No debemos aceptar que la vida humana se reduzca a algoritmos
Cuando se le preguntó cuál creía que era la idea que iba a ser más influyente en los próximos 50 años, Harari respondió: "Sin duda, el algoritmo", y añadió que la biología actual puede resumirse en cuatro palabras: "Los organismos son algoritmos". El mundo de la inteligencia artificial, la biología e incluso la neurociencia están ebrios de esta idea.
Uno de los avances científicos más notables del siglo XX es el descubrimiento de que tanto las estructuras físicas como la comunicación de las ideas pueden formarse a partir de algoritmos que utilizan códigos. Los códigos genéticos ayudan a los organismos vivos a formar las bases de otros organismos vivos y a guiar su desarrollo. Los lenguajes verbales nos proporcionan alfabetos (con los que podemos formar una infinidad de palabras para nombrar a una infinidad de objetos, acciones, relaciones y sucesos) y normas gramaticales que gobiernan la secuenciación de palabras para que podamos construir frases e historias para narrar eventos o explicar ideas.
Muchos aspectos del montaje de los organismos naturales y de la comunicación dependen de algoritmos y de códigos, igual que todos los aspectos de la computación y que los proyectos de inteligencia artificial y robótica. Sin embargo, estos hechos, sólidos a la par que interesantes, han provocado que crezca la idea generalizada de que los organismos naturales pueden reducirse a algoritmos o ser explicados completamente por medio de estos.
El mundo de la inteligencia artificial, la biología e incluso la neurociencia están ebrios de esta idea. El reflexivo historiador Yuval Harari se hizo eco de ello en una entrevista que se publicó hace poco en The WorldPost. Cuando se le preguntó cuál creía que era la idea que iba a ser más influyente en los próximos 50 años, Harari respondió: "Sin duda, el algoritmo", y añadió que la biología actual puede resumirse en cuatro palabras: "Los organismos son algoritmos". Y eso no es todo, la biología y la informática convergen porque "el punto de vista fundamental que une a la biología con la electrónica es que los cuerpos y los cerebros también son algoritmos". El hecho de que "podamos escribir algoritmos de forma artificial" es lo que permite la convergencia.
Huelga decir que no le echo la culpa a Harari por dar voz a unas ideas que han ganado peso en el ámbito de la ciencia y de la tecnología. Solo me interesan las cualidades de las ideas y, como las ideas son importantes, esta es una buena oportunidad para considerar si concuerdan con los hechos científicos y cómo funcionan en términos humanos. Desde mi perspectiva, no tienen base científica sólida e implican una contabilización problemática de la humanidad. ¿Por qué?
La afirmación de que los organismos vivos son algoritmos es, como mínimo, engañosa y, en su sentido estricto, falsa. Los algoritmos son fórmulas, recetas, enumeraciones de pasos a seguir en la construcción de un resultado pronosticado. Como he mencionado antes, los organismos vivos, incluidos los humanos, utilizan algoritmos que dependen de códigos, como es el caso de la maquinaria genética. Pero, aunque hasta cierto punto los organismos vivos se construyan siguiendo algoritmos, no son algoritmos en sí mismos. El problema fundamental, sin embargo, es que los organismos vivos son colecciones de tejidos, órganos y sistemas en los que cada célula integrante es una entidad viva y vulnerable hecha de proteínas, lípidos y azúcares. No son líneas de código.
La idea de que los organismos vivos son algoritmos ayuda a perpetuar la idea errónea de que los sustratos de la construcción de un organismo no son relevantes. Esto se debe a que dentro del concepto "algoritmo" va implícita la idea del contexto y de la independencia de sustratos. Se asume que al aplicar los mismos algoritmos a contextos nuevos, utilizando diferentes sustratos, se van a conseguir los mismos resultados. Simplemente, esto no es así. Los sustratos cuentan. El sustrato de la vida es la química organizada, la esclava de la termodinámica y la imperativa de la homeostasis; y, según nuestros conocimientos actuales, el sustrato es esencial para explicar quiénes somos. ¿Por qué?
