Se cumplen 20 años de la aprobación del Protocolo de Kioto contra el cambio climático
Las emisiones de gases de efecto invernadero se redujeron más de un 20% cuando se planteó un horizonte de un 5%, pero el seguimiento ha sido lento, desigual y con algunas sombras.
Es semana de celebrar, de hacer balance y de plantear exigencias. Celebrar que ayer se cumplieron 20 años del Protocolo de Kioto, el primero que puso negro sobre blanco que el problema del cambio climático era insoslayable, el primero que se planteó metas y exigencias. Hacer balance de sus luces y sus sombras, más las primeras que las segundas pese a todo, y de su herencia en el Acuerdo de París -que también cumple dos años hoy mismo-, el nuevo compromiso de que se ha dotado el mundo para poner brida al calentamiento global. Y es tiempo también de exigir, sí, que el modelo económico y los hábitos de consumo cambien aún más rápidamente, porque no hay planeta b que sustituya al que estamos esquilmando.
El 11 de diciembre de 1997 se adoptó en Kioto (Japón) el primer acuerdo internacional que buscaba de manera efectiva la reducción de gases de efecto invernadero. Tras el entusiasmo inicial, no obstante, llegaron los primeros e importantes obstáculos que hicieron que no entrase realmente en vigor hasta 2005: algunos países se negaban a acatar el recorte impuesto por el bien de todos y boicotearon el texto como pocas veces se ha hecho con un documento amparado por las Naciones Unidas. Estuvo bloqueado hasta que Rusia se dignó a ratificarlo y EEUU -cuyo presidente, Bill Clinton, dejó Japón como el máximo valedor del documento- no lo avaló en el congreso y dejó sus medidas sin efecto. Europa sí cumplió su compromiso y arrastró a otros a hacerlo.
Kioto tenía enjundia y no a todo el mundo le hacía gracia cambiar sus inercias, empezar a pensar en verde y que lo hicieran también las empresas amigas. De ahí tanto reparo. Los países se comprometieron a reducir sus emisiones de seis gases causantes de efecto invernadero -dióxido de carbono (CO2), metano (CH4), óxido nitroso (N2O), hidrofluorocarbonos (HFC), perfluorocarbonos (PFC) y hexafluoruro de azufre (SF6)- al menos un 5% en 2012 con respecto al año 1990. Ese objetivo finalmente se logró y se superó, llegando a un 22,6% en los países comprometidos con Kioto.
Como destacan Climate Alliance y la European Climate Foundation, ambas con sede en Bruselas, el cumplimiento de ese porcentaje es el mejor legado del protocolo. Sus otras dos grandes bondades son que puso sobre la mesa de forma "insólita" compromisos vinculantes y que demostró científicamente la necesidad de abrir un nuevo camino en el consumo y la industria, con los datos borrando la imagen de agoreros que se dio hasta entonces a los científicos que alertaban del peligro.
Entre sus males, sobre todo, destacan el hecho de que dejase fuera de la obligación de reducir las emisiones a los países en desarrollo, una visión "paternalista" que hizo, denuncian, que países como China o India siguieran expulsando sin límite. Por ello, la concentración de gases de efecto invernadero ha acabado superando el 20% en todo el planeta y, como consecuencia, el aumento de la temperatura media de la Tierra ya ha subido un grado.
Tampoco era motivo de aplauso el mercado de emisiones por el que los más ricos y desarrollados podían comprar derechos a los países menos avanzados, un truco para no hacer los deberes. Y los retrasos: una década costó poner Kioto en marcha. A la negativa de las grandes potencias, que se repensaron mejor el sí inicial visto el coste que tendría en sus economías, se sumaba el hecho de que los países, en 1997, no sabían ni medir sus emisiones ni disponían de marcos legales ni de tecnologías para hacerlo correctamente.
Luego estaba la burocracia: hubo una fallida Cumbre de Copenhague en 2009 en la que se esperaba un documento fresco de relevo que nunca llegó y eso obligó a prorrogar Kioto en 2012 (la llamada Enmienda de Doha). Al texto viejo el calentamiento global le había reventado ya las costuras a base de hechos probados y necesitaba con urgencia un sustituto.
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Y LLEGÓ PARÍS
Kioto ya no daba para más y, entonces, llegó París, el acuerdo que apenas tiene dos cumpleaños a sus espaldas pero que es la peleada continuación a lo que se decidió hace 20 años. El Acuerdo de París sustituirá a Kioto en 2020, aportando dos grande avances: ahora las obligaciones se fijan por primera vez para todos los países y el dinero que se invierta en esta lucha será finalista, inyectado en acciones concretas necesarias para evitar que la temperatura del planeta aumente más de dos grados a finales de siglo, el gran compromiso que añade.
