Un tipo con dos cabezas
¿Te ha pasado alguna vez que, estando muy enfadado, has dicho alguna cosa de la que luego te has arrepentido? Quizás incluso te arrepentías mientras lo decías y, sin embargo, no podías parar. Estabas secuestrado por la cabeza que actúa sin pensar. Las personas, aunque tengamos una sola cabeza, tenemos dos cerebros.
Una de ellas, la que piensa y luego actúa, es una buena cabeza, y manda casi todo el tiempo. Se trata de una cabeza reflexiva: en esa cabeza reina la razón. La suelo utilizar para hacer planes, cocinar, hablar con los amigos... De hecho es la que estoy usando en este mismo instante. Me gusta mi cabeza que piensa.
La otra, la que actúa sin pensar, aparece cuando alguien hace algo que considero injusto, cuando discuto, o si cree que corro algún riesgo. Es en esos momentos cuando la cabeza que actúa me secuestra. Os pondré un ejemplo:
¿Te ha pasado alguna vez que, estando muy enfadado, has dicho alguna cosa de la que luego te has arrepentido? Quizás incluso te arrepentías mientras lo decías y, sin embargo, no podías parar.
Estabas secuestrado por la cabeza que actúa sin pensar.
Lo cierto es que las personas, aunque tengamos una sola cabeza, tenemos dos cerebros:
un cerebro pensante, el neocórtex, encargado del aprendizaje y de la memoria. Se trata de la cabeza que piensa, la que ayuda a hacer planes, a evaluar riesgos...
Y tenemos también un cerebro en el que reside la emoción, el sistema límbico, que se ocupa entre otras cosas de la secreción de grandes cantidades de noradrenalina, que es la hormona encargada de activar aquellas zonas del cerebro que nos ponen en alerta. Este cerebro da respuestas mucho más sencillas que el otro, más impulsivas, no hace planes ni evalúa riesgos, escoge sólo entre luchar o huir.
El problema es que luchar o huir no suele ser una solución para casi nada. La cabeza que actúa sigue haciéndolo como si tuviera que escapar de un depredador o de una persona de una tribu enemiga, y lo cierto es que, últimamente, ni unos ni otros forman parte de mis problemas. No puedo luchar contra la hipoteca ni huir de mi jefe, de manera que me esfuerzo mucho en contener al cerebro que no piensa.
Ante esta situación, no todos actuamos igual, algunos padecemos las molestias de intentar domar a la bestia (ansiedad, preocupación, nervios, etc.), mientras otros dan rienda suelta a su yo animal con quien menos lo merece. Lo hacen cuando se sienten seguros, con ese amigo íntimo o con un familiar, incluso con su pareja o sus hijos. Lo hacen con aquellos que les quieren de manera incondicional, y se aprovechan de ello.
Estas personas que dan rienda suelta a su bestia con sus seres queridos suelen comportarse como auténticos corderitos con las personas que de verdad les generan problemas, y como unos animales con quienes más les quieren. Lo hacen como un alarde de fuerza y, en realidad, lo único que muestran es su propia cobardía. El valiente es el que pone límites a su jefe, y no el que espera a llegar a casa para mostrar su ira.
Os dejo algunas recomendaciones para domar a la bestia:
- No hables mientras domina la emoción; es mejor posponer esa conversación para más adelante.
- Ten claros los límites y compárteloss con las personas cercanas; no esperes a que se dé la situación para plantearte si es o no correcta.
- Tus emociones son tuyas, nadie te puede hacer enfadar, sólo tu puedes hacerlo.
- Rodéate de buena gente, de la que no envenena, de la que se alegra de manera auténtica por los demás.
- Practica la relajación.
- Disfruta de la ducha, la lectura, la música, de todas aquellas cosas que ayudan a dormir a la bestia".
- Cuando un sentimiento sea muy intenso, busca qué esconde, qué es lo que te ha hecho enfadar y qué puedes hacer para solucionarlo.
- Lo que más frustración genera es tener la sensación que no estás haciendo todo lo posible para mejorar tu situación. Ayuda a la cabeza que piensa a pasar a la acción.
Y recuerda...