El riesgo de catástrofe nuclear es mayor ahora que en la Guerra Fría
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El riesgo de catástrofe nuclear es mayor ahora que en la Guerra Fría

Mantener un arsenal disuasorio conllevaba sus riesgos. Una guerra nuclear, independientemente de cómo empezara, podría haber supuesto el fin de nuestra civilización, pero en ese momento considerábamos que era necesario arriesgar para responder a las amenazas soviéticas.

Nuclear Explosion Over OceanJoe Drivas via Getty Images

Durante la Guerra Fría, Estados Unidos contaba con un arsenal de armas nucleares compuesto por más de 10.000 ojivas nucleares desplegadas estratégicamente en lo que se llamó una "tríada": misiles balísticos intercontinentales, misiles balísticos lanzados desde submarinos y cazas armados con bombas nucleares y misiles de crucero. Incluso según cálculos prudentes que apuntaban a su posible desgaste, este arsenal era lo suficientemente poderoso como para destruir la Unión Soviética varias veces. Por eso, esta tríada era considerada como un elemento de protección porque disuadía a los demás países de perpetrar un ataque nuclear contra Estados Unidos.

Pero mantener este poderoso arsenal disuasorio conllevaba sus riesgos. Existía una amenaza constante de que comenzara una guerra nuclear por culpa de un fallo de cálculo (como estuvo a punto de ocurrir en la crisis de misiles en Cuba) o por un accidente (que yo sepa, en Estados Unidos hubo tres falsas alarmas y desconozco cuántas pudo haber en la Unión Soviética). Una guerra nuclear, independientemente de cómo empezara, podría haber supuesto el fin de nuestra civilización, pero en ese momento considerábamos que era necesario arriesgar para responder a las amenazas soviéticas.

Creo que ahora nos encontramos al borde de una nueva carrera de armas nucleares y que estamos volviendo a la mentalidad de la Guerra Fría.

Cuando acabó la Guerra Fría y la Unión Soviética se desintegró, no parecía necesario seguir corriendo esos riesgos. En mi época de secretario de Defensa de Estados Unidos, mi máxima prioridad se centraba en reducir los peligros que conllevaba el arsenal nuclear de la Guerra Fría, especialmente las armas mal protegidas que quedaban en las antiguas repúblicas soviéticas. Durante mi etapa al frente de la secretaría de Defensa, desmantelamos aproximadamente 8000 armas nucleares tanto en Estados Unidos como en la Unión Soviética (incluidas las mal protegidas), firmamos el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares y ratificamos el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas. Al abandonar mi puesto, pensé que íbamos bien encaminados y que estábamos lidiando adecuadamente con el peligro que suponían los restos del arsenal nuclear de la Guerra Fría.

Tal y como predije, se continuó progresando durante un tiempo. El Tratado de Moscú se promulgó gracias a la administración Bush y el nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, durante el primer periodo de gobierno de Obama. Ambos tratados trajeron consigo reducciones modestas del despliegue estadounidense de armas nucleares. Esas fueron las últimas reducciones.

Nuestros ciudadanos no son conscientes de los nuevos peligros nucleares a los que se enfrentan.

Creo que ahora nos encontramos al borde de una nueva carrera de armas nucleares y que estamos volviendo a la mentalidad de la Guerra Fría. De hecho, considero que el riesgo de catástrofe nuclear es mayor que en la Guerra Fría y, aun así, nuestros ciudadanos no son conscientes de los nuevos peligros nucleares a los que se enfrentan. Esta situación me ha inspirado para escribir el libro My Journey at the Nuclear Brink (Mi viaje al límite nuclear) con el objetivo de educar a la población sobre estos peligros. En él, rememoro las experiencias que me han alertado del riesgo de la creciente amenaza nuclear.

Explico cómo trabajé en un equipo de análisis especial durante la crisis de los misiles de Cuba (periodo en el que cada día pensaba que sería mi último día con vida), y cómo después asumí el papel de vicesecretario de Defensa durante el gobierno de Carter. Una noche de ese periodo, me despertó la llamada del Comando de Defensa Aeroespacial de Estados Unidos, pero se trató de una falsa alarma (durante un segundo, pensé que estábamos a punto de ser atacados por 200 misiles soviéticos). Junto con George Shultz, Henry Kissinger y Sam Nunn, escribí una serie de artículos en los que describo mi empeño por reducir los riesgos nucleares durante mi etapa de secretario de Defensa. En esta serie de artículos, que comenzó en 2007, alertamos de los peligros nucleares existentes después de la Guerra Fría, proponemos medidas específicas para reducir estos riesgos y expreso mi preocupación sobre acontecimientos de actualidad como la creciente animadversión entre Estados Unidos y Rusia y la fabricación de una nueva generación de armas nucleares.

