Horrores de cenas de empresa: decálogo para saber comportarse (TUITS)
Para bien o para mal, han llegado de nuevo. Si tienes la suerte de tener trabajo puede que te toque asistir a la que será la cena más comentada de todo 2013 en la oficina. Mira que te has empeñado en presentarte tarde para asegurarte de que tus amigos ya estén ahí. Pero nada. Ni siquiera con treinta minutos de retraso lo has logrado. Entras en la sala y te das de bruces con el pijo del departamento de marketing, con el que has cruzado dos palabras en tu vida. Qué pereza. No queda más remedio que hablar de estupideces. Que si cuánto atasco, que si qué frío hace... No sabes qué tema sacar para eludir silencios incómodos.
Consigues sentarte en la mesa con los que te caen bien. Llega el jamoncito, las consabidas croquetas, y luego el entrecot. Lo devoras. ¡Hay que aprovechar, hombre, que para eso paga la empresa! Bueno, eso si eres de los que tiene suerte, porque estas Navidades más de la mitad de los españoles que asistan a las cenas organizadas por su compañía tendrán que costearse ellos mismos el menú.
Te pones tibio. Pero ni siquiera el buche lleno logra evitar la cogorza. Claro, es natural. ¿Quién no amortiza una barra libre? Las copas van poniéndote más y más contento. Te sientes seguro. Ya no te importa hablar con el pijo de marketing; se te ocurren mil cosas que contarle. Mientras charlas con él, pasa por detrás la rubia de administración. La tienes fichada desde marzo, pero nunca te has atrevido a dar el paso. Pero hoy... Hoy no hay quién te pare. Te sientes lo más. Pasas del pijolas y,
sin pensártelo, atacas a la rubia con un buen morreo. Así, directamente. Ni siquiera has pensado que pueda tener pareja. Es más, no te has acordado de que tú la tienes. Bueno, no eres el único. Según la web AshleyMadison.com, uno de cada dos de sus usuarios españoles ha sido infiel con un compañero de trabajo en la cena de Navidad de su empresa.
Ella te planta un bofetón, y eso te sienta fatal. Te pones de mala leche y de repente recuerdas lo mucho que odias al director financiero. Decides que, por qué no, vas a discutir tus diferencias con él. Ni corto no perezoso, te diriges a la mesa, donde está sentado con otros directivos. Se va a enterar éste. Le señalas, y comienzas a hablar, o al menos a intentarlo. “Pues que sepa todo el mundo, que este tío... ¡hip!... ¡este tío es un gili....! ¡Y un hijo...! ¡Y nos tiene a todos explotaos!” No puedes controlarte, quieres soltarlo todo. Hasta que llega tu amigo Paco. Tú le dices que te deje en paz, que se va enterar de
lo que vale un peine el pringao éste. Pero Paco insiste, y logra bajarte. Sí, le has insultado subido encima de la mesa.
Qué pesado. No entiende que estás bien, mejor que nunca. De hecho quieres cantar. Te subes al escenario y le pides al del karaoke que te ponga la de Pimpinela. María dice que pasa de cantarla contigo a dos voces. Pues nada, ya te apañas tú. Agarras el micrófono con fuerza, y das comienzo al show. “Por eso ¡vete!, olvida mi nombre, mi cara... y pega la vuelta...” (Ay... después de esta noche, poca gente habrá que olvide tu nombre o tu cara... ) Está claro que aprecian tu arte, ¿por qué
si no iban a sacar todos sus smartphones para grabarte y hacerte fotos? Hoy estás que te sales. ¿De verdad nadie se apunta a un after? Te quedas solo. Coges un taxi y te vas tu también.
Suena el despertador. Qué resacón. Llegas a la oficina. ¿Por qué todo el mundo se lanza miraditas a tu paso? “Ayer triunfaste, ¡eh!” “¡Valiente! ¡Vaya par de narices!” No entiendes nada. El de al lado te aconseja entrar en facebook; dice que así recordarás. ¡Glups! ¡Trágame tierra! ¿Pero qué has hecho? Quieres desaparecer. Que nadie te vea. Que nadie te hable. Suena el teléfono. Comienzas a sudar. Ante tu parálisis, contesta tu compañero. Es el director financiero. Te espera en su despacho.
Si no quieres que una cena de empresa complique una feliz Navidad, recuerda que es cuestión de mantener el control. Aquí tienes una guía para evitar situaciones como estás. ¿Te ha pasado algo así alguna vez? ¡Cuéntanoslo en los comentarios!