Un aeropuerto de vergüenza
Hace falta visibilizar la envergadura de la ignominia, algo que entre por los ojos y se pueda tocar, así que propongo la creación de un Ranking de la Estupefacción. Si un Campo de Fútbol es la medida de la superficie, que sea el Aeropuerto de Ciudad Real la medida de la vergüenza.
Últimamente Pablo Iglesias habla de "la gente". "El pueblo" suena muy a izquierdas, "los ciudadanos", muy de derechas, y "hermanos" no sé si es de religiosos o de papanatas. Total, que hay que elevar el tiro y buscar una nueva denominación que lo abarque todo, de derecha a izquierda. Ahí está: la gente. Pero le dejo este análisis a los politólogos. No me voy a meter con Podemos por dos razones: una, porque a la primera que le gusta hacer malabarismos con las palabras es a mí, y dos, porque hoy me voy a apropiar de "la gente".
Está la gente de la ciudad y la gente de los pueblos. La gente de la ciudad se suele sentir superior a la gente de los pueblos. Y la gente de los pueblos nos solemos reír de la gente de las ciudades. Por ejemplo: la gente de las ciudades no sabe medir superficies. Para un pez de ciudad, la medida de referencia es el campo de fútbol. Los que crecimos en los pueblos, aprendimos de nuestros abuelos a medir las superficies en fanegas y celemines. Después los maestros nos enseñaron a medir en hectáreas, así que, sin ser topógrafo, cualquier chaval de mi pueblo te sabría dar la medida casi exacta de un terreno a un golpe de vista y con tan sólo ponerse la mano sobre los ojos a modo de visera.
Ponle a prueba, te dirá: "Esa parcela tiene unas 3 hectáreas". Y acertará. Ante la cara de besugo del pipiolo de ciudad, el del pueblo sonreirá condescendiente y le aclarará: "Como tres veces el Bernabéu". Entonces sí, el de ciudad asiente, "¡ah, ya!". Mi yo ingenieril se llevaría las manos a la cabeza, invocando al dios del Sistema Métrico Decimal para que fulminase con su rayo a estos urbanitas ignorantes, pero al final lo acepto. El Campo de Fútbol es la medida oficial de superficie, tanto para los de pueblo como para los de ciudad.
Y está bien que sea así. En el fondo, se trata de que tengamos una medida universal que nos sirva a todos para cuantificar aquello de lo que estamos hablando. Los que jugamos a esto de escribir sabemos que todo lo que sucede en el mundo es susceptible de acabar reducido a una superficie literaria de 150 centímetros cuadrados. O sea, mil palabras. O sea, una columna. Todo necesita de una medida.
Hay unas cosas más fáciles de medir que otras. En la cocina, ¿cuánto es una pizca, cuánto es un pellizco, una miaja o un puñadito? Más o menos gramos, lo podríamos definir. Más difícil se torna dar una medida de otros conceptos, como la indignidad, la manipulación, o la vergüenza.
Cuando reporteros de cadenas de televisión de Francia, Alemania o Inglaterra llegan a mi pueblo, graban y fotografían los alrededores del aeropuerto de Ciudad Real, y nos presentan como prototipo de pelotazo inmobiliario, o cuando esos mismos periodistas entrevistan a la gente sencilla y rabiosamente honrada y trabajadora de mi pueblo, y nos subtitulan del manchego al francés como ejemplo de la España fallida, o cuando Ciudad Real es trending topic mundial a cuenta de la venta de un aeropuerto que, gracias a mil añagazas, puede ser comprado por 10.000€, cuando construirlo ha costado centenas de millones de euros, ¿cómo dar una idea mínimamente aproximada de la inmensa vergüenza que sentimos?
En este país no hay medida de la vergüenza. ¡Y vaya si necesitamos una! Lo único que tenemos en un paradójico contrapeso, que es la desvergüenza: a más desvergüenza de unos, mayor vergüenza para otros. Pero seguimos en el terreno de lo abstracto y lo subjetivo, eso no nos vale. Lo que no se mide no existe.
Hace falta visibilizar la envergadura de la ignominia y del trile, algo que nos entre por los ojos y se pueda tocar, así que propongo la creación de un Ranking de la Estupefacción. Si un Campo de Fútbol es la medida de la superficie, que sea el Aeropuerto de Ciudad Real la nueva medida de la vergüenza.
Pongamos una escala del 1 al 10, siendo 10 el máximo ridículo internacional y/o el mayúsculo bochorno nacional. Y pongamos casos. Cuando asegura Paul Krugman que votaría "no" en el referéndum griego sobre el rescate y Rafael Hernando afirma que "no está muy bien informado el señor Krugman" (recordemos, Paul Krugman, Premio Nobel de Economía en 2008), la vergüenza que nos hace pasar el amigo Hernando vendría a equivaler a un Aeropuerto.
Si un alcalde popular de Cuenca llama "puta barata podemita" a la portavoz del PSOE en Castilla-La Mancha, eso sería unos dos Aeropuertos. Bueno, Aeropuerto y medio, que el hombre no pretendía insultar. Si, según la última Encuesta de Población Activa, el primer trimestre acabó con 5.444.600 personas sin empleo pero el PP afirma que va todo tan bien que ya nadie habla del paro, y que todo lo novedoso que van a proponer es la presentación en sociedad de cuatro chiquetes para hacer ver que son un partido de jóvenes y el cambio del logo -flat design, ojocuidao-, esto sería como tres Aeropuertos de vergüenza.
A los alcaldes y otros cargos desalojados por las urnas que transitan el camino desde sus exdespachos al sillón del Senado más rápidos que "El Chapo" Guzmán huyendo en moto por el túnel en su fuga de la cárcel de alta seguridad, les doy cuatro Aeropuertos. ¿Que Rajoy se ve solo en Bruselas, apartado y sin hablar con nadie, por no saber ni papa de inglés, mientras Merkel, Tsipras y Hollande hacen y deshacen a su antojo? Cinco Aeropuertos de vergüenza.
El resto de la escala hasta el 10 de la infamia lo ocuparía cada noticia que nos habla de desahucios, de niños en comedores sociales, de urgencias desbordadas o de ayudas a la dependencia denegadas.
Si Martín Lutero clavó en las puertas de la iglesia del Palacio de Wittenberg una carta dirigida a la Iglesia de Roma con sus 95 tesis sobre el cuestionamiento al poder, gracias a la cual comenzó un debate teológico que condujo a la Reforma Protestante, de la misma forma tendríamos que clavar en las puertas del Congreso este Ranking de atropellos y abusos que tenemos que soportar estoicamente y que hacen que digamos bajito y mirando al suelo eso de "yo soy español". A ver si así, enumerándolos y dándoles un peso, alguien siente algo de empacho y empiezan a surgir atisbos de honestidad.
Que como decía Julio Camba -también poniéndole medida-, "todos los españoles somos unos grandes hombres, pero España es un pueblo muy pequeño". Bien se ve quién nos achica. Que no pido ya que nos hagan sentir orgullosos. Que me conformo con que no nos avergüencen más.