Las crisis duelen, pero la austeridad mata
Esta austeridad no está funcionando para salir de la crisis, tiene efectos sobre la salud e incluso la vida de las personas, mantiene o agrava unos niveles de paro juvenil en algunas regiones de Europa insostenibles. ¿Por qué seguimos con ella? Nuestro ímpetu suicida me recuerda al de los fanáticos.
Si no es una guerra, sus efectos tienen algunos parecidos. Quizás es un torbellino, inducido, eso sí, por la mano del hombre. La austeridad, esa palabra anómala cargada ahora de ideología y sufrimiento, va dejando destrozos a su paso. Arrasa nuestro Estado del bienestar: pobreza, hambre en las escuelas, derechos fundamentales cercenados, gente protestando; sueños en deconstrucción. El que tenga una maleta que se largue y si tu madre está enferma, métela dentro.
La esperanza en un futuro próspero en la Unión Europea es quizás su víctima de más largo alcance. Si bien Europa fue identificada en el pasado como una llama de libertad para países con pasados recientes de dictadura, ahora es percibida cada vez más como una aséptica guadaña. Fluye el dinero para los bancos rescatados, pero no conocemos a día de hoy un plan serio para fomentar el empleo de los jóvenes en Europa. Si no se deja caer a los bancos, ¿por qué sí a los jóvenes?
El comando troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) ordena recortar con poca precisión, ya sea en bomberos, escuelas u hospitales, pero con el suficiente arrojo como para mirar hacia otro lado ante los destrozos que deja a su paso. Sus hombres de negro, en realidad más bien obedientes funcionarios de traje gris, visitan capitales de países en apuros y trazan su agenda esquivando curiosamente todos los efectos secundarios que pesan sobre sus espaldas. ¿Alguien tiene noticias de una visita de estos señores a una escuela pública o a una sala de urgencias?
Ahora el FMI acaba de reconocer que el primer rescate griego hacer tres años no se abordó de forma adecuada. Pensaron que Grecia podría hacerse cargo de toda su deuda y subestimaron el impacto que esta austeridad ha tenido sobre su población. Nada nuevo para algunos analistas (yo mismo publiqué en febrero de 2012 este artículo en El Periódico, hay otros mucho antes) y desde luego tampoco para los griegos. ¿Quién pagará por esto?
Vayamos a los damnificados. Un nuevo libro escrito por David Stuckler y Sanjay Basu, The Body Economic: Why Austerity Kills, aporta algunos datos sobre la relación entre las políticas de austeridad y los efectos sobre la salud y la vida de las personas. La dimensión del drama social que acompaña a cualquier crisis de la historia depende en último término de cómo la política reacciona a las mismas.
En Grecia el cumplimiento de los mandatos de la Troika ha obligado a recortar un 40% los presupuestos de sanidad. ¿El resultado? Cortes en partidas relacionadas con la prevención del virus del sida han coincidido con un incremento del virus de un 200%. En cuanto a los suicidios económicos, el país heleno ha pasado de un extremo a otro: de ser uno de los países con tasas más bajas de suicidio ha experimentado una subida del 60%. También hay casos de hambre y búsqueda de alimentos en la basura en escuelas de Atenas. Según los autores del libro, estos efectos aumentaron no al inicio de la crisis sino conforme han ido poniéndose en marcha las políticas de austeridad.
El Reino Unido, bajo el Gobierno de coalición conservador-liberal y con políticas de austeridad autoinducidas sin el dictado de la troika, muestra una correlación similar. El repunte de los suicidios ha aumentado conforme el primer ministro David Cameron ha llevado a cabo un agresivo programa de recortes. Grecia y Reino Unido son solo dos ejemplos.
Recapitulemos. Esta austeridad no está funcionando para salir de la crisis, tiene efectos sobre la salud e incluso la vida de las personas, mantiene o agrava unos niveles de paro juvenil en algunas regiones de Europa insostenibles. ¿Por qué seguimos con ella? Nuestro ímpetu suicida me recuerda al de los fanáticos que, conforme la debilidad de sus resultados y la oposición que generan sus ideas aumenta, redoblan los esfuerzos y pasan a la acción para, sin rectificar, apostar doble.
Hay señales de que este torbellino austero se repliega. La Comisión Europea ha concedido más tiempo a seis países para cumplir sus objetivos de reducción de déficit. Tras un año muy impopular entre los franceses, el presidente Hollande da muestras de despertarse de su letargo y está promoviendo un plan de empleo para jóvenes, cuyos detalles no están claros todavía. El nuevo primer ministro italiano, Enrico Letta, ha clamado desde su investidura contra la austeridad. El invisible presidente de la Comisión Europea, Durao Barroso, ha asomado la cabeza para decir que la austeridad está agotando sus límites. Los Países Bajos, otrora alumno aventajado de Merkel, también reculan en casa algunos programas de recortes.
Pero no tan rápido. Nos queda Berlín. La buena noticia es que el dogmatismo austero alemán cada vez está más solo; la mala es que Alemania es más fuerte económicamente en Europa que nunca y los perjudicados por sus políticas no parecen dispuestos por ahora a coordinarse para hacerle frente.
En todo caso, como advierte el eurogurú Wolfgang Munchau en el Financial Times, la austeridad sólo se ha replegado un poco y, como las películas de serie B, volverá pronto.