Rusia está reconstruyendo su arsenal nuclear

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Un nuevo submarino nuclear ruso, el Yuri Dolgoruky, navega por la zona de la fábrica Sevmash en Arcángel, al norte del país. (ALEXANDER ZEMLIANICHENKO/AFP/Getty)

Rusia ya ha empezado un programa de reconstrucción, y no ha perdido ninguna ocasión para anunciar lo que está haciendo. También ha utilizado este arsenal para amenazar a sus vecinos europeos (con misiles Iskander) y a Estados Unidos (proclamando que "Rusia es el único país del mundo realmente capaz de convertir Estados Unidos en cenizas radiactivas").

Aunque creo que estas amenazas son retóricas, entiendo que nuestro instinto natural consiste en responder del mismo modo: devolviendo las amenazas y siguiendo al líder en la carrera armamentística. No obstante, ¿queremos realmente dejar a un lado la diplomacia; queremos recrear el arsenal nuclear de la Guerra Fría, con todos sus costes y sus daños, aún mayores? Creo que es el momento de respirar hondo y preguntarnos qué deberíamos hacer sobre un tema que afecta a la supervivencia de nuestra civilización.

No deberíamos aceptar que la diplomacia es incapaz de reducir la actual animadversión entre Rusia y Estados Unidos.

No deberíamos aceptar que la diplomacia es incapaz de reducir la actual animadversión entre Rusia y Estados Unidos, al igual que no aceptamos que era imposible usar la diplomacia con Irán. Tenemos muchos intereses en común con Rusia. Pese a que en algunas cuestiones no estemos de acuerdo con Moscú, debemos trabajar juntos en otras, como para prevenir la proliferación nuclear y el terrorismo nuclear.

Y, aunque llevo muchos años presionando para que avancemos en la eliminación de las armas nucleares, considero que, con las circunstancias geopolíticas actuales, debemos seguir manteniendo una potente fuerza de disuasión que requerirá algo de modernización en nuestro envejecido arsenal. No obstante, a medida que nos modernizamos, no deberíamos reaccionar de forma simétrica ante Rusia, ni tampoco deberíamos reconstruir simplemente el arsenal que tuvimos durante la Guerra Fría.

Nos modernizamos, pero no deberíamos reaccionar de forma simétrica ante Rusia.

En las últimas cinco o seis décadas, la tecnología ha cambiado enormemente, así como la geopolítica. Creo que no es necesario seguir manteniendo la tríada que se estableció durante la Guerra Fría. Apoyaría una recapitalización del arsenal submarino y la construcción de un bombardero de largo alcance que, como el B-2, podría utilizarse como armamento nuclear o convencional. No obstante, dejaría que los misiles balísticos y los misiles de crucero fueran desapareciendo poco a poco, en lugar de reemplazarlos. Abandonar estos dos sistemas costaría considerablemente menos que reconstruirlos, y nuestro arsenal bombardero estratégico constituiría una fuerte y clara disuasión. Ir eliminando gradualmente el arsenal nuclear Minuteman tiene el beneficio adicional de reducir la posibilidad de una guerra nuclear accidental, suprimiendo también la necesidad de una política de alerta de lanzamiento.

Más importante que mi punto de vista sobre la estructura armamentística es mi sensación de estar clamando en el desierto. Lo que realmente estoy defendiendo no es tanto una particular estructura como un debate nacional serio sobre la cuestión, que tenga importantes consecuencias en los ámbitos de seguridad y financiero, tanto para Estados Unidos como para el resto del mundo. Teniendo en cuenta los enormes costes que conlleva, e incluso las trascendentales cuestiones de seguridad en juego, no debemos limitarnos a tomar una decisión sobre cómo se estructurará nuestro futuro arsenal de disuasión.

Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés y Marina Velasco

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