El 15-M no es un pin
La privatización de la realidad y del pensamiento (no podemos permitirnos ya bienestar y el empleo es un privilegio) es un proceso ya muy avanzado; frente a este, numerosos sectores de la ciudadanía amenazan con construir un mundo propio en las mismas instalaciones del espectáculo cotidiano.
Decía un personaje un tanto cínico de la película Lugares comunes, dirigida por Adolfo Aristaráin, que el Ché se había quedado en un pin. Un souvenir que refleja nuestra simpatía por un determinado icono o por una idea de la que no sabemos demasiado y que tampoco nos compromete mucho.
Hay quien podría decir que el fenómeno 15-M acabó siendo algo similar: una emoción, un tatuaje, cuatro lemas ingenuos... Un movimiento que, tras protagonizar las portadas de los telediarios más vistos, fue retirándose para no dejar nada tras de sí. Experiencias que se viven una vez en la vida, pero que se terminan por olvidar porque, cuando la cabeza se enfría, deja ver con más claridad que es realmente difícil que las cosas cambien.
Hay numerosas pruebas que demuestran la falsedad de las afirmaciones anteriores. Si bien es cierto que el 15-M fue una manifestación continua y continuamente grabada por las cámaras de la televisión, también es verdad que este movimiento constituye el origen de una serie de redes sociales (en realidad, grupos de personas que se han conocido y que se siguen tratando a partir de ese momento); muchas de dichas redes siguen vivas y se han convertido en la sede de distintas acciones reivindicativas, reuniones, debates de diverso tipo y otras actividades que los grandes canales de comunicación ya no consideran rentable ofrecer al público.
Estas reflexiones vienen al caso por el segundo aniversario de la primera gran manifestación contra la crisis económica y política. Además, se acaba de estrenar un excelente documental sobre lo sucedido titulado 15M: Málaga despierta. La mejor forma de ver el documental y de revivir aquel proceso es con las emociones que uno alberga. Porque el 15-M no puede entenderse completamente sino como si el observador formase parte de un sentimiento colectivo. Una explosión de irracionalidad que, en el seno de un sistema de sinrazón racionalizada no queda tan mal, después de todo. Pero que haya emociones no quiere decir que no exista un proyecto o un programa de mínimos: los movimientos más recientes de algunos partidos y asociaciones repiten, con otras palabras, muchas de las reivindicaciones que se hicieron durante aquella primavera.
Quizá el mayor legado del movimiento 15 de mayo, lejos del derrocamiento de un sistema capitalista que acumula muchos siglos, resida en la creación de un pequeño mito colectivo y en la construcción de plataformas de colaboración que rompen con las fronteras impuestas por las distancias territoriales, los matices ideológicos o las reivindicaciones particularistas. Hay que añadir que, además de una fuerte motivación política, estas redes de relaciones son un lugar también para la amistad, una consecuencia que retroalimenta todo el proceso discursivo y de activismo. Estas nuevas tendencias relacionales de la protesta se producen en un marco urbano que ha surgido, para muchos, como una infraestructura recién descubierta pero que, en realidad, llevaba muchos años siendo utilizada para otro tipo de actividades.
Por último, esta red de relaciones múltiples aspira a persistir a largo plazo. Esto puede llevar a la generación de instituciones que sobrevivan a sus creadores y que faciliten un nuevo modo de concebir la sociedad de consumo y la vida urbana. Las consecuencias estructurales de este cambio ya en marcha solo se conocerán con el paso de muchos años.
La privatización de la realidad y del pensamiento (no podemos permitirnos ya bienestar y el empleo es un privilegio) es un proceso ya muy avanzado; frente a este, numerosos sectores de la ciudadanía amenazan con construir un mundo propio en las mismas instalaciones del espectáculo cotidiano. El 15-M, con sus múltiples nombres y los que tengan que venir, hace mucho tiempo que llegó para quedarse.