Europa no va a cambiar de sexo en el corto plazo
Si la respuesta europea a la combinación letal de desempleo intolerable y frustración ciudadana es que la política es negociar cuotas y puestos, convirtiendo una evaluación parlamentaria en una pantomima de intercambio de cromos, la desconfianza en la Unión Europea no puede hacer sino crecer.
Esta pasada semana de otoño desabrido en Estrasburgo ha dado mucho de sí. Permítanme que comience aludiendo desde el título a esa frivolidad o broma de patán en el bar con la que el presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker se dirigió a los parlamentarios el miércoles, durante su comparecencia para presentar y pedir el voto para su Colegio de Comisarios. De todo punto inaceptable a mi modo de ver, no sólo por el lugar y contexto en que se produjo, sino por la insensibilidad que demuestra hacia las personas que viven como un drama el sentirse atrapadas en un cuerpo con el que no se identifican.
Voy a hacerles una breve narración.
Juncker me parece un político muy hábil, eso suele llamarse un viejo zorro plateado. Sabe cómo guardarse en el bolsillo los trozos de pan de algunos comensales, y luego contentarlos simplemente repartiéndoles unas miguitas que aplaquen sus exigencias, con un "¿has visto como te tengo en cuenta?".
Y en el bolsillo llevaba, sí, migas muy oportunas. Planificadas y consensuadas previamente. Como la devolución a Salud Pública de la competencia sobre medicamentos... que él mismo acababa de transferir a Industria. O los miniajustes de cartera para los comisarios-issue como el inaceptable húngaro Navravsics, o el traspaso de la competencia sobre Desarrollo Sostenible al supervicepresidente Timmermans, para licuar el endose de Cañete.
Como no podía ser de otra manera, Juncker enfatizó con entusiasmo sus "denodados" esfuerzos por conseguir un número suficiente de mujeres (nunca dijo cuánto era suficiente) en la nueva Comisión. Si bien olvidó mencionar que ni se había planteado la posibilidad de exigir a cada Estado Miembro dos candidatos, un hombre y una mujer, como el Parlamento propuso la legislatura pasada. Y, a continuación, tras calificar de "ridícula" la cifra de nueve mujeres sobre veintiocho, no pudo evitar la frase reveladora:
"Estoy un poco avergonzado de que Luxemburgo no nombrase una mujer, pero lo hará sin duda la próxima vez... no, en el corto plazo no me veo capaz de cambiar de sexo".
Esta boutade tiene en el fondo una lectura más amplia. Más, digamos, como "acto fallido" al modo freudiano.
Porque, en realidad, Juncker estaba reconociendo que, efectivamente, no va a ser su presidencia la que aborde frontalmente las cuestiones esenciales para Europa. No será su Colegio de Comisarios el que acometa con determinación los grandes cambios en la política económica, fiscal, social, energética... simplemente porque el presidente, responsable último de un incomprensible y poco claro reparto de carteras, con un gran número de candidatos sin la exigible idoneidad de perfil, ha bendecido, reproducido y perpetuado los malos hábitos del bipartidismo rampante.
Si la respuesta europea a la combinación letal de desempleo intolerable y frustración ciudadana es que la política es negociar cuotas y puestos, convirtiendo una evaluación parlamentaria en una pantomima de intercambio de cromos, la desconfianza en la Unión Europea no puede hacer sino crecer. Un gobierno de coalición que negocia puestos sin negociar verdaderas políticas de crecimiento es simplemente suicida. ¿Quién en su sano juicio va a pedir "más Europa", "más de esta Europa", para salir de la crisis?
Es de locos, decía Einstein, esperar resultados distintos cuando se hacen las mismas cosas. Y esta Comisión, en mi humilde opinión, no es sino la aplicación de la misma vieja, denostada, fallida receta.