Mujer y dueña de la tierra
Fanta Mballo, de 44 años, madre de cuatro hijos, se levanta muy temprano. Cada mañana recorre con paso firme los pocos kilómetros que separan a su pueblo, Sissacunda Aliu, del huerto situado en el pueblo vecino, Sissacunda Samanco. Allí se dedica con afán a cuidar de sus cebollas, tomates y pimientos. Plantar, regar, recolectar, quitar las malas hierbas, vigilar que ninguna plaga los ataque.
Hace sólo un par de años, Mballo trabajaba en los arrozales unos pocos meses al año, pero ahora es el huerto el que absorbe toda su energía. Con una gran diferencia: todo lo que produce es suyo porque la tierra está a su nombre. “Una parte me la llevo para casa y otra la vendo. Son mis cebollas, mis tomates, mis pimientos”, asegura orgullosa.
En total son 320 mujeres de esta región de Gabu, en el noreste de Guinea Bissau, las que en los últimos dos años han conseguido el acceso a la propiedad de la tierra. Pronto serán más, casi 800, las que lo consigan, pues ya se están tramitando los papeles.
Y la cuestión no es baladí. “Es algo nuevo, histórico, que no se había visto nunca antes en nuestro país”, asegura Aua Keita, responsable de género de la asociación local Aprodel y una de las grandes artífices de este logro. “Si las mujeres no se convierten en propietarias de la tierra, jamás serán independientes. Queremos que este proceso se amplíe a más mujeres y a otros puntos del país”, añade.
Y es que, cuando la ONG española Alianza para la Solidaridad comenzó a desarrollar el proyecto SAGE en Senegal, Gambia y Guinea Bissau, pronto se dio cuenta de un grave problema, de una injusticia. En este último país, uno de los más pobres del mundo, la tierra de cultivo es comunal, es decir, pertenece a las comunidades que la explotan, pero son los hombres quienes controlan este recurso fundamental para la subsistencia, deciden sobre su utilización y sus beneficios, a través de los djargas o jefes locales.
Aunque sobre las espaldas de las mujeres reposa la responsabilidad de sostener a las familias, estas han quedado tradicionalmente excluidas de los procesos de toma de decisión. No pueden heredar y cuando se les cedían parcelas para su explotación, solía ocurrir que los hombres las recuperaban cuando empezaban a producir alimentos.
Khady Balde, de 46 años, es viuda. Aunque algunos de sus siete hijos ya funcionan por su cuenta, ella es la responsable del hogar, el pilar de la casa. Es una de las 80 mujeres propietarias del huerto de Colondito Mori, donde florecen unas berenjenas con una pinta buenísima. Junto a los tomates y zanahorias, también emergen unos enormes paneles solares. Financiados por APS, la introducción de esta alternativa energética supone, sobre todo, un enorme ahorro de tiempo.
Ya no hay que darse largas caminatas hasta pozos lejanos porque es el sol quien alimenta el motor que extrae el agua directamente en el huerto. Con una parte de su tiempo, Khady aprovecha para acudir a las clases de alfabetización en lengua pulaar, parte también del proyecto SAGE, que en Colondito Mori imparte Khadiyatu. “Esto las empodera, cuando pueden leer y escribir se sienten más seguras, más capaces de tomar decisiones”, asegura la maestra.
Detectado el problema, Alianza y Aprodel, su socio local, decidieron que tenían que ser las mujeres quienes ostentaran la propiedad de los huertos que se iban a construir para la comunidad. Y los hombres, las autoridades locales, aceptaron el reto. La fórmula escogida fue los Títulos de Concesiones de Tierras.
Cuatro parcelas de una hectárea cada una en las comunidades de Sissacunda Samanco, Colondito Mori, Helacunda y Cupuda fueron primero legalizadas ante la Administración y posteriormente cedidas de manera gratuita por el jefe tradicional a distintas asociaciones de mujeres por un periodo de noventa años renovables. Con todos los papeles en regla. Así, 320 mujeres de este sector de Pirada se convirtieron en las primeras propietarias de la tierra en la historia de Guinea Bissau. Y el proceso sigue en marcha.
“El beneficio es para todos, no solo para las mujeres”, asegura Yarga Balde, de Sissacunda Samanco. “Con los huertos ahora podemos hacer una mayor variedad de comidas, siempre con hortalizas y productos nuevos. Antes dependíamos del dinero del cultivo del arroz para comprar cebollas o tomates. Ahora los cultivamos nosotras. Todo el mundo gana”, añade.
No siempre fue así, al principio algunos hombres rechazaron la idea. Se sintieron amenazados por el hecho de que fueran ellas quienes empezaban a manejar dinero procedente de la venta de los productos del huerto. Pero han acabado por aceptarlo porque los beneficios para la comunidad de los que habla Balde son evidentes.
Además de los huertos, la energía solar o la alfabetización, el proyecto SAGE ha logrado introducir molinos en las comunidades para la elaboración de su propia harina, repartir cocinas mejoradas que favorecen el ahorro energético y una reducción del impacto medioambiental gracias a un menor consumo de madera; ha creado bancos de semillas para reforzar la seguridad alimentaria y repoblar los bosques afectados por la tala ilegal y los incendios, tanto provocados como accidentales. Es, en definitiva, un proyecto integral que pretende hacer avanzar y reducir la pobreza, aprovechando mejor los recursos de los pueblos que viven en las zonas fronterizas entre Guinea Bissau y Senegal.
Esta iniciativa de Alianza y Aprodel de otorgar la propiedad de la tierra a las mujeres de Guinea Bissau ha sido premiada, entre más de 600 proyectos presentados desde todos los rincones del mundo, como mejor práctica de Medio Ambiente del año 2014, un galardón concedido por el Ayuntamiento de Dubai y la agencia de Naciones Unidas Hábitat y dotado con 30.000 euros.
Todo un empujón para una pequeña (gran) revolución que no se detiene aquí y que aspira a llegar hasta a mil mujeres de la zona. Para ello, APS ha lanzado en España la campaña Dona tierras, con el objetivo de llegar a las 10 hectáreas gracias a las aportaciones de todas las personas interesadas en sumar su granito de arena.