Casi no llegamos al concierto

Casi no llegamos al concierto

Llegamos con las últimas bendiciones y las primeras notas. Comenzó la melodía y un gran silencio. Entre canción y canción Ludovico contaba chistes y María se desternillaba. Así se pasó la noche; llora que te llora, ríe que te ríe. Algunos gritaban: ¡Viva Grecia! Otros hacían coros con una estrofa sobre el 'Sí' y el 'No'. Nos emborrachamos con el encanto. Al día siguiente, nos sorprendió la resaca.

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Foto: Mayte Piera

Comenzó la caída del rocío sobre las ramas de los árboles y sobre las piedras desgastadas de lo poco que quedaba de un monasterio. La ausencia de brisa dejaba arder llamas verticales y limpias que subían de cada vela, colocadas en fila en el escenario, en los escalones, bajo los pequeños iconos de la capilla abierta de par en par esa noche; iconos ortodoxos de miradas sesgadas y enigmáticas. El pope daba sus últimas bendiciones mientras los tres músicos y la cantante se disponían bajo un cielo aún de raso y con alguna estrella impaciente como nosotros. La electricidad era palpable y hacía saltar chispas a cada movimiento.

Era el domingo 12 de julio, y mientras nosotros escuchábamos a Ludovikos ton Anogión, el futuro del país se debatía a puerta cerrada a muchos kilómetros de aquí. Presentíamos que aquella noche era única y última; la última de algo que nadie se atrevía a nombrar.

Este músico y compositor cretense es de los favoritos de mi amiga María. Sus conciertos se han convertido en acontecimientos de culto porque tienen lugar en sitios emblemáticos como fortalezas, ruinas, iglesias. Cuando, saltando y palmoteando, me dijo que actuaba en un monasterio medio abandonado del bosque, no lo dudé un segundo y le dije:

- "Esa tarde cierras la taberna, venimos a por ti y nos vamos dando un paseo por el campo".

- "Sí. Y me pondré mi vestido blanco".

Se enfrascó en sacar y colocar todos los CDs que tenía de él y disponerlos alrededor de la foto enmarcada del cantante, como en un altar. A ella misma le dio un ataque de risa.

Cuando llegué la tarde del concierto y vi toda la taberna llena de gente la miré, y sin esperar mi pregunta, respondió:

- "Tenían sed, ¿qué iba a hacer yo". Se arrimó a mi oído y me dijo en voz baja. "Después del concierto vienen los músicos a cenar a mi taberna". Destapó unas cacerolas y me admiré de los exquisitos platos que había estado cocinando; empanadas de calabacín y menta, flores rellenas de arroz, pollo al limón. "¿Le gustará al cretense? ¿Tú qué crees?"

El teléfono no paraba de sonar. Que si periquito tiene hambre y hay que subirle un bocadillo al monasterio, que si a Juanito, montando el escenario, se le ha caído una piedra en el pie y necesita una tirita, que si zutanito quiere agua. Andaba por allí Stelios, un amable vecino que a veces aparece en la taberna a ayudar, a cambio de que le dejen darle un buen tiento a la nevera de las cervezas. Subía y bajaba Stelios con todos los recados, pero cuando llamaron pidiendo frapés, primero se negó en redondo, luego me miró, y por último, con ese alegre desparpajo que tienen los griegos, para los que pocas veces algo es considerado imposible, nos dijo:

- "Yo llevo el coche y vosotros los cafés".

No rechistamos. Nos metimos en el automóvil abrazados a unos vasos bailarines y salpicantes, mientras él se encargaba de pillar todos los baches, subirse en todas la piedras y tomar las curvas lo más deprisa posible. Cuando llegamos, la mayor parte del café lo llevábamos encima, pero a nadie pareció importarle. Las sillas estaban dispuestas, las velas, colocadas, y el escenario, preparado.

Volvimos a la taberna para darle el primer aviso a María, pero estaba desolada. Acababa de descubrir una mancha en su vestido, y sin pensárselo dos veces, lo había lavado y colgaba chorreando de un árbol en medio de las mesas, donde todavía daba el sol. Los clientes que pasaban indudablemente se enredaban en sus flecos.

- "Si no se seca me lo pondré mojado".

El teléfono seguía sonando y yo comenzaba a impacientarme mirando el reloj. Pero con la última llamada, María se había puesto lívida y se aferraba al auricular mientras canturreaba una canción. Colgó y casi no hablaba.

-" Era él, Ludovico. Me ha preguntado; '¿De qué color es el amor?' Y luego me la ha cantado bajito". No hubo forma de que se recuperara, flotaba como un algodón de campo mientras me preguntaba al oído. "¿Tú sabes de qué color es el amor?"

- "Rojo, María. Como el de la rabia que nos va a dar como no lleguemos al concierto".

Conseguimos embutirle el vestido mojado y cerrar sus pulseras finas. Se pintó con esmero ojos y labios, dio color a sus mejillas, y tras media hora de mirarse al espejo, tiempo que decidimos pasar compartiendo con Stelios parte de la nevera, apareció en la puerta como una sacerdotisa blanca. Se agarró a nuestro brazo y nos fuimos despacito, parándonos a saludar a todas y cada una de las personas con las que nos cruzamos.

- "Stelios, ¿te vienes?"

- "No, me quedo a controlar las brasas", dijo mientras buscaba el abrebotellas.

Llegamos con las últimas bendiciones y las primeras notas. Comenzó la melodía y un gran silencio. Entre canción y canción Ludovico contaba chistes y María se desternillaba. Con el inicio de los primeros compases de cada balada, María me agarraba el brazo hasta gangrenarlo; luego lloraba mientras canturreba bajito. Así se pasó la noche; llora que te llora, ríe que te ríe. Algunos gritaban: "¡Viva Grecia!" Otros hacían coros con una estrofa sobre el 'Sí' y el 'No'. Nos emborrachamos con el encanto. Al día siguiente, nos sorprendió la resaca.

Tο χρώμα της αγάπης

Μουσική - Στίχοι: Λουδοβίκος των Ανωγείων

Ερμηνεία: Λιζέτα Καλημέρη

Ποιο το χρώμα της αγάπης

ποιος θα μου το βρει

Να 'ναι κόκκινο σαν ήλιος

θα καίει σαν φωτιά

Κίτρινο σαν το φεγγάρι

θα 'χει μοναξιά

Να 'χει τ' ουρανού το χρώμα

θα 'ναι μακρινή

Να 'ναι μαύρο σαν τη νύχτα

θα 'ναι πονηρή

Ποιο το χρώμα της αγάπης

ποιος θα μου το βρει

Να 'ναι άσπρο συννεφάκι

φεύγει και περνά

Να 'ναι άσπρο γιασεμάκι

στον ανθό χαλά

Να 'ναι το ουράνιο τόξο

που δεν πιάνεται

Όλο φαίνεται πως φτάνω

κι όλο χάνεται

Ποιο το χρώμα της αγάπης

ποιος θα μου το βρει

El color del amor

Letra y música: Ludovicos ton Anogión

¿Cual es el color del amor?

¿Quién me lo puede decir?

Si es rojo como el sol,

Quemará como el fuego.

Si es amarillo como la luna,

Tendrá soledad.

Si tiene el color del cielo,

Estará muy lejano.

Si es negro como la noche,

Será malvado.

Cuál es el color del amor...

Si es una nube blanca,

Irá y vendrá.

Si es un blanco jazmin,

Se marchitará.

Si es un arcoíris, no podré atraparlo.

Siempre parece que lo alcanzo,

Pero se escapa.

Cuál es el color del amor...

Este post fue publicado originalmente en el blog de la autora