Este martes, en este segundo cumpleaños del pacto, París vuelve a albergar un encuentro mundial sobre el cambio climático para revisar lo avanzado y no dejar que, como su predecesor, acabe cayendo en largos periodos de letargo. La cumbre Un Planeta (One Planet, en inglés), a la que asistirán más de 50 jefes de Estado y Gobierno y de altos representantes del mundo financiero, se centrará en impulsar un cambio real en las actividades que generan emisiones para que se reduzcan o desaparezcan, "un nuevo modelo financiero responsable con el presente y el futuro", como explican en su página web.
La cita surge a iniciativa del presidente francés, Emmanuel Macron, y está respaldada por la ONU y el Banco Mundial. Están invitados todos los firmantes del acuerdo de 2015 menos el presidente estadounidense, Donald Trump, persona non grata tras haber decidido salirse del acuerdo, que el pasado junio calificó de "debilitante, desventajoso e injusto".
"Lo más importante es que esta falta de entendimiento de la gravedad del cambio climático por parte del político de turno -en referencia a Trump- no ha logrado hacer perder la confianza en el Acuerdo de París", ha señalado a la Agencia EfeChristiana Figueres, jefa de cambio climático de la ONU cuando se logró ese pacto en 2015. Figueres afirma que la cita de París tiene el objetivo de que "cada dólar o euro vaya al lugar correcto, y se dejen de financiar actividades que dañen el planeta y pongan en riesgo el bienestar humano".
De París se esperan, pues, apuestas claras y no sólo un posicionamiento general. Lo que han filtrado las delegaciones a la prensa francesa es que se quieren anunciar unas "coaliciones de fondos soberanos de pensiones, de grandes aseguradoras o de fondos de inversión" comprometiéndose a mover el dinero que tienen ahora en combustibles fósiles a energías renovables, coches eléctricos u otras tecnologías limpias. El vicepresidente de la Comisión Europea, Valdis Dombrovskis, tiene previsto presentar además la hoja de ruta de la UE para las finanzas sostenibles, se esperan adhesiones de países a la Plataforma 2050 de países que se comprometen a ser neutros en emisiones ese año y a la alianza de países que se comprometen a abandonar el carbón. "España está en la primera, pero no en la segunda", recuerda EFE. Además, se espera una declaración de la Organización Marítima Internacional (IMO, por sus siglas en inglés) con un compromiso de reducción de emisiones en el sector de la navegación.
Lo que hoy pasará en la capital de Francia es reflejo de que ya no hay marcha atrás en la batalla de los estados contra el cambio climático y eso es mérito previo de Kioto. Sin él, hace dos años no habrían estampado su firma en el nuevo acuerdo 200 países, prometiendo hacer lo posible para que la temperatura no suba más de dos grados a finales de siglo -y, si puede ser, no más de 1,5-, reducir un 40% las emisiones para 2030 y con un plan de objetivos que deben repasarse -y, por tanto, cumplirse- cada cinco años.
¿CÓMO VA ESPAÑA?
Según el Informe sobre Sostenibilidad en España 2017 de la Fundación Alternativas, nuestro país no está a la altura de los avances logrados en el conjunto de la UE. En 2014 las emisiones comunitarias fueron un 24% inferiores a las 1990, con lo que parece sencillo mantener la velocidad de crucero y llegar a 2020 con el objetivo cumplido de reducir todas las emisiones un 20%. España, sin embargo, ha aumentado sus emisiones un 15% en los últimos 27 años. Es más: de los 10 países europeos más emisores entonces, sólo España sigue pasándose de la raya, cuando el resto ha rebajado un cuarto sus datos.
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En 2007, España había aumentado un 54% sus emisiones, superando el límite que le imponía el Protocolo de Kioto (del 15%), sobre todo a causa de los excesos del ladrillo y del uso del transporte privado, explica el informe. Entre 2008 y 2013, con la crisis, las emisiones de CO2 tuvieron una bajada del 27% pero no por un esfuerzo de contención, sino por la menor actividad económica. Para cumplir con Kioto, hubo que comprar derechos de emisión a terceros países por un total de 800 millones.
A finales de noviembre, la ministra de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, Isabel García Tejerina, enfatizó que el gobierno "ha asumido el compromiso más exigente de todos los planteados, como es llegar a 2030 con un 40% menos de emisiones que en 1990, y a 2050 con emisiones entre un 80 y un 95 por ciento inferiores a las de dicho año", según detalló en el Foro Energy Talks. El presidente del Gobierno , Mariano Rajoy, ha anunciado que mañana expondrá en la cita parisina su intención de aprobar en 2018 con una ley de cambio climático y transición energética que debe establecer un marco normativo que recoja los objetivos a medio y largo plazo de reducción de emisiones de gases efecto invernadero y los objetivos en materia de energía.
Texto completo del protocolo de Kioto sobre cambio climático by El HuffPost on Scribd