El presidente de Irán, Hassan Rohaní, quiere un acuerdo nuclear sin conflictos en una 'Nueva Era'
No es necesario tener un doctorado en diplomacia para sentirse escéptico ante la retórica campaña de paz del presidente iraní Hassan Rohaní.
Al margen de lo que represente su aparición en el escenario mundial, sean cuales sean sus opiniones personales, Rohaní se mueve dentro de un sistema autocrático gobernado por una camarilla aislada, que justifica inmensas violaciones de los derechos humanos en nombre de dogmas religiosos. Sus palabras han tenido un tono constructivo, pero su capacidad de convertir esas palabras en hechos dependen del consenso de unos líderes que llevan decenios despreciando a gran parte de la comunidad mundial, haciendo que Irán siga siendo un Estado paria y privando a su pueblo de libertades y prosperidad.
No obstante, mientras estaba sentado en una sala con Rohaní, como tuve ocasión de hacer el jueves en Nueva York, pude contemplar la perspectiva de que tenemos ante nosotros una auténtica oportunidad de apaciguar uno de los conflictos más amenazadores que existen hoy en el mundo.
Es obligatorio conservar el escepticismo, pero hay que ser muy cínico para escuchar al recién elegido presidente iraní cuando describe las condiciones históricas que han hecho posible ese momento y no ser consciente de la posibilidad de que haya una relación más pacífica entre Irán y sus adversarios. Solo alguien muy ducho en los peligros geopolíticos históricos puede desechar esta oportunidad de encontrar una solución para el punto muerto en el que se encuentra el diálogo a propósito de los preparativos nucleares iraníes.
“Me presenté con un programa moderado y gané las elecciones por amplio margen”, dijo el otro día Rohaní, como ha repetido durante toda la semana, en todas sus apariciones en Naciones Unidas. “El gran respaldo que me ha ofrecido el electorado me compromete a actuar en esa actitud de moderación”.
Menos de una hora después llegó el ministro de Exteriores de Rohaní, Java Zarif, para informar sobre una reunión que acababa de terminar con su homólogo estadounidense, John Kerry: el primer paso en las negociaciones para aliviar la tensión por los objetivos nucleares de Irán.
“Hemos tenido una reunión muy positiva y productiva”, declaró Zarif. “Me siento optimista”.
Quienes siguen de cerca la locuaz campaña de Rohaní para mejorar sus relaciones con Estados Unidos no pudieron oír grandes novedades en el acto convocado el jueves por la noche por el Council of Foreign Relations y la Asia Society en un hotel del centro de Manhattan. Repitió las promesas de que Irán no tiene intención de construir armas nucleares, dijo que su programa nuclear es “pacífico” y se mostró partidario de continuar las conversaciones con el gobierno de Obama y los dirigentes europeos para lograr un acuerdo nuclear que evite el conflicto.
Y, sin embargo, el mero hecho de que se llevara a cabo el acto era ya extraordinario, el espectáculo de un presidente y clérigo iraní aplaudido con entusiasmo por unos 300 miembros trajeados de la clase dirigente estadounidense. Fue una especie de premio de consolación por el apretón de manos que nunca logró dar al presidente Obama.
Rohaní tuvo en cuenta ese sentimiento de importancia histórica y describió su mandato como parte de una tendencia mundial.
“Se ha creado una nueva era en todo el mundo, lo mismo que en Irán”, dijo. “Las emocionantes elecciones celebradas y el hecho de que el pueblo de Irán haya votado por la moderación, la sabiduría, la esperanza y la prudencia ha generado una nueva atmósfera de diálogo e interacción con el mundo entero”.
Como es sabido, al predecesor de Rohaní, Mahmud Ahmadineyad, le encantaba pronunciar palabras combativas dirigidas al público occidental, en especial cuando negaba la existencia del Holocausto. Esta semana, Rohaní creó una nueva controversia en un tema tan delicado cuando declaró a la periodista de CNN Christiane Amanpour que son los historiadores quienes deben medir “las dimensiones del Holocausto”. Algunos han interpretado esta frase como una forma más sutil de seguir negando el Holocausto, y han destacado que deja abierta la posibilidad de que las historias del Holocausto sean exageraciones. Otros han preferido centrarse en su condena del “crimen que los nazis cometieron contra los judíos”, un cambio refrescante respecto al pasado reciente de Irán.
