En las primarias de Nueva York quien ha ganado ha sido el juego sucio
Incluso antes de que se contaran los votos de las primarias de Nueva York, el futuro de la carrera presidencial del 2016 ya estaba claro: las victorias de Hillary Clinton y Donald Trump no evitarían que se alcanzaran niveles de caos y de maldad aún más tóxicos entre este mes y el de noviembre.
Independientemente del respeto que hubiera entre Clinton, la ex secretaria de Estado, y el senador Bernie Sanders, su rival en la candidatura demócrata, la campaña ha estado rodeada de un fuego cruzado de ataques personales.
La recientemente descubierta agresividad al estilo neoyorquino que empleó Sanders —y que algunos de sus simpatizantes esperaban con impaciencia— le ha llevado a empatar con Clinton en los sondeos nacionales. Sanders seguirá teniendo una financiación sólida y seguirá utilizando las redes sociales de una manera más inteligente que Clinton.
"Vamos a seguir así hasta el final", aseguraba el principal asesor de la campaña de Sanders, Tad Devine. No hay duda de que habla en serio, sea cual sea el resultado final de las primarias estatales del martes.
Mientras tanto, el senador Ted Cruz (Texas) ha demostrado ser un rival formidable en la guerra de candidatos. Enfurecido por eso (y por la fanfarronería burlona de los esbirros evangélicos de Cruz), Trump, el agresivo favorito del partido republicano, está haciendo de todo menos ser una amenaza para la violencia en la convención republicana.
"Espero que no implique violencia", ha dicho Trump esta semana sobre la convención de julio. No obstante, según sus declaraciones, si no sale elegido como candidato, el panorama en Cleveland será "hostil".
Por su parte, Sanders, que anteriormente resultaba paternalista y ahora está cargado de animadversión hacia el sistema, está utilizando a Nueva York para elevar su discurso, en parte para obtener más donaciones de los conservadores.
La carrera entre los dos partidos se encuentra en un momento crucial, y Nueva York —que pocas veces llega a tener voz en situaciones decisivas como esta— ha sido el lugar perfecto para que el juego sucio lo sea aún más.
Así son las cosas aquí. En Minnesota, existe algo que en Estados Unidos llaman "Minnesota Nice" que hace referencia a la educación y a la simpatía de la gente de ese estado. Y lo mismo sucede con Iowa.
Pero de eso hay poco en el estado de Nueva York. Fuera de las inmediaciones de la ciudad de Nueva York, a los habitantes de ciudades como Buffalo o Rochester les molesta tener que orbitar alrededor del resplandeciente Manhattan.
Y en la clasificación del 2009 de las 30 ciudades más acogedoras de Estados Unidos de la página de viajes Travel + Leisure Nueva York quedó en el último puesto.
Cuando Clinton y Sanders se pusieron a discutir en el debate que se celebró la semana pasada en Brooklyn, el público parecía una muchedumbre sedienta de sangre a punto de presenciar un combate de boxeo.
Muy apropiado para el tono de la campaña de este año.
Sean quienes sean los finalistas, dentro de seis meses la actitud de la carrera presidencial será principalmente de agresividad: será más una cuestión de votar contra el candidato que no te gusta más que de votar por quien te gusta; será más una cuestión de candidatos que asustan a sus votantes en vez de cortejar a una desaparecida clase media.
Los resultados de las últimas encuestas demuestran por qué.
Aunque se esperaba que Clinton y Trump ganaran en Nueva York, su hogar, sus niveles de popularidad han descendido a escala nacional tras dos semanas de campaña en las zonas de mayor delincuencia.
En Nueva York, Clinton ha sido la que más importancia, o incluso delegados, ha perdido a nivel nacional, y ha sido objeto de ataques cada vez más acusadores y personales por parte de Sanders.
Según una encuesta de la cadena NBC y el periódico Wall Street Journal, el 56% del electorado tiene una opinión negativa sobre Clinton, una cifra que, según los datos del HuffPost, supera en 10 puntos a la del año pasado.
Mientras tanto, Trump es quizá el candidato más impopular de una carrera por la presidencia de la historia moderna. Dos tercios de los participantes de la encuesta de la NBC y el Wall Street Journal tienen una opinión negativa de él. Lo que podría parecer un obstáculo prácticamente insalvable para que se convierta en el presidente de Estados Unidos.
Según la regla tradicional de los asesores, si más del 40 o del 45% del electorado tiene una opinión negativa de un candidato, este nunca saldrá elegido como presidente. Si esto es cierto, Ted Cruz tampoco será presidente, ya que el 49% de los votantes tienen una opinión desfavorable de él.
Las opiniones sobre Sanders siguen siendo positivas, y ahora le pisa los talones a Clinton en varias encuestas nacionales. Pero a costa de su propia imagen, que, de alguna manera, ha ganado en negatividad para los votantes en general.
Ya no queda nada de ese Bernie de ojos brillantes al que sus simpatizantes describían como a un amigo de todos los seres vivos y un fiel sirviente de ideas nobles cuya odisea se prestaba a los suaves acordes de Simon y Garfunkel.
En Nueva York esa figura ha desaparecido y ha sido reemplazada por la de una persona que en el pasado creó problemas en Vermont y en Washington: un político acerbo e incluso arrogante, que menosprecia a sus rivales (y a muchos amigos putativos) y que es experto en esconder un puñal bajo su fachada de profesor.
Solo el gobernador de Ohio, John Kasich, ha sido capaz de mantener lo que podríamos llamar un perfil ganador, ya que tan solo el 19% del electorado tiene una opinión negativa de él. Pero puede que eso se deba a que mucha gente no tiene más que una idea superficial de quién es.
Si quiere que se le conozca más, más le vale empezar a jugar sucio antes de que Filadelfia, que es conocida como la ciudad del amor al prójimo, se convierta la semana que viene en el núcleo del partido republicano.
Este artículo fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.