Miedo al cambio
Tanto en el plano individual como grupal para producir un cambio voluntario hacen falta tres elementos: SABER, QUERER Y PODER. Los dueños de los aparatos, las castas directivas de los partidos parecen no saber o no querer saber lo que es un clamor en la calle y en las encuestas; que una inmensa mayoría de españoles no confía en ellos.
Desde un punto de vista psicológico la resistencia al cambio puede definirse como un conjunto de estrategias que tienen por finalidad disminuir o eliminar la ansiedad que todo proceso de cambio puede generar. Aunque el miedo, en sí mismo, es un mecanismo de defensa normal, se convierte en un problema cuando nos impide adaptarnos activamente a la realidad.
Los temores más frecuentes que desencadenan la resistencia al cambio son el miedo a lo desconocido y las dudas sobre la propia capacidad. El primero produce incertidumbre y aunque un poco de incertidumbre puede favorecer la creatividad (precisamente lo que hace falta para adaptarse a situaciones nuevas), mucha puede bloquearnos. Las dudas sobre nuestra capacidad de adaptación también puede jugarnos malas pasadas, si además uno se oculta a sí mismo esas dudas, si las niega, estará en peores condiciones para afrontar el cambio.
La expectativa de cambio también se puede experimentar como una pérdida. En ese caso, el proceso se asemeja al duelo con sus fases tradicionales de: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.
La resistencia al cambio es un fenómeno que puede manifestarse tanto a nivel individual como a nivel social. Se puede experimentar frente a decisiones personales que impliquen cambios en el estilo de vida como dejar de fumar o cambiar de trabajo, pero también puede afectar a grupos, colectivos e incluso a pueblos a la hora de afrontar los cambios y de tomar decisiones.
En ambos casos la dinámica de la resistencia al cambio siempre puede relacionarse con el miedo y la incertidumbre, con la gestión de sentimientos como la ira, la impotencia o la pérdida, así como con la elaboración de argumentos destinados a justificarnos o a negar la realidad. También puede inducir a desarrollar conductas procrastinadoras (dejarlo todo para otro día). No reconocer la complejidad del fenómeno no ayuda a tomar decisiones racionales.
Socialmente estamos atravesando una crisis que también produce miedo e incertidumbre. Una de las formas de conjurar el miedo, particularmente cuando se experimenta en forma agresiva, son las opciones autoritarias. La dinámica emocional de las organizaciones autoritarias se basa en la gestión del miedo y la ira. Hacia adentro su paternalismo contiene el miedo y ofrece seguridad; hacia afuera se proyecta la ira contra los que se consideran diferentes como, por ejemplo, los inmigrantes. Eso puede conducir a opciones políticas extremistas como los actuales partidos de extrema derecha europeos. Otra manera de conjurarlo es mediante el humor. Si somos capaces de reírnos de nuestro propio miedo lo desdramatizamos. No sé si eso tendrá algo que ver con las opciones políticas lideradas por cómicos que han surgido en los últimos tiempos en Europa. No conozco al señor Beppe Grillo, ni a Hordur Torfason que encabezó el movimiento Voces del pueblo en Islandia, pero si un payaso y comediógrafo de la talla de Darío Fo, nobel de literatura, apoya el movimiento Cinco estrellas, tendremos que tomarnos muy en serio la opción del humor y la creatividad.
Por otra parte, hasta ahora han sido los políticos los que han esgrimido el argumento de la resistencia al cambio contra la ciudadanía. Según ellos, los políticos son los artífices o los gestores de los cambios y la sociedad o sectores de la misma los que se resisten.
Los dos últimos gobiernos no han dejado de decirnos que ya nada será igual, que la realidad socioeconómica ha cambiado para siempre y que en vez de resistirnos y quejarnos, lo que deberíamos hacer es prepararnos para los nuevos tiempos. También nos dicen que debemos ser emprendedores, hacernos dueños de nuestro propio destino sin esperar que nadie venga a salvarnos (sobre todo el Estado que ya nunca será el que era, si es que lo fue alguna vez). Todo eso puede ser verdad, pero a estas alturas no estoy muy seguro de que ciudadanos y políticos pensemos lo mismo cuando hablamos de miedo, de cambio y de resistencia. Ahora son muchos ciudadanos los que quieren cambiar y los políticos los que se resisten.
Tanto en el plano individual como grupal para producir un cambio voluntario hacen falta tres elementos: SABER, QUERER Y PODER. Los dueños de los aparatos, las castas directivas de los partidos parecen no saber o no querer saber lo que es un clamor en la calle y en las encuestas; que una inmensa mayoría de españoles no confía en ellos, que desean mayor transparencia, eliminación de privilegios, democratización de las organizaciones políticas, financiación transparente, castigos ejemplares para los corruptos, etc. La jerarquía política se justifica diciendo que todo es consecuencia de la crisis económica o bien niega la evidencia argumentando que se trata de consignas antisistema. En definitiva, ni saben ni quieren cambiar.
Seguramente algunos de ellos sí reconozcan los problemas y quieran cambiar, pero están atrapados en la dinámica perversa de sus organizaciones más orientadas a su supervivencia que a su auténtica función representativa. No tienen el poder en sus partidos ni parecen dispuestos, de momento, a dar la batalla por él. O sea, que aunque sepan y quieran no pueden o no se atreven. Si no se dan prisa en cambiar, el cambio pasará por encima de ellos.
Para los ciudadanos cambiar significa algo muy distinto; significa recuperar la iniciativa, no delegar en quienes no confían, ser más exigentes con ellos mismos y con sus representantes, denunciar las malas prácticas dentro de sus organizaciones. Significa rebelarse contra las consecuencias injustas de una crisis que no han provocado. Eso también da miedo, pero algunos han emprendido el camino.
¿Quién se resiste al cambio?