Rompiendo (o afianzando) tópicos: ¿qué has aprendido de los españoles este verano?
Esta historia es verídica, y muestra lo que pasa cuando uno vive inmerso en una ensalada de prejuicios, tópicos y resistencias ancestrales: una chica le llevó a su abuela, que vivía en Tenerife, un trozo de queso. La abuela lo cortó y se puso a comerlo: "Ummm, ¡qué rico! ¿De dónde es?" "De Gran Canaria, abuela"". Y entonces, la señora, agraviada por un par de siglos de rivalidades entre las dos islas, lo escupió sobre el plato: "¡Puaj, de Gran Canaria!"
El de esta señora es, sin duda, un caso extremo. Pero a buen seguro, más de uno, cuando preparaba este año las vacaciones con amigos y familiares, se dejó llevar por alguno de esos prejuicios con los que manejamos nuestras vidas. "¿Cómo que irnos a Cataluña con la que está cayendo? ¿Para qué, para que no te respondan en castellano? Lo que se merecen es un boicot". "Yo paso de ir a Canarias. Allí son todos unos aplatanados. Pide uno algo en un bar y se pega media hora esperando". "¿El País Vasco dices? Pero si ahí todos son supercerrados?" "¿A Galicia? A estar todo el día metidos en el apartamento por el mal tiempo?" "¿Madrid? ¿A quién se le ocurre pasar una semana en agosto allí en medio del calor y del asfalto?"
Pero luego están las sorpresas: el quiosquero te da los buenos días en catalán, pero a los dos días ya estás hablando con él de política y soñáis juntos que este año, de verdad, se arreglen cosas. Además, te consigue unos tomates estupendos para untarte el pan por la mañana con un aceite que te trajiste de la cooperativa de tu prima en Jaén. O acabas con la cuadrilla de tu colega en la universidad, que tuvo que estar hasta el final intentando convencerte para que acercaras una semana a su casa en un pueblito al lado de San Sebastián. ¡Y te quedaste quince días! O puede que el camarero tardara en traerte una botella de agua con gas. Pero fue justo el tiempo de más necesario para que un tal Jaime se sentara en la mesa de al lado y ya no te despegaras de él el resto del verano, ni de día ni de noche. Es cierto que el asfalto es más desagradable con el calor, pero nada como una buena universidad de verano y un par de amigos nuevos que te pueden echar un cabo para decidir que, esta vez sí, dejas el trabajo y te pones con tus ahorros a hacer una tesis sobre esa escritora africana.
Porque ya se sabe: se abre una grieta del azar por donde corre, refrescante, el aire de la novedad, y le cambia a uno la vida para siempre. O por lo menos, para un rato, que no es poco: un servidor conoció no hace mucho en un pueblo de La Mancha a un mecánico-gruista que se marchó refunfuñando a hacer la mili en Canarias en los años setenta y todavía suspiraba por la novia que dejó allí para reencontrarse con su vida de siempre en la estepa castellana.