Primero, porque el sustrato químico específico de la vida es necesario para que se produzcan los sentimientos y, en los humanos, la elaboración de los sentimientos y la reflexión sobre ellos es la base de lo que consideramos humanamente distintivo y admirable, como la moral, la sensibilidad estética, la experiencia, la consciencia de existir y la trascendencia. Aunque hay múltiples pruebas de que se pueden diseñar organismos artificiales para que actúen de manera inteligente y que incluso superen la inteligencia de los organismos humanos, no hay pruebas hasta la fecha de que esos organismos artificiales puedan generar sentimientos sin un sustrato vivo real (merece la pena investigar la contrahipótesis, es decir, la posibilidad de que ciertos diseños permitan que los organismos artificiales simulen sentimientos).
En pocas palabras, no hay pruebas de que los procesos puramente intelectuales, que se prestan a contabilizarse en algoritmos y no parecen ser tan sensibles al sustrato, puedan formar la base de lo que nos distingue como humanos. Si nos deshacemos del sustrato químico, nos estaremos deshaciendo de los sentimientos que acompañan a los valores de las culturas humanísticas, que desde la Era Axial llevamos celebrando en forma de arte, creencias religiosas, justicia y gobierno equitativo. Si eliminamos el sufrimiento y la prosperidad, por ejemplo, no habrá base natural para la conclusión lógica de que los seres humanos merecen dignidad. Esto no quiere decir que las funciones superiores de los organismos vivos no estén abiertas a investigación científica. De hecho, sí que lo están, siempre y cuando las investigaciones tengan en cuenta el sustrato vivo y la complejidad de los procesos.
La implicación de estas distinciones no es trivial en el comienzo de una nueva era de la medicina en la que será posible extender la vida humana mediante ingeniería genética y la creación de híbridos humanos-artificiales.
En segundo lugar, la abundante presencia de la consciencia de sentir y de la inteligencia creativa en los humanos garantiza que la ejecución de los algoritmos naturales puede desbaratarse. Nuestra libertad para actuar contra los impulsos del bien y el mal que la naturaleza intenta imponernos es limitada; pero eso no quiere decir que no podamos actuar contra esos impulsos. La historia de las culturas humanas es, en gran parte, la narrativa de nuestra resistencia a unos algoritmos naturales mediante unas invenciones que no fueron predichas por esos algoritmos. Se podría argumentar que, en cambio, todas estas divergencias están abiertas a la contabilización algorítmica. El alcance de un algoritmo puede expandirse para capturar un sistema a un nivel de detalle arbitrario, pero, entonces, ¿cuáles son las ventajas de utilizar el término "algoritmo"?
Y, por último, aceptar que la humanidad puede contabilizarse con algoritmos es el tipo de posición reduccionista que lleva a la gente a desestimar y degradar la ciencia y la tecnología y a lamentar el paso de una era en la que la filosofía, junto con la sensibilidad estética y la respuesta religiosa al sufrimiento y a la muerte, ha hecho que los humanos destaquen por encima de las especies sobre cuyos lomos biológicos cabalgan. Pero, por supuesto, negar el valor de la ciencia como reacción a la contabilización problemática de la humanidad tampoco es aceptable.
La investigación científica y filosófica pueden avanzar paralelamente, quizá no siempre en sincronía, pero una puede alimentar a la otra. La ciencia tiene que seguir adelante, a pesar de los entusiastas que reducen el gran poder de la vida a éxitos empresariales y de ingeniería, y a pesar de los catastrofistas que tienen miedo de que la ciencia no honre las tradiciones humanistas del pasado. Tanto la ciencia, concebida como una búsqueda honesta de conocimiento, como la filosofía, concebida como un debate serio y el amor por el conocimiento científico honesto, no solo sobrevivirán, sino que se impondrán.
Este post fue publicado originalmente en 'The World Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.