Lecturas escolares obligatorias
Con la llegada del nuevo curso, los profesores de Lengua y Literatura se enfrentan a la difícil tarea de convertir a sus alumnos en los lectores del mañana y conscientes de la aversión que puede llegar producir el aprendizaje del hábito lector, tratan de hacer que las lecturas obligatorias lo sean menos.
Con la llegada del nuevo curso, los profesores de Lengua y Literatura de colegios e institutos se enfrentan a la difícil tarea de convertir a sus alumnos en los lectores del mañana.
Para conseguirlo, los planes de estudio vigentes contemplan la inclusión, desde primaria hasta el último curso de bachillerato, de lecturas conjuntas y su trabajo en el aula. Los departamentos de cada centro deciden el número de libros; los hay que leen uno al trimestre y otros en los que se trabaja uno al mes. Los títulos escogidos varían según el criterio de los profesores, aunque algunos clásicos de la literatura universal nunca se quedan fuera. Por lo que contó Rosa Montero en su columna de El País hace unos años, leer El Quijote o La Celestina es una especie de calvario para muchos estudiantes.
A la dificultad intrínseca de algunos de los títulos clásicos se añaden las consecuencias de incluir la etiqueta "obligatorio" que provoca casi automáticamente una respuesta de rechazo, sobre todo tratándose de adolescentes (tener las estanterías llenas de libros no te convierte en la persona más popular del instituto).
Conscientes de la aversión que puede llegar producir el aprendizaje del hábito lector, los profesores tratan de encontrar cada año el modo de que las lecturas obligatorias lo sean menos.
Los alumnos de Elena Martínez Blanco, escritora y profesora de Lengua y Literatura de primero y segundo de la ESO en el colegio Humanitas Bilingual School Tres Cantos, leerán este curso dos libros por trimestre. Las lágrimas de Shiva, de Cesar Mallorquí, Como desees, de Anabel Botella y cuatro títulos más de la literatura juvenil actual, algunos propuestos por los propios estudiantes, están entre los seleccionados por el departamento del centro.
Imagen El Quijote Youtube. Imagen Como desees cedida por ZW Agencia literaria
"Los clásicos empiezan a enseñarse en tercero y se incluyen como lectura obligatoria en bachillerato. Los más pequeños aún no tienen el hábito de leer y si les asustamos con literatura gruesa demasiado pronto les perdemos como lectores para siempre" asegura Elena, que considera que las lecturas contemporáneas atraen más a los chavales porque al leerlas se encuentran en ellas.
"El curso pasado mis alumnos leyeron El espíritu del último verano, de Susana Vallejo. Cuando trabajamos el libro en clase estaban entusiasmados porque la historia de la novela se parecía a la de sus vacaciones. Identificaron su realidad con lo que estaban leyendo", dice la profesora. Además, en el colegio Humanitas se apuesta porque los alumnos colaboren con la creación de la biblioteca del aula; les invitan a que lleven sus lecturas favoritas, que las dejen en la clase y se las presten unos a otros.
Otro enfoque del trabajo de lectura con los estudiantes lo aporta Lucía Garaot Fernández, profesora de secundaria y bachillerato de Lengua y Literatura del Instituto público de Vicalvaro de la Comunidad de Madrid. El departamento incluye en el programa de la asignatura clásicos como El Quijote, El caballero de Olmedo y La Celestina, libros que los profesores consideran necesarios para la educación literaria de los alumnos. Aunque también comprenden que para los chavales es difícil disfrutar de algo que se escribió hace seiscientos años y por eso combinan las lecturas obligatorias tradicionales con libros más populares entre los jóvenes.
Una de las elegidas para este curso es la novela Las ventajas de ser un marginado, de Stephen Chobsky, cuya versión cinematográfica llenó las salas de adolescentes hace sólo unos meses. "El año pasado el departamento propuso para segundo de la ESO El príncipe de la niebla, de Carlos Ruiz Zafón, y el éxito fue brutal. Se engancharon a la historia, con la que se sintieron identificados porque los protagonistas son chicos de su edad, "en ellos está el foco" cuenta Lucía. Explica que el objetivo de combinar las lecturas de moda con las clásicas, propuesto por el departamento, es fomentar el gusto por la lectura con títulos más amables y cercanos a ellos, aunque también que los alumnos comprendan que la literatura actual viene heredada de lo que se escribió antes, y que sin ella no existiría.
Un ejemplo metaliterario de esto se encuentra en Luna nueva, segunda entrega de la popular saga juvenil Crepúsculo, cuyos protagonistas tienen como lectura obligatoria para clase Romeo y Julieta, de William Shakespeare. Con el recitar de sus versos por el vampiro emo Edward, la escritora Stephenie Meyer, en una especie de quid pro cuo literario, logró que millones de jóvenes se sumaron a los lectores del dramaturgo inglés.
Las editoriales, conscientes de que sus libros juveniles actuales tienen un hueco en las aulas, ponen a disposición de los profesores ejemplares y guías de lectura para que los alumnos trabajen los textos en clase. Con un libro como Manolito gafotas, además de analizar la construcción literaria de un relato contemporáneo, se pueden diseccionar competencias de ciudadanía y conceptos como los distintos entornos sociales y familiares.
La guía de lectura de mi novela juvenil Enlazados (que ha sido incluida en varios centros para este curso), al ser una distopía, propone trabajar temas como la igualdad de derechos, la libre voluntad, y la sociedad del capitalismo. Además, al igual que las lecturas clásicas se cruzan con materias como Historia, las nuevas narrativas permiten la transversalidad con asignaturas contemporáneas como Educación para la ciudadanía, Psicología o Pedagogía.
Incorporar la literatura actual a las clases parece traer beneficios para los estudiantes; son muchos los padres que dicen que sus hijos se han vuelto lectores gracias a los libros de Harry Potter, o por las novelas juveniles del sevillano Francisco de Paula Blue Jeans. También podría deducirse que el beneficio es bidireccional; al acercarse a lo que de verdad interesa a sus alumnos, los profesores llegan a conocerles mejor, a ellos y a su tiempo. Y es que la educación, por mucho que algunos se empeñen en estancarla, nunca deja de estar en movimiento.