De profesión, mentiroso
Dicen que unos tienen la fama y otros cardan la lana, y entre los colectivos profesionales la fama de mentirosos la ostentan, no cabe duda, los políticos; pero si hay una profesión de mentirosos como ninguna es la de los cartógrafos -geógrafos especialistas en confección de mapas-.
Dicen que unos tienen la fama y otros cardan la lana, y entre los colectivos profesionales la fama de mentirosos la ostentan, no cabe duda, los políticos; pero si hay una profesión de mentirosos como ninguna es la de los cartógrafos -geógrafos especialistas en confección de mapas-, aunque no sea por alguna malvada confabulación de mis colegas contra la humanidad decidida en el Contubernio de Múnich o en la última reunión del Club Bildelberg, sino por una molesta imposición que el planeta hace a los que tratan de dibujarlo -y que le vino muy bien a Colón para descubrir América y a Elcano para circunnavegarla-: que la Tierra no es plana.
Y claro, si la Tierra no es plana (recordarán que podríamos asemejarla de forma simplificada a una esfera achatada por los polos, aunque en realidad la Tierra no es ninguna figura geométrica) y los mapas sí son planos, para representarla sobre una superficie plana tendrá que sufrir algún tipo de deformación. Si no me creen, intenten pelar una naranja y conseguir que la piel forme un rectángulo plano y perfecto. Si lo consiguen, además de que optarán al premio Nobel, habrán logrado una proyección cartográfica perfecta, pero ya les anticipo que eso no es posible.
Para representar el planeta que nos acoge en un libro de texto, una carta de navegación, un atlas o una galería de los Museos Vaticanos empleamos un mecanismo matemático que permite trasladar los puntos de la tridimensional Tierra -que a efectos cartográficos asemejamos a un elipsoide- a las dos dimensiones del mapa. A lo largo de la historia se han desarrollado innumerables sistemas para hacerlo (se denominan proyecciones cartográficas), y podrán seguir desarrollándose tantos como se deseen, pero todos darán por resultados una deformación en las formas, en las áreas, en los ángulos o incluso en todos ellos. En la actualidad se usan asiduamente poco más de una decena de ellas.
Las diferentes proyecciones cartográficas se utilizan para los usos para los que son más adecuadas. Así, por ejemplo, la más conocida proyección -que es la que ha conformado la imagen del planeta que tenemos interiorizada la mayoría de los seres humanos- es la de Gerardus Mercator, un cartógrafo belga que la ideó en el siglo XVI para facilitar la navegación marítima siguiendo rumbos loxodrómicos como líneas rectas sobre el mapa, debido a la perpendicularidad de los ángulos de los paralelos y los meridianos. Sin duda, esta es la más conocida, pues en la mayoría de los libros de texto o los mapas murales de los colegios se utiliza una proyección de Mercator modificada recortando sus extremos boreal y austral, ya que las deformaciones que provoca esta proyección -fruto de la descomposición al plano de un cilindro sobre el que se ha proyectado la Tierra- se incrementan cerca de los polos.
La proyección de Mercator.
Sobre la proyección de Mercator, sin duda magnífica y gran facilitadora de los descubrimientos de la era de los grandes imperios globales por las facilidades que ofrecía a la navegación, cayó la crítica en los años 70 del pasado siglo, cuando un director de cine llamado Arno Peters -que sabía de cartografía lo mismo que yo de cine, es decir, nada- presentó con más afán lucrativo que solidario una proyección cartográfica que había obtenido con el archiconocido mecanismo del plagio, esto es, tomando la ideada por un matemático escocés llamado Gall en el siglo XIX y poniéndole su nombre. Su argumentación -que logró convencer nada menos que a las Naciones Unidas y a la National Geographic Society estadounidense, a la que podríamos considerar una de las mayores autoridades mundiales en lo que a la divulgación de la geografía se refiere- se fundamentaba en que Mercator -que debía ser uno de esos malvados cartógrafos contubernistas del primer párrafo- había ideado un mapa que, misteriosamente, agrandaba al primer mundo y le otorgaba una posición central en el mapa a los territorios poblados por blancos y así, habría asentado un desarrollo dicotómico y sometido a las demás razas. Huelga decir que ambas cosas eran falsas: el centro de la proyección de Peters está sobre el ecuador; y si se representa como es más habitual (es decir, con el Atlántico en medio del mapa y el Pacífico partido), el centro exacto del mapa cae por el golfo de Guinea, en el África subsahariana, que para su desgracia no es precisamente el lugar más desarrollado...
El solidario Peters decidió romper con tamaña discriminación y presentó -después de registrarla, claro está- la llamada proyección de Peters (o más correctamente, de Gall-Peters, por aquello de no obviar al que la inventó realmente), que, él decía -aunque luego se demostró que no era correcto- que era equiárea (es decir, que representaba las superficies de los continentes de forma proporcional a la real, sin distorsiones de tamaño) y otorgaba una posición central al mundo subdesarrollado. Lo cierto es que su proyección plagiada, que fue muy acertadamente definida como "calzoncillo andrajoso colgado del Ártico", no solo no era equiárea, sino que además deformaba África y Sudamérica de una forma horrorosa, dejando cualquier parecido con su forma real como una pura coincidencia, para permitir que no se aplasten demasiado Europa y América del Norte (al fin y al cabo, quién en el mundo desarrollado iba a comprarle un mapa en el que su país se viese tan feo...).
La proyección de Gall-Peters
Lo cierto es que si los cartógrafos llevan siglos engañando por la obligación que nos impone nuestro caprichoso planeta, el señor Peters, en la espiral de progresismo a la que invitaba a sumarse la guerra fría o posteriormente el movimiento antiglobalización quiso montar un engaño que le fue muy rentable y con el que consiguió cazar hasta a las más prestigiosas instituciones. Pero por lo menos el engaño de Peters nos sirve para recordar que todos los mapas mienten, y sobre todo, que el mundo no es como nos lo enseñan y tenemos que saber interpretarlo en todos sus aspectos -no solo en el cartográfico, anecdótico aunque a lo largo de la historia los mapas se han utilizado como instrumento del poder prácticamente siempre, sino también en las demás perspectivas que la geografía nos da: económica, ambiental, social, cultural... y es que no hay mayor ignorante que el ignorante en geografía, porque ignora el contexto de todo lo demás, y quién lo ignora todo es manipulable como nadie.