Ley de la Ciencia, publicar las convocatorias de las que depende el funcionamiento de nuestro sistema de I+D, desarrollar la Agencia Estatal de Investigación, rescatada in extremis del naufragio por una enmienda a la Ley de Presupuesto del Estado, poder contar con alguna capacidad de incorporación de investigadores frente a la tasa 0 de reposición impuesta por el Gobierno, y retener un presupuesto suficiente para que los progresos en ciencia en España, que tanto ha costado conseguir, no se dejen caer. Su entusiasmo y trabajo duro no ha encontrado la recompensa merecida en los acuerdos del Consejo de Ministro. La desproporción entre el entusiasmo y trabajo dedicado y los modestos logros conseguidos hubiese desanimado a cualquiera, menos a estas personas, con una dedicación encomiable al bien público y un convencimiento pétreo en el valor de la ciencia para el progreso de nuestro país.
Los incentivos para promover la excelencia son escasos pues el sistema funcionarial de recursos humanos de I+D públicos fija los salarios de los investigadores en escalas homogéneas, con mínimas diferencias ente las pocas escalas existentes. Los salarios resultantes quedan muy por debajo (y han bajado un 15 % adicional en términos absolutos en tres años), de los que se ofrecen en los países de nuestro entorno, incluido Portugal.
Iñigo Losada junto a la cubeta de ensayos del Instituto Hidrográfico de Cantabria. Fotografía: CMD
Existen algunos modelos, basados en contratos laborales, como ICREA en Cataluña o IKEBASQUE en Euskadi que han tenido un éxito importante en incorporar investigadores de excelencia. Estos investigadores, particularmente los de ICREA, destacan en su capacidad de conseguir financiación competitiva internacional, particularmente del programa Ideas del European Research Council y retornan al sistema de I+D más del doble, en fondos competitivos, de los recursos que se invierten en sus salarios. También se han hecho algunos esfuerzos notables para crear una red de centros de excelencia, incentivados por el programa de Centros de Excelencia Severo Ochoa.
Tampoco vamos a encontrar mucho apoyo en la sociedad, que, a pesar de valorar la ciencia, no la entiende.
Nuestra clase empresarial no es otra cosa que el reflejo de la sociedad, de donde el desinterés por la ciencia de nuestro sector privado es solamente un reflejo de las deficiencias educativas y de cultura científica de nuestra sociedad.
Hace unos cuatro años participé en un encuentro sobre cambio climático con empresarios de los sectores de energía y minería. En el almuerzo que siguió a este encuentro, en el que me acompañaban dirigentes de algunos de los buques insignia españoles en este sector se me cayó el alma a los pies. La conversación se inició con uno de ellos, del sector de energía solar, afirmando que eso del cambio climático era algo que nos habíamos inventado los científicos para financiarnos. Tras una serie de burradas mayúsculas otro de ellos soltó que él era muy creyente y estaba convencido de que nuestro Señor no permitiría que nada malo pasase a su creación (otra vez el Opus Dei, ¡por mucho que me lo proponga resulta imposible escribir un post sin que aparezca!), por lo que el cambio climático no le preocupaba lo más mínimo.
Se diría que no es que fuesen científicamente incultos, sino que encontraban motivo de orgullo en su incultura. ¿Es este el sector privado que nos va a sacar de la crisis a través de la innovación?
Conversaba esta semana con una amiga periodista especializada en ciencia sobre la disyuntiva entre políticas de "café para todos", tan arraigadas, frente a políticas de estímulo de la excelencia en tiempos de crisis. Mi amiga argumentaba que los científicos excelentes se caracterizan por ser capaces de financiarse independientemente mientras que son precisamente los grupos buenos, pero no excelentes, los que necesitan de una mayor inyección de fondos públicos, en el caso de España del Plan Nacional de I+D, para poder continuar su actividad.
Sin embargo, no se trata de hacer lo uno o lo otro, sino de tener una política que no financie lo malo, siga financiado lo bueno, promueva lo muy bueno e incentive la excelencia. Financiar la investigación de excelencia requiere comparativamente pocos recursos, pues es, por definición, un área minoritaria que acoge a menos del 1 % de los investigadores activos. Si se dedicase tan sólo un 10% de la financiación ya sería, posiblemente, más que suficiente.
Sin embargo la razón más poderosa para incentivar y cultivar la excelencia es el efecto que estas políticas tienen sobre el desplazamiento de la calidad media. Las políticas que incentivan, cultivan y cuidan la excelencia crean un efecto llamada, que hace que todos los investigadores quieran ser excelentes. Así lo que era "excelente" se convierte en simplemente muy bueno, y la excelencia se sitúa progresivamente a niveles cada vez más exigentes. Lo que se consigue es que se desplace continuamente la calidad media con la persecución de la excelencia como zanahoria. Lo que hace poco era excelente, ahora solo es "muy bueno", y aquello que realmente sobresale se encuentra en niveles de exigencia mucho mayores.
Esto ha ocurrido en nuestro país. Creo que no peco de soberbia si digo que hace unos años podía considerarme un "investigador de excelencia", en el sentido de destacar (sirvan como indicadores objetivos los premios y reconocimientos que he recibido en España y fuera de ella).
Sin embargo, veo cómo algunos investigadores jóvenes me sobrepasan y alcanzan niveles de excelencia y reconocimiento internacional que yo no llegaré a alcanzar. Algunos de éstos, buscando en mi propia institución, son Jordi Bascompte (Estación Biológica de Doñana), o Miguel Araújo (Museo Nacional de Ciencias Naturales), atraídos inicialmente -si no me equivoco- por el programa Ramón y Cajal, o Txetxu Arrieta, Marta Marcos o Biel Jordá en mi propio instituto. Pero hay muchos más, y están en todas las disciplinas. Es una situación similar a la del atletismo de élite, los récords de ayer son las marcas mediocres hoy. Esta generación de jóvenes investigadores me han dejado ya tan atrás que me contento con no perder su estela de vista. De reojo veo toda una generación de investigadores jóvenes que avanza rápidamente y me van dando alcance y dejando atrás.
La calidad de nuestros investigadores se ha acelerado, y desplaza continuamente el concepto de excelencia. Yo ya no soy excelente, aunque lo siga intentando. Ver esto me produce verdadera satisfacción e indica que las cosas, con todos sus problemas, no se hicieron tan mal. Pero, ¿podrán estos jóvenes investigadores seguir persiguiendo la excelencia en el contexto absolutamente deprimente en el que nos encontramos?; ¿serán capaces de sobrevivir al corralito en el que la ciencia sigue encerrada en nuestro país desde hace unos meses?, con proyectos que cuentan con fondos sobre el papel, pero a los que no podemos acceder.
Hubiese sido ilustrativo que hubiésemos salido del Palacio de la Magdalena, donde se celebraban las sesiones, para ver un ejemplo de excelencia; porque solo nos separaba unos pocos kilómetros de uno de ellos.
Así que yo sí me escapé y fui a visitar en la tarde del día 11 de septiembre el Instituto de Hidráulica Ambiental, una ICTS (instalación científico técnica singular) situada en Santander. Esta instalación, dirigida por Iñigo Losada, catedrático de Ingeniería Hidráulica de la Universidad de Cantabria, cuenta con unas instalaciones únicas en el mundo (y lo digo con conocimiento de causa), de las que todos podemos estar orgullosos. Estas instalaciones, con su enorme cubeta experimental, única en el mundo, como instalación estrella (ver foto), están atrayendo un núcleo de empresas interesadas en explorar áreas abiertas a la innovación como la energía marina, plataformas multipropósito y otros desarrollos con un enorme potencial de futuro.
Qué diferencia entre esta ICTS, que ha creado en nuestro país una instalación líder en el mundo y que arrastra tras de sí un grupo de empresas potentes en el escenario internacional, y la manía compulsiva de inaugurar en cada comunidad autónoma de nuestro país e incluso en cada capital de provincia, el "mejor centro" de biología molecular del mundo. Si tan sólo todo el dinero que llovió durante las "vacas gordas" se hubiese invertido con la inteligencia con la que lo han hecho en el Instituto de Hidráulica Ambiental...
Os invito a que os intereséis por la investigación que hay en vuestra ciudad, por conocer a los jóvenes investigadores que están llevando la excelencia a cotas nunca alcanzadas en nuestro país.
Ellos, no solo Cristiano Ronaldo, también están tristes y necesitan tu apoyo y empatía. El calorcito de vuestro apoyo y empatía es casi lo único que nos queda. Tienes una oportunidad el próximo 28 de septiembre por la noche; ¡la noche de los investigadores!