El terror al vacío
La vida explotaba con margaritas en el pelo, olores orientales, pantalones holgados, vestidos de hilo y una inmensa biblioteca donde se hundían nuestras creencias y motivaciones. Devorábamos todo lo que caía en nuestras manos y lo poníamos en práctica.
Foto: Mayte Piera
Soy, más, estoy. Respiro.
Lo profundo es el aire.
La realidad me inventa,
Soy su leyenda. ¡Salve!
Jorge Guillén
Veía pasar el agua con rapidez y alejarse haciendo caracolillos. Alargué el brazo para sentir esa excitación mojada que da el mar sobre la piel, pero alcancé apenas con las uñas y no pude comprobar la fuerza de la corriente escapándose entre los dedos ¿Se movía el mar, nos movíamos nosotros, era el viento el que nos impulsaba, era el barco el que al deslizarse creaba el viento? Me entusiasmó la idea de que quizás era pura ilusión, el vacío total donde nada se mueve y que el movimiento estaba más allá del tubo de ensayo de nuestros sentidos. El sonido era de seda principesca con un ligero clinc de gotas resbalando. Las estrellas explotaron por turnos sobre el negro universo y se pusieron a llover sin ruido. Esa nada y ese simple vacío me agarraron de las solapas y me zarandearon. Es una buena existencia la de deslizarse sobre la melaza grande del mar que no ofrece nada más que el deleite del cero absoluto.
Esa fue la razón que me obligó a convertir mi vida en una viajante marina. Luego llegaron otras cosas, cientos de ellas, pero la primera impronta fue esa, lo que nunca se olvida. Cuando yo empecé con este oficio, el mundo náutico de nuestro país era da alta alcurnia. Los pocos barcos que había se recogían en pequeños clubs náuticos de salones aterciopelados con socios jugando a las cartas y murales entorchados con anclas y timones bajo los cuales sus esposas cotorreaban. Llegamos los asilvestrados, la clase media ilustrada que había decidido que vivir era algo más que envejecer junto al fuego y que si el mundo estaba cubierto por 70 % de agua era para deslizarnos por ella sin rumbo fijo. La vida explotaba con margaritas en el pelo, olores orientales, pantalones holgados, vestidos de hilo y una inmensa biblioteca donde se hundían nuestras creencias y motivaciones. Devorábamos todo lo que caía en nuestras manos y lo poníamos en práctica. Moitessier, Tabarly, Slocum, Conrad, London, Stevenson, Navegar con mal tiempo, Felicidad en la mar. El mundo era grande y nosotros pequeños. No tardaron en marcarnos con el dedo señalador que merece la gente singular. No hay nada más subversivo que ser feliz. No hay nada tan grotesco como los individuos que se creen superiores por no entender que tú no quieras pertenecer a sus lugares comunes.
Como teníamos que vivir de algo nos inventamos el viajar con gente aventurera que pagase por compartir esa parte de tu vida. Hacíamos singladuras de lo más electrizantes donde quedarse sin motor, sin baterías, sin nevera o sin nada de nada era lo más emocionante que podía ocurrirles a aquellos pasajeros aguerridos que nos acompañaban. Recuerdo una travesía en la que la botella de gas dio sus últimos estertores cuando toda la comida que había a bordo esperaba cruda en el horno. Y el desembarque atropellado de la mañana en el puerto, buscando un bar que nos friera huevos con puntillas y con cien litros de cerveza fresca. El placer de la arribada.
Los que antes nos despreciaban y nos daban los amarres más alejados de sus sedes sociales para que no afeáramos el puerto, no tardaron en reconsiderar que quizás no éramos tan ilusos, sino más bien espabilados, así que decidieron hacer lo mismo. Fueron rápidos en atiborrar esos sitios recónditos de pescadores amables y cantinas pobretonas. Surgieron como setas las marinas uniformadas, los bares chill out, los apartamentos, las tiendas de moda fashion y las oficinas de alquiler de coches a la puerta. Los barcos subieron de eslora y se llenaron de aires acondicionados, lavavajillas, televisores de plasma y microondas.
- "Hay otra forma de navegar diferente, no reñida con la comodidad", dijo uno.
- "No lo dudo", dije yo. Y salimos zumbando para otros mares donde no hubiera llegado el ataque por modificar la corteza terrestre. Y nos compadecíamos de los que pensaban que por fin nos habían desterrado.
Luego vinieron cruzadas ecologistas por enmendar lo irrecuperable, la policía, la seguridad, los parques, el control, el estar localizable en todo momento, el maldito trip advisor. Y nosotros seguíamos corriendo sin rumbo fijo, corriendo delante del maremoto, de la ola rompiente, del temporal que todo lo arrasa. Esa carrera de fondo que no tiene meta.
Aristóteles pensaba que la naturaleza aborrecía el vacío, Esta idea perduró hasta el siglo XVII, cuando Torricelli, Newton y Pascal demostraron que era falso. Hoy sabemos que hay incontables universos posibles en cada pulgada de nada. Pero a pesar de todo, en el arte, en la ciencia y en la vida, el ser humano tiene un tremendo horror vacui y no descansa hasta colmarlo todo con su presencia. Entonces se da cuenta que estaba mejor antes, con el lienzo blanco.
Vuelvo a ver aparecer esos mismos personajes buscando islas luminosas de revistas de viajes, pescadores amables y nativos sonrientes. Boquiabiertos de que las cosas no sean como pensaban, arrogantes frente a un país tan atrasado. Descompuestos porque se han quedado sin antena y sin ver el mundial, qué desgracia, o porque su AIS no funciona y sus amigos no lo encuentran. Socorro. ¡A mí, a mí, que necesito un varadero urgente, por favor, tengo una vía de agua! Y yo, un mecánico, un presupuesto para el seguro, un velero, un ... ¿Vosotros me podíais ayudar? ¿No te acuerdas de mi? Sí, ¿Verdad? Qué gracia el volvernos a encontrar aquí otra vez. He pensado mucho en vosotros; lo cierto es que siempre fuisteis un poco extravagantes. Pero yo no, no te creas, yo os defendía a capa y espada, en el fondo le dabais vidilla al asunto y aprendíamos muchas cosas con vosotros. Y ¡qué valentía la vuestra! La verdad es que me parece que faltan muchas comodidades para el barco en este país, más marinas, más tiendas, no sé cómo explicarlo... Y ahora, con ese Gobierno radical que tienen, qué desastre, ¿no? Pero no hablemos de política, que está mal visto, no sea que tú me digas que a ti sí te gustan los comunistas prosoviéticos esos de 'Varufucker', ja,ja, y tengamos el lío montado. Ale, vamos a tomar una cerveza y me cuentas que sitios hay para ver por aquí y me recomiendas alguna tabernita del puerto, de las que solo tú sabes.
Me guardo el secreto de los soberbios placeres sencillos, del viento terco, de las nubes negras y azules, de las aguas saladas que he vivido, aguas que dejaban en las manos el recuerdo de una felicidad inmensa, como dijo Yiorgos Seféris, "¿qué saben ellos de eso?"
Este post fue publicado originalmente en el blog de la autora