Perfiles oscuros (I): Amigo Nazarbáyev, rey de Kazajistán
El colocón de materias primas permite prolongar 3.000 años de tradiciones clánicas: enchufar y enriquecer a familia y amigos, casar a una hija con el hijo de un Khan vecino, blindarse de por vida y levantar una nueva capital moderna y acristalada para gloria del reino.
En la estepa no hay lugar para refugiarse de la tormenta, los vientos alcanzan 180 kilómetros por hora y las temperaturas condenan a desierto candente o tundra helada según el mes. En la estepa la escasez de agua y pastos empuja al nomadismo y a la competencia con otros clanes, que en cualquier momento y lugar pueden caer como un rayo sobre tu yurta para no dejar ni el excremento seco que alimenta las hogueras. La estepa hace del nómada un espíritu tenaz y libre, y también moldea su carne, dotándola de unos pómulos capaces de resistir la peor de las ventiscas.
Este mundo de líneas puras terminó de morir cuando el Kremlin encerró a los últimos nómadas en granjas colectivas. Sus descendientes conservan los pomulazos, pero ya no andan por ahí levantando y tirando imperios a caballo; ahora integran una economía que se expande "a la china" bajo la mirada de Nursultán Nazarbáyev (como jefe comunista primero y presidente desde la independencia en 1991), que deja al Oeste meter mano en las fabulosas reservas de petróleo y gas de Kazajistán, en sus abundantes y variadas minas y en su tamaño continental, cuyos raíles abastecen la guerra en Afganistán.
Nursultán Nazarbáyev con el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy. Foto: (cc) European Council.
El colocón de materias primas permite a Nazarbáyev prolongar 3.000 años de tradiciones clánicas: enchufar y enriquecer a familia y amigos, casar a una hija con el hijo de un Khan vecino, blindarse de por vida y levantar una nueva capital moderna y acristalada para gloria del reino. El presidente, como es habitual en la región, llena con su persona las cuatro esquinas de la realidad; no sólo decide y nombra, también se erige estatuas y museos, compone música y ha publicado una decena de libros para guiar al país en el vacío existencial de la rusificación.
El pelotazo baña a las élites y gotea sobre el pueblo: en veinte años el PIB per cápita ha pasado de pobre a multiplicar por siete el de Uzbekistán, triplicar el de Ucrania y casi alcanzar al ruso, desarrollando un atisbo de clase media envidiada por los catastróficos países vecinos. Kazajistán no sólo es rico bajo tierra y más o menos estable, también promueve el desarme nuclear y controla el islamismo, ganándose el amable apodo de "autocracia suave". No es raro ver a Nazarbáyev, famoso por su carácter gorbachoviano de puertas afuera, recibiendo una condecoración de la Reina de Inglaterra, estrechando manos por los pasillos de Washington y Bruselas o presidiendo la OSCE, mientras la sociedad civil kazaja rasca la tapa del ataúd y denuncia elecciones trucadas, censura y tiroteos a manifestantes. Pero así es el cortejo: los fuertes prefieren el físico al contenido, como si los atractivos oleoductos y las exuberantes minas de uranio compensasen la inmoralidad por un buen coito.
Esta euforia de petróleo y construcción olvida los derechos humanos, aunque no el pasado: la vieja yurta sigue viva; sólo ha cambiado las pieles animales y los excrementos secos por una estructura de 400 millones de dólares diseñada por Norman Foster para cubrir un inmenso centro comercial con playa y línea de metro. A su inauguración en 2010 asistieron presidentes, reyes y miles de personas ilustres; se gastaron 10 millones de dólares en tres días de festivales, exhibiciones y espectáculos; hubo danzas a caballo, baile de láseres; Andrea Bocelli cantó el Nessun Dorma.
Coincidió con el 70 cumpleaños de Nursultán Nazarbáyev.