Japón dos años después. Fukushima: ciudad límite
Fukushima hoy, es un lugar en el espacio infinito y un límite. Un punto de fuga que atisbamos, pero al que no podemos llegar. Un nombre maldito.
Un punto de fuga es, en términos geométricos, el lugar donde convergen las líneas paralelas a una dirección dada en el espacio. Es un punto impropio, situado en el infinito. Un ejemplo intuitivo de esta figura es el lugar donde veríamos confluir los dos rieles de una vía de tren en el horizonte. Un límite, en cambio, es en términos matemáticos una magnitud a la que se acercan progresivamente los términos de una secuencia infinita: un borde o frontera de algo. Fukushima hoy, es un lugar en el espacio infinito y un límite. Un punto de fuga que atisbamos, pero al que no podemos llegar. Un nombre maldito.
Delimitado por un radio de veinte kilómetros que comenzó tras la fusión del núcleo del reactor tres de la central nuclear de Dai ichi, el Efecto Fukushima se ha ido expandiendo lentamente a medida que el Gobierno declaraba la situación crítica.
Señal de prohibición de acceso a veinte kilómetros de la central de Fukushima Dai ichi-Fukushima. Foto: AG
El azote del tsunami del este de Honshu no encontró barrera alguna en el perímetro de la central nuclear, que solo contaba con un muro de seis metros, en una región en la que son habituales los tsunamis de treinta o cuarenta metros. En este caso, el agua alcanzó una altura de quince y una cascada de fallos en el suministro energético desencadenó el golpe de gracia con la fusión del núcleo de tres reactores de la central.
La frontera de seguridad en la que no se permite la vida pasó de veinte a treinta kilómetros y de treinta a cincuenta kilómetros en unos meses. El miedo y el respeto a esta catedral de lo intangible ha convertido hoy el límite de la ciudad de Fukushima en un espacio incierto y expansivo del que la gente huye con el mismo temor con el que se rehuía la peste bubónica en el siglo XIV.
La radiación liberada por el combustible MOX, una mezcla de óxido de plutonio y óxido de Uranio, que la empresa japonesa TEPCO estaba probando de manera experimental en el reactor tres, causó un grito de espanto entre la población que desde 2011 organizó una movilización social en con el lema No Nukes (No a las nucleares) en la que se recordaron también los graves errores de Tokaimura en 1997 y 1999 en Ibaraki hasta conseguir que el Gobierno central cediese ante la presión popular y detuviese en mayo de 2012 las cincuenta y cuatro centrales atómicas del país.
Casi tan poderosa como las ciudades de Tokio o Nueva York, Fukushima ha generado una movilización mundial que en vez de atracción, genera repulsión y ha marcado el trazado urbanístico y la calificación del suelo a la baja en las ciudades colindantes de igual y opuesta manera que un yacimiento de petróleo altera e instiga a sus habitantes a movilizarse bajo su efecto. Un radio de hasta cien kilómetros no basta para salvaguardar del terror ante el silencio de un enemigo que ataca por todos los flancos: el agua, la leche, las verduras, la ropa tendida, los niños jugando en la calle, el suelo.
Fukushima. Foto: AG
Este lugar, al que nadie se atreve a enfrentarse y cuyas instantáneas revelan imágenes cotidianas de bicicletas rotas, cafés abandonados, cabinas de teléfonos devencijadas y barandillas dobladas, ha marcado el tiempo de vida a través de un radio en kilómetros y ha generado una huida de la población civil a las provincias del Ibaraki, Sendai y Miyagi.
Dos años después del desastre y ante la paulatina regularización y estimación aproximada de los daños locales, la prefectura ha recibido ayudas de voluntarios y arquitectos en las ciudades de Souma, Koriyama y Minami Souma, protegidos ante la imagen dudosa del radio de explansión nuclear, que dicen, no afecta más allá del límite establecido por el Gobierno.
En Fukushima, el arquitecto Yasuhiro Yamashita aportó una colaboración con el proyecto Mobile Smile Project de vivienda temporal en la ciudad de Koriyama y la Log House Association de Tohoku propuso el espacio temporal comunitario de las ciudades de Minami Souma y Motomiya, en colaboración con el estudio Haryu y la Universidad de Japón. Además de los arquitectos, los voluntarios desarrollaron un programa de radio-ayuda y clases de meditación y las instituciones SOS y JVC propusieron un voluntariado internacional en Aizu Wakamatsu que incluía dar clases de inglés a los mayores en un pueblo a cincuenta kilómetros de la ciudad.
En esta región, en la que el Gobierno ha vetado cualquier tipo de nueva construcción desde hoy a diez años y en la que la incertidumbre ha generado un temor sin igual, aún quedan doscientas ochenta mil personas que no han abandonado sus hogares, incluyendo los cien mil evacuados de la zona límite.
Entre sus perspectivas de futuro a largo plazo, se encuentra el plan de vida de la ciudad de Data, en la que se ha desarrollado un proyecto extremo en convivencia con una radiación máxima de cinco milisieverts al año. No obstante, muchos ancianos han aceptado el hecho de no volver a ver a sus hijos y nietos en esta región en el futuro, porque según dicen, el peligro aún no ha pasado: la radiación está disuelta en el aire y es imposible determinar el diámetro de esta esfera expansiva de miedo ante lo invisible.