Independientemente de cómo se interpreten sus palabras, no cabe duda de que Rohaní representa una nueva actitud iraní: su objetivo es obtener la aprobación de la comunidad internacional. Sentado el jueves en el estrado, con las manos tranquilamente posadas sobre su regazo, en claro contraste con la agitación que solía mostrar su predecesor, la sonrisa desconcertada que exhibía de vez en cuando parecía indicar que estaba disfrutando.
Presentó el intento de lograr un acuerdo nuclear como un empeño en el que están unidas todas las personas razonables, y describió a quienes se oponen como un grupo de imbéciles que están decididos a poner obstáculos a los intereses mundiales en beneficio de los suyos propios.
“Como líderes, debemos estar por encima de las mezquindades políticas y dirigir, no dejarnos llevar por los distintos grupos de intereses y de presión de nuestros respectivos países”, afirmó Rohaní. “Tenemos que oponernos, tanto aquí, en Estados Unidos, como allí, en nuestra región, a esos grupos de intereses cuyo propósito es que Irán siga siendo una cuestión candente. Tratan de desviar la atención internacional de otros problemas que les afectan directamente a ellos”.
No nombró a esos grupos de intereses especiales, pero no hacía falta.
Estaba hablando de Israel y su primer ministro, Bibi Netanyahu, que ha dicho que Rohaní es un lobo con piel de cordero y ha asegurado que cualquier negociación con Irán es una invitación al peligro.
Estaba hablando de los inveterados amigos de Israel en Washington, los congresistas republicanos que aprovechan el comienzo de las conversaciones con Irán para volver a calificar a Obama de débil e ingenuo.
Estaba hablando de otro aliado clave de Estados Unidos, Arabia Saudí, cuya monarquía de musulmanes suníes se ha opuesto, como era de esperar, a cualquier cosa que pueda aumentar el prestigio de los chiíes que gobiernan Irán.
Cada uno de estos grupos de intereses tiene argumentos creíbles para advertir de que la campaña de seducción de Rohaní puede no ser sincera. Mientras no veamos medidas demostrables que reduzcan la amenaza de que Irán pueda adquirir armas nucleares, es necesario examinar las palabras de Rohaní como un ardid pensado para relajar las sanciones económicas y abrir una brecha entre Israel y Estados Unidos.
Aunque los titulares generados por los discursos de Rohaní esta semana han hecho hincapié, con razón, en su llamamiento a un diálogo con Estados Unidos y Europa, también ha subrayado sin cesar que Irán tiene derecho a intentar adquirir una capacidad nuclear y dominar la tecnología para usos energéticos, sin fabricar armas. Pero muchos expertos ponen en tela de juicio esa afirmación al ver lo que hace Irán.
Aun así, pese a que los motivos para la cautela son abundantes, también lo son para sentir un optimismo prudente. Parece creíble que las personas que gobiernan Irán hayan llegado a la conclusión de que la condición de paria internacional no es un buen punto de partida para mejorar la situación del país.
El aislamiento y el perjuicio causado por las sanciones económicas han hecho que Irán tenga dificultades para abastecer las necesidades básicas. El país está lleno de jóvenes con formación que no pueden conseguir empleo y que cada vez tienen más relación con el resto del planeta a través de la televisión e internet, por lo que saben lo que no tienen. Esa es una receta para encontrarse con un fermento de los que acaban derrocando a dirigentes no representativos.
Cuando el presente es incómodo y el futuro no muestra señales de alivio, el cambio no solo es razonable sino obligatorio. Es posible que los objetivos de Rohaní no sean más que una consecuencia de esa epifanía colectiva y que la Guardia Revolucionaria esté empezando a compartir esa opinión.
O tal vez no. No lo sabemos. No podemos saberlo hasta ver cómo se desarrolla el proceso. Ahora bien, no saberlo no es excusa para no entablar el diálogo.
Estamos ante una extraordinaria oportunidad que debemos aprovechar, aunque solo sea porque el statu quo es inaceptable. El riesgo permanente de enfrentamiento militar en una parte del mundo frecuentemente calificada de polvorín exige que nos tomemos en serio el proceso iniciado.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia